Los Vale son profesores en la Universidad Victoria de Wellington, en Nueva Zelanda, y han escrito un libro cuyo título nos da una idea del polémico contenido: "El momento de comerse al perro: la verdadera guía para un modo de vida sostenible" del que se hace eco la página New Scientist. En él analizan, si bien con el cuestionable método de la "huella ecológica" (muy utilizado por los ecologistas, eso sí) el impacto que tienen sobre el medio ambiente diferentes animales de compañía.
La sorpresa llega cuando se compara el impacto de las mascotas con el de otras cosas que, en principio, nos parecerían mucho más contaminantes: un todoterreno de gran cilindrada que haga unos 20.000 kilómetros al año será algo menos contaminante que un perro de tamaño medio y un 20% más "ecológico" que uno de gran tamaño como un pastor alemán.
La razón de esto es el consumo alimenticio del can, que según el cálculo de los autores del libro es de 90 gramos de carne y 156 de cereales al día. Como los alimentos para perros están deshidratados, esto se correspondería con una dosis real de 460 gramos de carne fresca y 260 gramos de cereal.
La producción de todo ese alimento supone una huella ecológica de 0,84 hectáreas que para un perro de mayor tamaño llegaría a superar la hectárea. Mientras tanto, un todo terreno de gran cilindrada (en el estudio se utiliza como ejemplo un Toyota Land Cruiser de 4.6 litros) que haga unos 20.000 kilómetros al año tendría una huella ecológica de menos de 0.80 hectáreas, incluyendo en este cálculo tanto el combustible consumido como la energía necesaria para su fabricación.
Si el modelo es un coche menos grande y potente la diferencia sería aún mayor: un perro de gran tamaño podría resultar hasta tres veces más negativo para el medio ambiente que, por ejemplo, un Volkswagen Golf.
La elección obvia parece ser decantarse por otro tipo de mascotas que consuman menos recursos, pero la realidad es que es difícil encontrarlas: hasta un pequeño pez de colores para nuestro acuario genera una huella ecológica comparable a la de dos teléfonos móviles.
Excrementos peligrosos
Y todo esto sin tener en cuenta el impacto tremendamente tóxico de las heces de las mascotas, tal y como recuerda el New Scientist un estudio desarrollado en la ciudad americana de Nashville señalaba que los ríos locales tenían un alto nivel de bacterias por culpa de los excrementos de los animales de compañía.
Esto no sólo afectaría a la posibilidad de que esa agua sea consumida por humanos, sino que podría llegar a alterar sus niveles de oxígeno y provocar muertes en la fauna acuática.
Más perjudiciales todavía pueden resultar las heces de los gatos: en el año 2002 una epidemia costó la vida a buena parte de la fauna en la costa de California, el culpable fue un parásito, el toxoplasma gondii, que provocaba problemas cerebrales a los peces y se encuentra en los excrementos gatunos, llegando a las aguas cuando los dueños de los gatos arrojan sus restos por las cloacas.