Cincuenta años después, Francia recuerda los años 60 gracias a unos artistas a punto de cumplir los 70. En cualquier quiosco de París, la gente compra un número especial de L´Express con Brigitte Bardot, sin foca pero con toalla, en la portada: "Les années 1960. Le temps des revolutions". Un día cualquiera, en Le Figaro, la portadilla de cultura y espectáculo se abre con una foto a toda página de Françoise Hardy, elegante como nunca y como siempre, a punto de sacar un nuevo álbum doble que promete mucho. ¿No hay nada interesante en Francia después de los 60, de los "años yé-ye"?
Algo hay, pero todo parece concertado para devolvernos a aquellos años que culminaron -y terminaron- en Mayo del 68. La gran novedad musical según el mismo número de Le Figaro es Lou Doillon, hija del segundo matrimonio de Jane Birkin con el director de cine Jacques Douillon, tras separarse de Serge Gaingsbourg. Aquella adolescente inglesa en pantis que descubrió Antonioni en otra clásica película sesentera: Blow-up (basada muy libremente en el cuento de Cortázar Las babas del diablo) escandalizó a medio mundo grabando con su perverso marido "Je t´aime, moi non plus", amén de la película homónima de estética sadomaso con Joe D´Alessandro, el ebúrneo muso de Andy Warhol en Flesh, Trash y otras sesentaradas. La FNAC vende la antología "The best of... Jane Birkin" junto a un álbum muy reciente, con ella de niña en la playa. Y se venden bien.
Pero, en la prensa la radio y la tele, el personaje es Johnny Halliday, del que acaba de salir la enésima biografía: Johnny. L´incroyable histoire de Eric Le Bourhis (Ed Prisma 2012) con este subtítulo: "Tout ce que vous ne saviez encore sur lui". Parece difícil de creer que haya alguien que aún ignore algo del mayor ídolo de la canción del último medio siglo en Francia. Los números son escalofriantes: 1.000 canciones grabadas, 100 millones de discos vendidos, 73 álbumes en estudio y en directo, 28 millones de espectadores en 180 giras por Francia y el mundo entero. Y en este 2012, la gira 181, cuya primera mitad ha tenido el éxito de siempre. Pero este agosto amable de la "douce France" (suave o dulce, según) una noticia conmociona a la opinión pública: ¿Ha muerto Johnny? ¿Se ha repetido el coma de hace tres años, tras el que volvió de entre los muertos? Los medios acumulan noticias contradictorias del hospital, de su quinta esposa Leticia, de David, su hijo con Sylvie Vartan que es también su compositor y productor. Se supone que Johnny, el hombre de las siete vidas de milagro saldrá de ésta. ¡Ha salido de tantas! Y siempre con sorpresas.
La amante secreta de Johnny desde 1961 era... ¡Catherine Deneuve!
El libro de Bourhis tiene la ventaja para quienes no lo conozcan de resumir biografías anteriores y la propia autobiografía del cantante Destroy, pero añade revelaciones sorprendentes. La primera, es la identidad de Lady Lucille (así la llama Johnny en su autobiografía), su discretísima amante desde hace cincuenta años –al margen de sus respectivos y numerosos matrimonios- y en cuyo puerto se refugia tras cada naufragio sentimental. Pues bien, sería ni más ni menos que Catherine Deneuve! ¡Belle de jour!
Se publicó con reservas que entre ellos hubo flechazo mortal o coup de foudre durante el rodaje de una película horrorosa, Les parisiennes (Las parisinas). En ella, la jovencísima Catherine y el jovencísimo Johnny (19 años) comparten la primera grabación de calidad que nos queda de los primeros años de JH y de toda la generación yé-yé: la canción Retiens la nuit, que Johnny canta con su guitarra ante la mirada pasmada de la bella. Por cierto, aunque se decía que no sabía tocar, JH es un notable guitarrista, que iba a grabar con Jimi Hendrix cuando éste murió. Las imágenes nos muestran a los dos bollicaos, Cathy y Johnny, que aún no sabían actuar, o sea, mentir, atraídos de un modo especular, innegable y contenido. Lógico: Catherine era entonces la novia del director, Roger Vadim, aquel lince del erotismo que descubrió a Brigitte Bardot en Et Dieu créa la femme, deificó a Jane Fonda en Barbarella, y acabó casándose con la futura Hanoi Jane.
Pero ¿qué significa yé-yé?
La palabra, concepto o eslogan publicitario yé-yé nació cuando una nueva generación de jovencísimos cantantes y compositores franceses, desde la tempestuosa presentación en el otoño de 1961 de Johnny Halliday en el Alhambra, había conquistado los escenarios y, lo más importante: en 1962, gracias a la radio y la televisión, ya arrasaba en el mercado del disco con tubes como "Tous les garçons et les filles", la primera composición de Françoise Hardy, y "L´école est finie", de Sheila, gran producto de estudio que ella nunca interpretó en directo. Ambas vendieron un millón de discos.
El neologismo se le ocurrió a un intelectual socialista, Edgar Morin, de origen sefardí, que tras militar en la Resistencia antinazi entró en el Partido Comunista y, después de una larga e intensa militancia, lo abandonó para adentrarse en la tumultuosa corriente de izquierda confusa, profusa y vibrante que, fuera de Francia, se conoció como raíz y fruto de Mayo del 68, aunque, en realidad, no era ni una cosa ni la otra. Morin compartía con Marcuse y Adorno –criaturas universitarias de la Escuela de Frankfurt que se hicieron célebres como supuestos inspiradores de la revuelta estudiantil- una rigurosa formación marxista. Pero a diferencia de Marcuse o del propio Sartre, perteneció, como Raymond Aron y luego Jean François Revel, a los maîtres à penser o guías intelectuales cuya cátedra real fue el periodismo de opinión: Aron en Le Figaro y Revel en L´Express fueron los maestros de la generación de filósofos nacidos de Mayo del 68. Pero en 1963, Morin, socialista pero independiente, colaboraba en Le Monde, que tenía poco que ver con el estupidiario actual Le Monde Diplomatique de Ignacio Ramonet.
Y tuvo lugar entonces un suceso en París que empezó como una fiesta de adolescentes y acabó como el rosario de la aurora, con la feroz policía francesa repartiendo porrazos y con varias docenas de detenidos. Se trataba del aniversario de la revista Salut les copains (entonces se traducía Hola, amigos; hoy quizá sería Hola, colegas) que, bajo la batuta de Daniel Filipacchi tomaba el título del programa de radio que introdujo en Francia el rock-and-roll y lanzó a esa nueva generación de cantantes. La fiesta se desarrollaba dentro de "la noche de la Nación" –nada que ver, por tanto, con las manifs y el terrorismo callejero que producía la guerra de Argelia- pero la previsión de 20.000 asistentes al concierto de los Johnny, Sylvie y Hardy quedó desbordada por los 200.000 que se presentaron en la fiesta. Y que tras una tumultuosa comunión con sus ídolos acabaron descalabrados.
A diferencia de los que, como siempre en la prensa, despreciaron el fenómeno, Edgar Morin escribió esto pocos días después del suceso, en Le Monde del 6-7 de Julio de 1963:
Esta fiesta entronca con las ceremonias arcaicas; alcanza un estático acmé (suena como acné, pero sería culmen, cima), descoloca lo adulto... de hecho, a través del ritmo, esta música escandida, sincopada, esos gritos de yé-yé, hay una participación en algo elemental, biológico (...) Puede haber en el yé-yé el fermento de una no-adhesión al mundo adulto que alumbraría el enemigo burocrático, la repetición, la mentira, la muerte...
Esos "yé-yé!" franceses eran simplemente una versión de los "yeah!-yeah!" norteamericanos que esmaltaban o, como diría Morin, escondían los primeros éxitos de Buddy Holly, Chuck Berry, Litle Richard y, por encima de todos, Elvis Presley. Todos los cantantes que, sin Edgar Morin, tal vez conoceríamos hoy como la generación de Salut les copains beben de ese programa de radio, luego de televisión y revista de fotos; pero también todos citan las canciones y películas de Elvis como lo que, todavía adolescentes, les decidió a querer ser lo que, al final, muchos fueron.
Les yé-yé, fils de la tèlé
La presentación de Johnny Hallyday el 20 de Septiembre de 1961 en el Alhambra, su consagración en el Olympia y sus primeros discos de éxito –"Laisse tomber les filles", "Souvenirs, souvenirs"- se suceden en pocos meses. Además de Sheila, Françoise Hardy y el amigo rockero de su barrio, Eddy Mitchell, con Johnny saltan a la fama Claude François, Jacques Dutronc, Richard Anthony, France Gall, Salvatore Adamo y una rubita finamente volcánica llamada Sylvie Vartan. Pero lo que permite que una docena de cantantes recién nacidos se haga popular simultáneamente, sin el peregrinaje obligado de los escenarios, las grabaciones y la radio, es la televisión. No sólo Filipacchi y SLC: la televisión europea crea una música vista muy alejada del clásico cantante interpretando su canción. Todo está grabado, montado, enlatado, todo es escenario musical en unos horarios "juveniles" que apenas vigila nadie y donde se explora lo específico de la comunicación televisiva. Gracias a la telé, los yé-yé serán distintos de artistas tan dotados, por otra parte, para la imagen como Dalida o Sacha Distel. Pero algunos mantienen estrecha relación con ellos. Así, Aznavour es amigo y mentor musical de Johnny, que le debe ese "Retiens la nuit" de Les Parisiennes capaz de retener medio siglo largo a Catherine Deneuve.
Lo que diferencia a los yeyés de clásicos vivos como Edith Piaf o Charles Trenet, de cantautores como Brassens, Leo Ferré o Jacques Brel, es la estética del rock y algo más, "l´air du temps" en toda la televisión europea: Tzara, Duchamp, Dalí y Buñuel se visten en Paco Rabanne o Mary Quant. Los yé-yé, como Elvis, son jóvenes, con talento y guapísimos. Pero, como Jagger o Jones en los Rolling, cultivan una belleza irregular, distante, rara: la que separa en pocos años a Brigitte Bardot o Sacha Distel de Françoise Hardy, Jacques Dutronc o Johnny Halliday, tres guapos atormentados nés dans la rue, nacidos en la calle; y criados, qué curioso, en el mismo barrio.