¿Qué ha hecho Nueva Zelanda para librarse del coronavirus además de cerrar fronteras?
El país sólo ha registrado 26 fallecimientos desde el comienzo de la pandemia. La mascarilla sólo se usa en el transporte público.
Hace unas semanas se difundieron a través de las redes sociales imágenes de la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinta Ardern, disfrutando de una barbacoa multitudinaria. Ninguno de ellos llevaba mascarilla pero las imágenes no eran de antes de marzo de 2020 sino de 2021: Ardern junto a cientos de compatriotas celebraba al aire libre el día nacional de Nueva Zelanda sin que las fotos parecieran diferentes a la de cualquier otro año. Ni rastro de la pandemia.
Nueva Zelanda se ha convertido en un ejemplo de que el coronavirus puede llegar prácticamente a eliminarse: ayudado por su insularidad y su baja población (casi cinco millones de habitantes), el país optó por actuar de forma rápida y contundente y decretó un confinamiento durísimo en marzo cuando sólo se habían contabilizado unas decenas de casos. Semanas después se levantó el confinamiento domiciliario pero los pilares de su "estrategia de eliminación" del virus siguieron, y siguen vigentes y se ha convertido en el paradigma de país capaz de erradicar la enfermedad siguiendo la estrategia Covid Cero:
- Control de fronteras: las fronteras de Nueva Zelanda están cerradas al turismo. Sólo pueden entrar ciudadanos de Nueva Zelanda o extranjeros que cumplan alguna de las excepciones, como tener familiares en el país. Cada viajero que entre debe pasar de forma obligatoria 14 días aislado, además de presentar a su llegada una PCR negativa. El aislamiento se pasa en instalaciones gubernamentales preparadas para ello, fundamentalmente hoteles, y el viajero debe hacerse otras dos pruebas antes de poder circular por el país, los días 3 y 12, tenga síntomas o no.
- Test: las autoridades sanitarias hacen test a cada ciudadano que presente algún síntoma y además ha puesto en marcha cribados masivos sistemáticos "para asegurarse de que no se dejan sin localizar" asintomáticos.
- Rastreo y cuarentena: el país afirma que está consiguiendo localizar, hacer pruebas y poner en cuarentena "al 80% de los contactos" de cada positivo en los cuatro días siguientes a la exposición mediante una estrategia "nacional"de rastreo. A ello se suma una aplicación que se ha descargado y utiliza la mitad de la población, muy por encima de las pobres cifras alcanzadas por las aplicaciones europeas y sobre todo la española.
- Medidas de prevención: a lo anterior se suma una información precisa sobre las normas para contener el virus (distancia social, higiene de manos, uso de mascarilla en las situaciones en que se considere obligatorias y "quedarse en casa en caso de síntomas"). El país enfatiza la importancia de involucrar a la población en estas medidas mediante una "comunicación clara".
El "CSI" de los contagios
Como ejemplo de la obsesión del país por localizar y trazar cada contagio cabe citar un estudio recientemente publicado sobre cómo sorteó el virus las barreras de entrada a Nueva Zelanda en uno de los hoteles de cuarentena.
El estudio relata cómo un pasajero procedente de la India que pasó catorce días aislado en un hotel y dio negativo en todas las pruebas empezó a experimentar síntomas una vez trasladado desde Christchurch, donde había aterrizado, hasta Auckland, donde llegó junto con otros viajeros en un vuelo chárter. A su llegada se le hizo un test y dio positivo, lo que llevó a las autoridades a hacer un rastreo "hacia atrás" para localizar el origen del contagio, que se habría producido ya en Nueva Zelanda.
La investigación incluyó estudios sobre los pasajeros del vuelo de La India a Nueva Zelanda, las personas que estaban en el hotel y estudios genéticos sobre las cepas, lo que permitió seguir el rastro del contagio. La cadena comenzó en el primer avión, donde dos infectados habrían contagiado a otra persona que en un primer momento dio negativo pero que ya en el hotel de cuarentena dio positivo. Revisando las cámaras, los investigadores se percataron de que, cuando se efectuaron los test del día doce a los viajeros, la puerta del paciente que dio positivo se quedó abierta 50 segundos y seguidamente se abrió la puerta de la habitación contigua, donde estaban un padre y un hijo. Ambos se habrían contagiado por "los aerosoles que se habrían quedado suspendidos en el pasillo", especulan, al no haberse encontrado evidencia alguna de otro contacto con el contagiado en el hotel. Después, el padre y el niño habrían infectado al tercer paciente, que se sentó muy cerca de ellos en el vuelo que les trasladó a todos a Auckland.
El estudio, citado como prueba de que el coronavirus se transmite por el aire, es una muestra de cómo Nueva Zelanda está llevando al extremo el rastreo de contactos, así como el cuidado que está poniendo en el seguimiento de las personas que llegan al país. Esta misma semana es noticia el contagio de un trabajador de un hotel de cuarentena en Auckland. Como los viajeros, los trabajadores se someten a test de forma continua para evitar que el virus pase de las zonas de aislamiento a la población general.
Mascarilla sólo en el transporte público
Paralelamente a este férreo control de fronteras, Nueva Zelanda no duda en recuperar las restricciones en caso de registrar algún brote: hace pocos días confinaron la principal ciudad del país tras detectarse sólo un contagio. Entre tanto, el uso de la mascarilla no es obligatorio en todo ámbito público: en el nivel de alerta actual, el 1, Nueva Zelanda sólo exige la mascarilla en el transporte público y en los vuelos nacionales. Para el resto de situaciones, las autoridades sanitarias se limitan a pedir su uso "cuando no se pueda mantener la distancia en interiores concurridos, como supermercados".
Según informa el Ministerio de Sanidad, esta estrategia de "eliminación" del virus estará vigente "hasta que tengamos tratamientos efectivos" contra la covid o se haya inmunizado de forma "masiva" a la población mediante la vacuna. Hasta entonces no se relajarán. El país ha comenzado la vacunación por el personal de fronteras y de centros de aislamiento y estima que más del 90% de estos trabajadores ha recibido ya su primera dosis.
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