Colabora

La trágica muerte del duque de Cádiz

La actriz Mirta Miller fue su gran amor y continúa recordándolo.

El duque de Cádiz y Carmen Martínez Bordiú | Cordon Press

Esta semana se cumple un cuarto de siglo del trágico fallecimiento de don Alfonso de Borbón Dampierre, duque de Cádiz. Faltaban dos minutos para las cuatro de la tarde de aquel 31 de enero de 1989, hora local en la estación de esquí en Beaver Creek, Colorado, Estados Unidos, cuando se golpeó contra un cable de acero que le partió el cuello. Fue inútil que, segundos antes, el campeón austriaco Tony Sailer, que lo acompañaba, le advirtiera, gritando, del peligro que corría. Murió en el acto, prácticamente decapitado. Tenía cincuenta y dos años y una biografía llena de episodios desgraciados, que lo convirtieron en un personaje pesimista, triste y amargado, según lo definió quien había sido su esposa, María del Carmen Martínez-Bordiú Franco, nieta del General Francisco Franco.

Conocí a don Alfonso veinte años justos antes de su dramático final cuando acudí a entrevistarlo al piso madrileño que compartía con su hermano Gonzalo en la calle de Castelló. Él mismo me franqueó la entrada a aquella vivienda del barrio de Salamanca, digna pero sin aparente lujo alguno. Don Alfonso trabajaba en el Banco Exterior de España, donde alcanzó el puesto de subdirector general (que le proporcionó el Jefe del Estado), con un sueldo razonable, aunque modesto. En realidad, el dinero nunca le preocupó excesivamente, si cubría sus mínimas necesidades. Lo que ambicionaba era tener el reconocimiento oficial de príncipe y, si el futuro lo permitía, alcanzar el trono de España de sus antepasados, el que dejó su abuelo Alfonso XIII. Cierto es que su padre, don Jaime, hijo mayor vivo del citado monarca, había renunciado a ser heredero de la Corona, al ser sordomudo, a favor de su hermano Juan. Pero a pesar de ello, como es harto conocido, don Alfonso de Borbón Dampierre tenía esperanzas de ser Rey. Su hermano Gonzalo solía decir en alguna reunión: "¿Qué, no ha llegado todavía Felipe II?", alusión dirigida a aquél.

En la entrevista que le hice en el invierno de 1969, aunque cauto y midiendo muy bien sus palabras, me dijo: "Yo espero ser algún día no muy lejano útil a España". No me precisó más, pero vislumbré esas pretensiones antedichas. Las declaraciones que me hizo para la revista Semana, en la que yo prestaba entonces mis servicios, no fueron publicadas nunca. Ocurrió que en esas fechas estaba vigente el estado de excepción a causa de unos sucesos terroristas en el País Vasco y por ello se había impuesto la Ley de Prensa que cercenaba cualquier información que no fuera del agrado de los censores. El original de mi entrevista, tachado en rojo folio por folio, fue devuelto a la dirección del semanario con esta advertencia: "No queremos saber nada de ese señor".

El duque de Cádiz y el Rey | Efe

Y, lo que son las cosas: tres años después, don Alfonso contraía matrimonio con la nieta de Franco. Para entonces, ya don Juan Carlos de Borbón y Borbón había sido elegido sucesor a título de Rey. No obstante, su primo hermano, don Alfonso, jugaba sus cartas, apoyado por sectores falangistas y del Movimiento encabezados por el influyente Ministro José Solís Ruiz. La obsesión de don Alfonso era ser considerado el número 2 en la sucesión al Trono, por si le ocurría algo a don Juan Carlos. Lo único que logró, no sin múltiples intrigas en la llamada "Corte del Pardo", donde doña Carmen Polo de Franco soñaba con ver algún día a su nieta favorita, Carmen, coronada como Reina, es que el príncipe de España dispusiera para su primo el título de duque de Cádiz. Franco aceptó la propuesta, decidiendo que se acompañara el título con el tratamiento de Alteza Real. Y a partir de entonces, Carmencita obligaba a sus amigos de siempre a que hicieran una inclinación de cabeza a su paso y a que la llamaran Alteza. Don Alfonso así lo deseaba. Hasta que, como es sabido, ella hizo las maletas y se fugó del hogar para caer en los brazos de Jean-Marie Rossi, un anticuario parisiense de renombrado "curriculum" amatorio.

La existencia de don Alfonso de Borbón fue, después de su fracaso matrimonial, un penoso vía crucis, recrudecido por el durísimo episodio de la muerte de su hijo primogénito, en 1984. Una mujer lo ayudó cuanto pudo para superar aquel terrible trance: Mirta Bugui Chatard, conocida en el mundo artístico como Mirta Miller, frecuentemente contratada en esos años en películas de destape. Habían iniciado su relación amorosa en 1980 de una manera discretísima. Hay escasísimas fotos de ellos solos juntos. Solían encontrarse en fiestas de amigos. Ella vivía en un confortable apartamento en la calle de Tucumán, que yo conocí, donde se sucedían sus secretos encuentros con el duque de Cádiz. Nunca convivieron juntos. A lo sumo, él se quedaba algunas noches en aquel nido de amor. Por expreso deseo de don Alfonso, Mirta no debía hacer pública aquella relación, que sólo conocían los íntimos de la pareja. Los pocos informadores que "estábamos en el ajo" sólo podíamos elucubrar, pero sin tener documentos gráficos de ambos que probaran que eran amantes, la historia estaba coja.

Les cuento una reveladora anécdota de primera mano. Me encontraba hablando con Mirta Miller en el vestíbulo de la entonces sala de fiestas de moda Scala-Meliá Madrid cuando de pronto llegó don Alfonso. Saludó versallescamente a la actriz, al tiempo que le preguntaba: "¿Cómo está usted?". Se retiraron, cada uno por su lado, ocupando mesas alejadas entre sí. Seguramente se verían horas después en el apartamento. En fin: así se comportaba siempre la pareja de enamorados porque él, celoso de su título, poseído por sus delirios de grandeza, no descendía jamás al comportamiento de los demás mortales. Mirta Miller estaba muy enamorada, pero el duque parece que sólo pretendía contemplarla como amante sin pensar ni remotamente en casarse. Sí parece, según conocimos meses después de la muerte de don Alfonso, que planeaba una aristocrática boda con la archiduquesa Constanza de Habsburgo. Al menos, eso es lo que proclamó esta joven en las páginas de ¡Hola!. Veinticinco años después de la trágica desaparición del infortunado duque de Cádiz, Mirta Miller lo sigue recordando. Para ella seguirá siendo su gran amor. Y sostiene que don Alfonso fue víctima de un atentado. Lo cual nunca pudo probarse.

Temas

Ver los comentarios Ocultar los comentarios

Portada

Suscríbete a nuestro boletín diario