Las lechugas de Notting Hill
"Tú puedes ser un empresario" es el lema del folleto que están recibiendo todos los escolares británicos de entre 12 y 17 años. Lo edita el Gobierno y forma parte del programa Enterprise Insight, una campaña que dirige el propio Tony Blair para animar a los jóvenes a desarrollar el espíritu emprendedor y crear sus propias empresas.
Ésta es la primera generación que va a tener que asumir el riesgo –y no solo laboral– como algo normal a lo largo de toda su vida, le guste o no. Inexorablemente, cada uno de nosotros se está viendo forzado a escribir el guión de su existencia, porque el mundo de la seguridad planificada que conocieron nuestros padres está condenado a desaparecer.
Un mafioso ruso, Mijail Fridman , puede arrasar impunemente la costa gallega porque tiene más poder que la autoridad formal de su país. Un individuo privado, Ben Laden , es capaz de desafiar al país más poderoso del mundo. Otro particular, George Soros , decidió que se devaluase la libra esterlina. La educación que recibimos formó dentro de nosotros una visión del mundo que no nos permite entender cosas como éstas. Nos hizo creer que alguien había escrito las respuestas correctas a todas las preguntas y que el problema, simplemente, consistía en encontrar el libro adecuado y abrirlo por la página adecuada. Es un lastre del que nos tendremos que desprender si queremos entender lo que está pasando a nuestro alrededor y a nosotros mismos. Lo es porque los acontecimientos nos están demostrando cada día que pasa que ese libro no existe.
Cambian las personas
La inmensa mayoría de los trabajos van a requerir habilidades intelectuales, y la forma dominante de organizarlos tenderá a los organigramas planos, a modo de proyectos en los que los propios miembros se asignan las tareas. La manera de hacer de las grandes consultoras en la que redes itinerantes de profesionales se reúnen, llevan a cabo su misión, se separan, y más tarde cada uno vuelve a empezar con un equipo distinto es el modelo que progresivamente se generalizará. Cada vez más, los trabajos no estarán ahí para ocuparlos cada día, sino para inventarlos cada día. Y todos tendremos que empezar a tomar la iniciativa, a olvidar aquel dossier de 50 páginas que estaba guardado en el primer cajón de la mesa del despacho y que se titulaba "Descripción del puesto de trabajo"; a dejar de pensar que, si surge un imprevisto, en la planta de arriba hay un jefe al que pedir instrucciones. Habrá que perder el miedo a tomar decisiones y a cometer errores. Habrá que empezar a creer realmente que es uno mismo quien tiene que hacer que las cosas ocurran .
Todos, con independencia de que trabajemos dentro o fuera de una organización, tendremos que adoptar la mentalidad de los profesionales independientes. Para ellos la estabilidad no está garantizada por un contrato indefinido. Lo que la garantiza es su reputación, la red de personas que están dispuestas a hablar bien de su forma de trabajar, los contactos que, aquí y allá, desearían participar en proyectos con ellos, el que cada año sean capaces de añadir tres líneas más a su currículum que lo hagan más atractivo, y el que, si un día están enfermos y no pueden trabajar, realmente alguien lo note.
Cambian las organizaciones
Lo que viene es el turbo capitalismo, un sistema en el que los departamentos de planificación estratégica a largo plazo están siendo desmantelados en todas partes (se estaban convirtiendo en una broma de mal gusto). Ahora, el largo plazo la mayoría de las veces significa dentro de un mes, como mucho . Caminan hacia el olvido aquellos tiempos del proteccionismo de los estados nacionales, de las tranquilas posiciones dominantes en los mercados domésticos, de la sombra protectora del arancel, y de los oligopolios privados conviviendo en plácida armonía con los monopolios públicos. En aquel mundo, una compañía como la sueca Sora , fundada en la Baja Edad Media, pudo sobrevivir hasta nuestros días, atravesando reformas religiosas, epidemias, La Revolución Industrial y las dos grandes guerras del siglo pasado. En el que se está abriendo paso ¿alguien se atreve a asegurar que una empresa como, por ejemplo, Telefónica existirá y seguirá siendo independiente dentro de diez años?
Las organizaciones tienen que cambiar porque hemos pasado de un mundo en el que los grandes se comían a los pequeños, a otro en el que los rápidos eliminan a los lentos. No se equivoca Anita Roddick , fundadora de Body Shop , cuando define así la cultura organizativa que se requiere para sobrevivir en este nuevo entorno: "Primero, tienes que pasártelo bien. Segundo, tienes que poner amor en lo que haces. Tercero, tienes que ir en dirección contraria al resto del mundo".
Y en medio de toda esta tormenta todavía intentamos orientarnos con los viejos mapas que, a lo largo de un siglo, dibujaron los cartógrafos de los tranquilos parajes que acabamos de abandonar. Pero es inútil. A cada paso que damos, descubrimos que los remansos que anuncian nada tienen que ver con el territorio ignoto que pisamos.
La Economía se convirtió en una ciencia respetable –consiguiendo tomar distancias de la plebeya grey de las otras ciencias sociales– cuando adoptó las matemáticas de la Física del siglo XIX para construir sus modelos explicativos. A mediados del siglo XX, el refinamiento formal de las técnicas econométricas situó a la disciplina definitivamente entre la aristocracia de los saberes. Pero lo cierto es que ya hace mucho tiempo que ninguna de las tendencias importantes que surgen en la economía mundial se compadece con lo que la teoría prescribe que debería ocurrir. La ortodoxia keynesiana es la teoría económica del Estado nacional que se creó en el primer tercio del siglo pasado no muy lejos del mercado de verduras de Notting Hill, ése en el que ahora los londinenses compran lechugas que el día anterior todavía estaban plantadas en una huerta de Zimbawe. Es la teoría económica de un mundo en el que eso era, simplemente, inimaginable. Es otra de esas viejas brújulas dentro del campo magnético de la globalización que ahora todos –y no sólo los estudiantes– tendremos que aprender a olvidar.
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