Robert Noyce era un líder nato, al que con el tiempo llamarían el "alcalde de Silicon Valley". Esa habilidad lo acompañaría en todo lo que hiciera, fuera profesional o no: en los años 80, por ejemplo, ingresó en un coro para cantar madrigales y a las pocas semanas ya lo estaba dirigiendo. Así, no fue raro que cuando en 1957 ocho ingenieros –los "Ocho Traidores"– que trabajaban para el inventor del transistor y Premio Nobel, William Shockley, decidieran dejar la empresa para montar una filial de semiconductores para Fairchild, Noyce fuera el elegido para dirigirla.
Dos años después, y en paralelo con Jack Kilby, un ingeniero de Texas Instruments que poco más tarde inventaría la calculadora de bolsillo, Robert Noyce inventó el circuito integrado. El chip, para entendernos. Aunque Fairchild y Texas Instruments se tiraron una década de pleitos para dirimir quién era el legítimo propietario de la patente, también llegaron a un acuerdo para compartir los beneficios de la idea, lo que llevó a unos años de grandes beneficios.
El problema es que los ingenieros de Fairchild no se veían recompensados de acuerdo a sus méritos. Los directivos de la compañía estaban en Nueva York y ellos en Silicon Valley. Estaban haciendo millones y millones para la empresa, pero los neoyorquinos los derrochaban adquiriendo compañías que luego no daban un duro. Cuando los problemas de gestión hicieron mella en los beneficios se esperaba que Noyce, que al fin y al cabo dirigía la única división rentable que quedaba, fuera nombrado consejero delegado. Pero no lo fue. Así que en 1968 planeó su salida con otro colega del grupo de los Ocho Traidores, el químico Gordon Moore, que para entonces ya había formulado su famosa ley, esa que predice un progreso constante en la capacidad y precio de esas piezas de silicio que pueblan nuestros ordenadores y que se ha cumplido hasta nuestros días.
Juntos se fueron de Fairchild para fundar Moore Noyce, un nombre horrible que sabían provisional porque sonaba demasiado parecido a "more noise", que significa "más ruido" en inglés. Pero tenían prisa, así que decidieron usarlo para el papeleo y buscar un buen nombre cuando ya la nueva empresa estuviera en marcha. Les encantó la idea de la hija de Noyce, Integrated Electronics (Electrónica Integrada) o Intel para abreviar. El problema es que ya estaba cogido por una cadena de hoteles llamada Intelco, de modo que tuvieron que dejarse un dinero en comprar los derechos.
La empresa recién fundada basaba sus expectativas de beneficio en que la ley de Moore se cumpliera y así pudieran fabricar pronto memorias para ordenadores hechas con circuitos integrados que fueran mejores que las de núcleo de ferrita, entonces dominantes. No hubo que esperar mucho. Su primer producto, el Intel 1103, data de 1969 y era una memoria de un solo kilobyte de capacidad. Pero ya era mejor. Y sólo dos años después lanzarían el primer microprocesador de la historia, el Intel 4004, que es lo que de verdad les traería fama y fortuna.
Hoy día, aunque en dificultades debido al ocaso de los ordenadores personales en favor de los dispositivos móviles, donde su presencia es más escasa, Intel está valorada en unos 145.000 millones de dólares, así más o menos. Moore está retirado, con una fortuna valorada en 6.700 millones. Noyce murió en 1990 de un ataque al corazón, mientras se daba un chapuzón matutino en su piscina. Para que luego digan que el deporte es sano.