“No creo que hayamos evolucionado hasta el punto de ser lo suficientemente inteligentes como para manejar la complejidad que implica el cambio climático”, según advierte en su primera entrevista en profundidad tras el escándalo del Climategate, concedida al diario británico The Guardian.
En este sentido, Lovelock señala que la “democracia moderna” constituye en la actualidad uno de los principales obstáculos para llevar a cabo una acción política significativa contra el cambio climático. Por ello, afirma lo siguiente: “Incluso las mejores democracias coinciden en que cuando se aproxima una gran guerra, la democracia debe ser suspendida durante algún tiempo. Tengo la sensación de que el cambio climático puede convertirse en un problema tan grave como una guerra. Tal vez sea necesario poner la democracia en espera durante un tiempo”. Es decir, aboga por suspender los mecanismos democráticos propios de las economías avanzadas para frenar el calentamiento global.
Pero, ¿cuál es la alternativa entonces? “Necesitamos un mundo más autoritario”, añade. Carga contra el igualitarismo que, a nivel político, gobierna el mundo. Esto es, el lema de una persona un voto, mediante el que “todos pueden expresar su opinión”. “Esto está muy bien, pero hay ciertas circunstancias [como en caso de guerra] donde eso no se puede hacer. Tienes que disponer de un pequeño grupo de personas con autoridad en la que confíes” para que adopten las decisiones políticas precisas, algo que, por desgracia para Lovelock, “no puede suceder en un democracia moderna”.
Lovelock, de 90 años de edad, es autor de la famosa teoría de Gaia, según la cual la Tierra es una especie de organismo que se autorregula en busca del equilibrio. Este científico mantiene intacta su visión acerca de un futuro catastrófico, pese a las crecientes pruebas que invalidan muchas de las predicciones elaboradas por los calentólogos.
Puesto que las políticas adoptadas hasta el momento son insignificantes, Lovelock apuesta por invertir en medidas de adaptación para paliar los hipotéticos efectos del aumento de temperaturas, tales como la construcción de defensas marinas alrededor de las grandes ciudades costeras para prevenir la elevación del nivel del mar.
Y es que, según este científico, tan sólo un evento catastrófico podría ahora convencer a la humanidad de la amenaza potencial que implica el cambio climático como, por ejemplo, el derrumbe de un glaciar gigante en la Antártida.
Por otro lado, reconoce que el Climategate constituye un escándalo científico de gran magnitud que ha deteriorado la teoría del calentamiento global, reforzando así la visión que defienden los escépticos. “Era inevitable. Tenía que suceder”. Antes la ciencia era algo “vocacional”, pero ahora a los científicos “les importa un bledo”. Piensan que “la ciencia es una buena carrera. Puedes conseguir un empleo de por vida haciendo el trabajo del gobierno”, pero “esa no es forma de hacer ciencia”.
La reputación de la Unidad de Investigación del Clima (CRU, por sus siglas en inglés), perteneciente a la británica Universidad de East Anglia, se resentirá durante un tiempo tras al escándalo que desencadenó la publicación de los correos internos de los calentólogos, en los que se ponía de manifiesto la manipulación y ocultación de datos respecto a la medición de temperaturas. “Tienen que barrer su casa”, añade. “Necesitamos estándares” metodológicos para medir los datos.
De hecho, incluso reconoce que “es casi ingenuo, científicamente hablando, pensar que podemos hacer predicciones relativamente precisas para el clima futuro. Existen tantas tantas incógnitas que está mal hacerlo”. Sin embargo, Lovelock mantiene su tesis bajo el argumento de que es “casi seguro que no se puede lanzar un billón de toneladas de CO2 a la atmósfera sin que suceda algo desagradable”.