Uno de los aforismos del pensador colombiano Nicolás Gómez Dávila es: "La Iglesia primitiva es la excusa favorita del hereje". Pero como los herejes de este siglo no van a reivindicar a San Lino o a San Anacleto, papas designados por sus predecesores y que murieron enfrentándose al poder de su tiempo, se camuflan bajo el nombre de un pontífice del siglo XX y al que el Sistema, ayudado por los católicos bobos, ha colgado la etiqueta de papa bueno, como si los demás hubiesen sido malos, perversos y retorcidos.
En España existe desde 1982 la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII, que, pese a lo reducido de su número y la vejez de sus escasos miembros, dispone de altavoz en todos los medios de comunicación del Imperio Progre, desde El País a Telecinco. Uno de sus dirigentes, Juan José Tamayo, pronosticó después de la renuncia de Benedicto XVI:
El próximo Papa será continuista con la labor de Benedicto XVI, por dos motivos; primero porque el colegio cardenalicio ha sido elegido por él y segundo porque influirá directamente en la elección del sucesor.
La realidad fue que Benedicto XVI no hizo elegir a su sucesor y que Tamayo y sus adláteres se entusiasmaron con Francisco I, del que intuían que, por "su procedencia argentina y el nombre elegido", por fin aplicaría su peculiar interpretación del Concilio Vaticano II.
Regresando a Juan XXIII, ¿es admisible presentarle como un progresista, casi un revolucionario? El exsenador socialista Juan G. Bedoya, encargado de la sección de religión de El País, ha escrito:
El papa Roncalli era detestado por el Régimen. Poco antes de ser elegido Papa, en pleno cónclave (28 de octubre de 1958), el embajador de España ante la Santa Sede dirigió un telegrama al ministro de Asuntos Exteriores cuyo texto decía: "Alejado el peligro Roncalli". Horas después, Roncalli era elegido Papa. Siendo ya cardenal, había viajado por España durante semanas sin rendir pleitesía al llamado Caudillo, ni a otras autoridades eclesiásticas, como era costumbre, haciendo a veces ironías sobre la extravagante situación política española.
Veamos si es cierto lo que dice Bedoya o, como es costumbre en los periodistas progres, miente.
Entusiasmado por el Valle de los Caídos
El 2 de noviembre de 1950, a dos días de la votación en la Asamblea General de las Naciones Unidas en que se levantaron las sanciones a España, el papa Pío XII concedió a la misión oficial enviada por Madrid para asistir a la proclamación del dogma de la Asunción una audiencia de despedida, en la que dijo a sus miembros: "El Papa está siempre por España". Este papa falleció en octubre de 1958 y le sucedió el cardenal Angelo Roncalli, que tomó el nombre de Juan XXIII y reinó hasta junio de 1963.
Como nuncio apostólico en Francia, nombrado a finales de 1944 y hasta 1953, visitó España en 1950, cuando regresaba de las colonias francesas del norte de África. En el resumen de este viaje escribió: "No he caído enfermo ninguna vez, salvo un pequeño resfriado visitando El Escorial"; había acudido a las obras del Valle de los Caídos, comenzadas en 1940.
Según el historiador Luis Suárez (Franco y la Iglesia),
Roncalli había sido uno de los visitantes que aplaudió la idea sostenida por Franco de que caídos católicos de ambos bandos encontrasen allí el reposo, bajo el siglo de la Cruz. Por eso, una vez ceñida la tiara, había hecho a aquella basílica dos grandes regalos que aún conserva: la indulgencia plenaria para los asistentes a los oficios del Viernes Santo y un trocito del árbol de la Cruz.
A la consagración, realizada en 1960, Juan XXIII envió como legado pontificio a una persona muy cercana a él: el cardenal Gaetano Cicognani, prefecto de la Congregación de los Ritos, y nuncio en España entre 1938 y 1953.
Éste llevaba consigo un mensaje del que reproduzco estos dos párrafos:
Un vivo y particular consuelo experimenta Nuestro corazón al sentirnos presente en espíritu entre los numerosos fieles congregados para las ceremonias de estos días en la grandiosa Iglesia de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, que acaba de ser solemnemente consagrada y a la que, por el esplendor de su arte, por la dignidad de su culto y por la piedad de los numerosos peregrinos que con ritmo creciente la frecuentan, hemos querido honrar con el título de Basílica. A cuantos en ella están reunidos y a todo el noble pueblo español deseamos llegue en estos momentos Nuestra palabra de Bendición.
Amamos a España, cuya pureza de costumbres, lo mismo que sus bellezas y tesoros de arte, hemos podido admirar en los gratos viajes con que hemos recorrido sus tierras. Por eso Nos alegramos de que la España que llevó la fe a tantas naciones quiera hoy seguir trabajando para que el Evangelio ilumine los derroteros que marcan el rumbo actual de la vida, y para que el solar hispánico, que se ufana justamente de ser cuna de civilización cristiana y faro de expansión misionera, continúe y aun supere tales glorias, siendo fiel a las exigencias de la hora presente en la difusión y realización del mensaje social del cristianismo, sin cuyos principios y doctrina fácilmente se resquebraja el edificio de la convivencia humana.
Colaboración con la restauración monárquica
En junio de 1959, Juan XXIII recibió a una peregrinación de 130 personas proveniente de Tarragona a la que elogió los casos de 228 sacerdotes martirizados en la archidiócesis y cuyos expedientes había entregado en Roma el arzobispo, el cardenal Arriba y Castro.
Es de poco tiempo atrás, está aún fresca la sangre de beneméritos sacerdotes y religiosos, quienes en Tarragona del siglo XX dieron su vida a manos de hombres sin Dios. El testimonio de su muerte viene ahora con vosotros a Roma para ser sometido al dictamen de la Santa Sede.
El 14 de mayo de 1962, Juan Carlos de Borbón y Borbón, hijo del infante Juan, y la princesa Sofía, hija de los Reyes de Grecia, contrajeron matrimonio en Atenas. Se planteó el problema del rito, pues el novio era católico y la novia ortodoxa. La Santa Sede sólo ponía dos condiciones: que la boda católica fuese verdadero sacramento y que los hijos fuesen educados en la fe católica.
El 12 de enero de ese año, Juan XXIII, cuenta Suárez,
daba un paso decisivo: recibió personalmente a los novios y, saltando por encima de las limitaciones del protocolo, los trató como a hijos fieles de la Iglesia sin tener en cuenta que doña Sofía aún no había cambiado su obediencia.
En este comportamiento del Papa influyeron dos factores: el apoyo de la Iglesia al restablecimiento de la monarquía católica en España, en lo que coincidía con el régimen franquista, y la apertura a los ortodoxos, que se plasmaría en el Concilio Vaticano II.
La actitud de Juan XXIII con el general Franco se puede resumir en estas palabras que se le atribuyen:
Da leyes católicas, ayuda a la Iglesia, es un buen católico... ¿Qué más quieren?
Por las mismas fechas, en concreto el 3 de enero de 1962, el papa bueno dictó la excomunión de Fidel Castro, bautizado, por haberse declarado en un discurso pronunciado en diciembre anterior marxista-leninista y haber dicho que conduciría a Cuba al comunismo.
Desde el 27 de abril, para los católicos Juan XXIII es santo y puede recibir culto.