Tras dejar el Ejército al acabar la Segunda Guerra Mundial, el veterano John Goodenough empezó a estudiar física con 23 años, pese a que su profesor pensaba que era demasiado mayor ya para tener éxito como físico. Y el éxito tardó en llegar. En 1980, cuando tenía ya 57 años, fue uno de los inventores de la batería de ión-litio, la que empleamos en móviles, tabletas, ordenadores portátiles y coches eléctricos. Pero ha seguido trabajando. Y hace dos años descubrió el trabajo de la investigadora portuguesa Maria Helena Braga y la convenció para que se fuera a trabajar con él en la Universidad de Austin, Texas. Juntos dicen haber descubierto el Santo Grial del almacenamiento de energía.
Y es que la nueva batería lo tiene todo. No explota ni arde, característica que seguramente enamore a Samsung, puede almacenar al menos tres veces más energía en el mismo espacio, tarda en cargar minutos en lugar de horas y admite muchos más ciclos de carga y descarga (en concreto 1.200) sin perder apenas capacidad, lo que permitiría alargar su vida útil. También podrían operar a temperaturas de entre -20ºC y 60ºC, lo que facilitaría su adopción en países fríos.
Las baterías que usamos actualmente emplean electrolitos líquidos e inflamables para transportar los iones de litio entre el ánodo y el cátodo. Una carga demasiado rápida de la batería provoca que se formen las llamadas dendritas, una suerte de grietas que si crecen demasiado pueden llegar a conectar directamente ánodo y cátodo produciendo cortocircuitos que son los responsables de que algunas baterías ardan o exploten. Braga y Goodenough dicen haberlo evitado empleando electrolitos sólidos.
Algunos investigadores dudan de que realmente hayan construido una batería de estado sólido funcional. "Es un poco como la fusión fría, un experimento difícil de creer", opina Jeff Dahn, investigador de la Universidad de Dalhousie. "Si lo hubiese publicado otro que no fuera Goodenough sería, bueno, es difícil encontrar una palabra educada para definirlo", ha declarado a Quartz el profesor de Princeton Daniel Steingart. La razón es que para que una batería funcione el ánodo y el cátodo deben estar hechos de materiales distintos que produzcan diferentes reacciones electroquímicas para que haya corriente entre ellos, y esta batería emplea el mismo material en ambos polos.
La estructura de la batería, además, permite el uso de materiales más baratos que el litio, como el sodio, lo que eventualmente podría hacerlas más baratas de fabricar. El problema, que han apuntado algunos críticos, es que no resulta fácil ni rápido pasar del laboratorio a la producción a gran escala de una nueva tecnología como ésta. Chris Robinson, de LUX Research, cree que por esa razón pasarán quince años hasta que su impacto se note en el mercado.