Hace dos años, los habitantes de los barrios más altos de la ciudad –en las estribaciones de los Andes–, comenzaron a experimentar con redes de plástico similares en tamaño a las de voleibol (ocho metros por cuatro) para empapar la niebla que nueve meses al año cubren sus calles.
El sistema, que ha ido perfeccionándose en este tiempo, consiste en que las mallas de plástico se empapen y viertan las gotas de rocío al condensarse en unos canales de fabricación casera. Esos conductos, a su vez, vierten el agua en tanques del tamaño de una piscina que están instalados en la parte baja del barrio.
De este modo, cada 24 horas los limeños obtienen de la niebla unos 500 litros de agua. Aparte de los usos domésticos y alimenticios, los vecinos de Bellavista utilizan el líquido para crear pequeños huertos de autoabastecimiento y para el cultivo de árboles de Tara, cuyo fruto contiene taninos que se utilizan para el tratamiento de muebles de cuero.
El invento de capturar la niebla viene a paliar una doble circunstancia que acucia a los peruanos: por un lado, sus glaciares tropicales, cada vez más raquíticos, vierten menos agua de deshielo a los ríos; y por otro, la duplicación de la población limeña –que hoy sobrepasa los ocho millones de habitantes– ha dejado insuficientes los suministros de la ciudad.