Yo digo que sí, pero primero decidamos si realmente nos gusta que la mayoría tome todas las decisiones importantes. Supongamos que usted va a tomar la decisión tan importante de casarse. ¿Le gustaría que esa decisión sobre con quién casarse se hiciese a través del procedimiento democrático, dejando que lo que la mayoría piensa determine con quién se va a casar? Y ¿si aplicamos el proceso democrático a lo que vamos a cenar en las Navidades? Una vez contados los votos, todo el mundo quedaría obligado a comer jamón o pavo o cerdo.
“Vamos, Williams,” —responde usted— “cuando la gente apoya la democracia no quiere decir que sea en asuntos y decisiones privadas”. Y tiene mucha razón porque si la democracia se aplicara a las áreas privadas de nuestras vidas, viviríamos bajo una tiranía. Y ese exactamente es el problema con la democracia: crea un aura de legitimidad moral sobre hechos que de otra forma se considerarían tiránicos. Precisamente para salvaguardarnos, los fundadores de nuestra patria pensaron que la Declaración de Derechos de la Constitución sería una protección crucial. Según Tomás Jefferson, “la mayoría que oprime a un individuo es culpable de un delito, abusa de su poder y al actuar bajo la ley del más fuerte destruye las fundaciones de la sociedad”. Por consiguiente, debemos preguntarnos cuáles son las decisiones que deben ser hechas a través de los procesos políticos y cuáles no.
¿Debe el procedimiento democrático determinar cuánto debo apartar de mis ingresos para alimentos? ¿Para vivienda? ¿Para la educación de mi hija? Usted piensa que eso es mi problema y debo decidirlo yo. Entonces, yo pregunto, ¿y acaso no es mi problema cuánto ahorro para mi retiro? En mi país y en muchos otros, lo que debo ahorrar para mi jubilación es —según Jefferson— delictuosamente determinado por el Congreso a través de las leyes de Seguro Social. La democracia era vista con disgusto por los fundadores de Estados Unidos. Alexander Hamilton mantenía que “estamos actualmente formando un gobierno tipo republicano. La verdadera libertad no se logra con extremos democráticos, sino con gobiernos moderados. Si nos inclinamos demasiado hacia la democracia, caeremos pronto en una monarquía o en algún otro tipo de dictadura”.
John Adams decía: “Recuerden, la democracia jamás dura mucho. Pronto se pierde, se gasta y se suicida. Nunca existió una democracia que no se suicidara”. Pero el comentario sobre la democracia que más me gusta es del genial periodista H. L. Mencken: “La democracia es una forma de adoración. Es la adoración del chacal por parte de los bueyes”.
Los próceres de la independencia pensaban acerca de la democracia, la limitaban a la esfera política, una esfera estrictamente regida por los poderes enumerados y bien definidos que la Constitución le da al gobierno federal. Inmiscuir el proceso democrático en la toma de decisiones de lo que deben ser decisiones privadas de los individuos no es más que una dictadura disfrazada.
© AIPE
Walter Williams es profesor de economía de la Universidad George Mason y presidente de la directiva de la Fundación Francisco Marroquín.
“Vamos, Williams,” —responde usted— “cuando la gente apoya la democracia no quiere decir que sea en asuntos y decisiones privadas”. Y tiene mucha razón porque si la democracia se aplicara a las áreas privadas de nuestras vidas, viviríamos bajo una tiranía. Y ese exactamente es el problema con la democracia: crea un aura de legitimidad moral sobre hechos que de otra forma se considerarían tiránicos. Precisamente para salvaguardarnos, los fundadores de nuestra patria pensaron que la Declaración de Derechos de la Constitución sería una protección crucial. Según Tomás Jefferson, “la mayoría que oprime a un individuo es culpable de un delito, abusa de su poder y al actuar bajo la ley del más fuerte destruye las fundaciones de la sociedad”. Por consiguiente, debemos preguntarnos cuáles son las decisiones que deben ser hechas a través de los procesos políticos y cuáles no.
¿Debe el procedimiento democrático determinar cuánto debo apartar de mis ingresos para alimentos? ¿Para vivienda? ¿Para la educación de mi hija? Usted piensa que eso es mi problema y debo decidirlo yo. Entonces, yo pregunto, ¿y acaso no es mi problema cuánto ahorro para mi retiro? En mi país y en muchos otros, lo que debo ahorrar para mi jubilación es —según Jefferson— delictuosamente determinado por el Congreso a través de las leyes de Seguro Social. La democracia era vista con disgusto por los fundadores de Estados Unidos. Alexander Hamilton mantenía que “estamos actualmente formando un gobierno tipo republicano. La verdadera libertad no se logra con extremos democráticos, sino con gobiernos moderados. Si nos inclinamos demasiado hacia la democracia, caeremos pronto en una monarquía o en algún otro tipo de dictadura”.
John Adams decía: “Recuerden, la democracia jamás dura mucho. Pronto se pierde, se gasta y se suicida. Nunca existió una democracia que no se suicidara”. Pero el comentario sobre la democracia que más me gusta es del genial periodista H. L. Mencken: “La democracia es una forma de adoración. Es la adoración del chacal por parte de los bueyes”.
Los próceres de la independencia pensaban acerca de la democracia, la limitaban a la esfera política, una esfera estrictamente regida por los poderes enumerados y bien definidos que la Constitución le da al gobierno federal. Inmiscuir el proceso democrático en la toma de decisiones de lo que deben ser decisiones privadas de los individuos no es más que una dictadura disfrazada.
© AIPE
Walter Williams es profesor de economía de la Universidad George Mason y presidente de la directiva de la Fundación Francisco Marroquín.