Así lo revela un trabajo realizado por los investigadores del propio Museo de Altamira, revisando las excavaciones que se hicieron en la cueva a principios del siglo XX por pioneros como Alcalde del Río, Breuil u Obermaier, cuyas conclusiones se recogen en un artículo todavía no publicado: "La cueva de Altamira: nuevos datos sobre su yacimiento arqueológico (sedimentología y cronología)".
Como señalan sus autores, resulta paradójico, pero el conocimiento que se tenía de las ocupaciones humanas de la más famosa de las cuevas paleolíticas del mundo era escaso, porque fue una de las primeras en descubrirse (1879) y porque fue excavada muy pronto, con técnicas que a veces consistían en vaciar el yacimiento a pico y pala en busca de determinadas piezas arqueológicas.
El director de Altamira, José Antonio Lasheras, primer autor del artículo, ha explicado que, en realidad, no han encontrado nada que no vieran hace un siglo Hermilio Alcalde del Río o Hugo Obermaier, que excavaron en el interior de Altamira en 1903 y en 1924, ni que no estuviera allí cuando Joaquín González Echegaray y Leslie Gordon Freeman volvieron a explorar el yacimiento, en 1980. "Hemos mirado mejor lo que ellos mismos vieron", asegura.
Con la cueva cerrada al público para estudiar sus condiciones de conservación, en 2004 y 2006 los investigadores del Museo y las Universidades Politécnica y Complutense de Madrid que firman el artículo limpiaron la tierra suelta que quedó en el interior de la cueva, producto de antiguas excavaciones y de las obras que se realizaron en los sesenta para apuntalar algunas zonas donde había riesgo de derrumbe y para permitir que Altamira fuera visitable.
Hasta ese momento, se sabía que el hombre había vivido en Altamira desde hace 18.000 años (la fecha obtenida en las pinturas más antiguas en las que se empleó un colorante orgánico, carbón) hasta hace 13.000, cuando la entrada se derrumbó y dejó sellada la cueva, sepultando bajo toneladas de roca el vestíbulo donde sus moradores realizaban gran parte de las tareas cotidianas, como cocinar, comer o tallar sus herramientas de sílex.
Los bisontes polícromos que han hecho mundialmente famosa a Altamira, como la cumbre del arte paleolítico, se pintaron casi al final de esa secuencia, hace unos 14.000 años, en el Magdaleniense.
Sin embargo, en la cueva hay figuras rojas, manos, caballos que no se pueden datar con Carbono 14 y que tradicionalmente se asociaban al período más antiguo fechado en Altamira, el Solutrense (hace 18.000 años), pero que estilísticamente se parecían más a otras del periodo Gravetiense (de hace 27.000 a 21.000 años) presentes en otras grutas de Cantabria, como El Pendo y La Pasiega.
Las nuevas pruebas de Carbono 14 indican que el estrato más profundo del yacimiento de Altamira tiene 21.910 años de antigüedad. Por debajo, sólo hay roca, así que los investigadores infieren que en esa fecha comenzó a ser habitada por los cazadores que vivieron en la Cornisa Cantábrica al final de la última glaciación.
Lasheras explica que estos datos permiten entender mejor Altamira y poner en el contexto adecuado sus distintas pinturas, además de que aportan uno de los escasos yacimientos gravetienses que existen en toda la Cornisa Cantábrica (15, ocho de ellos en Cantabria). Del siguiente período cultural, el Solutrense, existen más yacimientos, y del que le sucedió, el Magdaleniense, más aún, en una progresión que va paralela al crecimiento del censo de pobladores de la zona.
El equipo de Altamira trabaja ahora en un segundo proyecto, una excavación completamente nueva que se ha abierto en el exterior de la cueva, en la parte del antiguo vestíbulo habitado por el hombre que quedó fuera de la gruta tras el colapso de la entrada.
En ella, han encontrado un nivel Magdaleniense de entre 13.000 y 14.000 años con objetos característicos de esa cultura, como un omóplato de cierva con un dibujo de ese mismo animal, grabado.
Lasheras recuerda que todo el arte prehistórico tiene un sentido: "No se grabó por recreo, no es un descanso, no es una actividad secundaria, sino que probablemente tiene una intencionalidad simbólica y un valor trascendente, como todo lo que llamamos arte"