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El hombre prehistórico hubiera batido todos los récords

Si los Juegos Olímpicos fueran un encuentro evolutivo donde midieran sus destrezas los hombres de distintas épocas, el ser humano actual, pese a la creencia popular, no sería quien salte más alto, lance más lejos o corra más rápido.

QUO

Así lo asegura el antropólogo australiano Peter McAllister en su libro Mantropología: la ciencia del inadecuado macho moderno. Basándose en el estudio de fósiles humanos y de huellas conservadas en roca sólida, el antropólogo, profesor de Cambridge, llega a la conslusión que el hombre prehistórico era casi imbatible.

A McAllister, unas huellas fosilizadas en el lecho de un río australiano, le permitieron descubrir que los cazadores aborígenes que habitaron la región hace 20.000 años alcanzaban la velocidad media de 37 km/h (la misma que el jamaicano Usain Bolt). Estudiando la profundidad y separación de las huellas y el tipo de suelo (la orilla fangosa de un lago), McAllister concluye que los aborígenes podían sobrepasar holgadamente los 45 km/h si contaran con la tecnología actual de las pistas de atletismo.

Pero los primeros habitantes de Australia no sólo se distinguían por su velocidad. También lo hacían por su fuerza. Ellos eran capaces de arrojar lanzas de madera a distancias que superaban los 110 metros (el récord de lanzamiento de jabalina pertenece al checo Jan Zelezny y se ubica en 98.48 m). Pero no sólo eso. De acuerdo con el libro, un hombre actual perdería un pulso con una mujer Neanderthal. Una fémina de entonces, tenía un 10% más de masa muscular que un “macho” actual, su antebrazo, al mismo tiempo era más corto y fornido, lo que e habría dado una gran ventaja.

Por último, Mc Allister festeja los 2.45 m que salta el cubano Javier Sotomayor, pero los aplausos los dedica para los tutsi de Ruanda, que según cuenta eran capaces de elevarse 2.52 m al participar de un rito de iniciación. Y no sólo lo hacía uno, sino todos los participantes salvaban esa altura.

El declive en la potencia física, según el autor, se debe a nuestra vida sedentaria que nos llevó a perder rápidamente, herramientas, como la fuerza, la agilidad o la velocidad que eran esenciales cuando el hombre era un “animal cazador”.

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