Según un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el sarampión ha afectado en lo que llevamos de año a más de 110.000 personas en el mundo, lo que supone un incremento de alrededor de un 300% respecto al mismo periodo del año anterior. Este virus empezó a propagarse de manera alarmante en 2018: se detectaron solo en Europa 41.000 niños infectados, cifra que superó los casos registrados durante la última década. Según el Comité Asesor de Vacunas, al menos 37 personas fallecieron por sarampión en Europa el primer semestre de ese año.
Se estima que entre 2000 y 2016 la vacuna contra el sarampión evitó la muerte de 20,4 millones de personas. Sin embargo, en el periodo de 2010 a 2017 no se administró la primera dosis de esta vacuna a 169 millones de niños, lo que ha provocado este ascenso repentino de la enfermedad. En el tercer mundo, esta falta de vacunación se justifica por la escasez de recursos económicos; en el primer mundo, el auge del sarampión lo ha provocado una conspiración colectiva que gira en torno a cuatro ejes: los niños se inmunizan mejor de manera natural; las vacunas contienen componentes químicos que son tóxicos para nuestro organismo; las vacunas provocan autismo y estas son un invento de los laboratorios para ganar dinero.
La mejor manera de inmunizar es la natural
Para desmentir esta hipótesis, primero se ha de entender cómo funcionan las vacunas. Este tipo de inyección introduce una forma debilitada del virus para que el cuerpo aprenda reconocerlo y establezca una defensa efectiva ante este. Como bien apunta la Asociación Española de Vacunología, interaccionan con el sistema inmunitario y producen una respuesta similar a la generada por las infecciones naturales, pero sin causar la enfermedad ni poner a la persona inmunizada en riesgo de sufrir las posibles complicaciones de esta. En cambio, el precio a pagar por la inmunización natural puede consistir en defectos congénitos por la rubéola, cáncer hepático en el caso de la hepatitis B o muerte por complicaciones en el sarampión.
La mayoría de vacunas son altamente efectivas y gracias a su comercialización hoy en día muchas enfermedades han sido erradicadas evitando que varias generaciones no hayan tenido que sufrirlas. Uno de los casos más evidentes de por qué esta teoría es falsa se encuentra en Estados Unidos con la enfermedad de la poliomielitis: pasaron de tener 13.859 casos en 1955 a 0 en 1964 al introducir la vacuna.
Cabe destacar que, al igual que los medicamentos o los métodos anticonceptivos, ninguna vacuna tiene 100 % de efectividad. Una persona puede tener las defensas muy bajas, estar vacunado y contraer un virus, al igual que una persona que tenga las defensas muy altas y no esté vacunada puede contagiarse. No obstante, el riesgo de contraer una enfermedad estando vacunado se reduce al mínimo. De este modo, la Asociación Española de Vacunología asegura que es mucho más fácil padecer lesiones graves por una enfermedad prevenible mediante vacunación que por una vacuna. Por ejemplo, la poliomielitis puede causar parálisis; el sarampión, encefalitis y ceguera, y algunas enfermedades prevenibles mediante vacunación incluso pueden ser mortales.
Los componentes son tóxicos
En las vacunas se encuentran componentes que, efectivamente, son tóxicos: el aluminio y el mercurio. Sin embargo, estos solo podrían causar perjuicio en el cuerpo humano si se introducen cantidades abundantes. En el caso del aluminio, las vacunas contienen 0.125 mg, mientras que una persona promedio mediante el consumo de agua, aditivos alimenticios y la contaminación por utensilios que llevan este material recibe 24 mg diarios. El tiomersal es un compuesto que contiene un tipo de mercurio, pero no se encuentra en la mayoría de vacunas y en las que lo hace también es en una dosis muy baja por lo que no resulta peligroso para la salud y ayuda a conservar las vacunas que se administran en multidosis. Además el mercurio que se emplea en este tipo de vacunas es el etilmercurio que se elimina del cuerpo humano con mucha más rapidez que el metilmercurio (componente que se puede encontrar en un gran número de pescados cuya toxicidad es mucho mayor).
Las vacunas provocan autismo
Esta hipótesis surgió a finales de los años noventa cuando un estudio, llevado a cabo por el exdoctor –gracias a la Asociación Médica Británica las autoridades le quitaron la potestad de ejercer en Reino Unido– Andrew Wakefield, planteó la posibilidad de que la vacuna triple vírica (sarampión, paperas y rubéola) influyera en el desarrollo del Trastorno del Espectro Autista (TEA). La revista que publicó el artículo, The Lancet, no tardó en retirar la pieza, ya que se demostró que la investigación de Andrew Wardfield estaba manipulada y que sus conclusiones eran falsas. Según la Asociación Española de Vacunación, ese mismo año disminuyó drásticamente el número de personas inmunizadas, lo que provocó que surgieran nuevos brotes de estas enfermedades ya erradicadas. A día de hoy, no existe ninguna prueba que relacione el autismo con la vacunación.
Lo que sí es cierto es que en estas últimas décadas las estadísticas de autismo han aumentado: 1 de cada 150 personas son diagnosticadas al año con esta enfermedad mientras que en la década de los noventa únicamente se registraban 1 de cada 2500 casos. Las principales conjeturas del aumento de esta enfermedad tiene que ver con el desarrollo médico y tecnológico. El autismo está mucho más visibilizado en nuestra sociedad a día de hoy, por lo que es mucho más sencillo para médicos, padres y profesores diagnosticar cuando un niño presenta los síntomas. En cuanto a la causa de este trastorno, también se desconoce. Estudios recientes lo relacionan con factores genéticos, complicaciones durante la gestación del feto o el consumo de drogas durante el embarazo. Ninguna de estas teorías han sido confirmadas, pero tampoco descartadas -como es el caso de las vacunas-.
Las vacunas son una estrategia farmacéutica
Esta teoría de que las vacunas se crearon como estrategia de las farmacéuticas para obtener beneficios económicos a costa de los ciudadanos es económicamente inviable. Un estudio en 2016 demostró que por cada dólar que se invierte en vacunas se ahorran 44 dólares gracias a la reducción de gastos en la sanidad pública y al cese del impacto económico que habría supuesto el desarrollo de la enfermedad en un individuo.
Este análisis ha tenido en cuenta diferentes variables como los años de vida ajustados por discapacidad o por calidad de vida para medir los beneficios. Según uno de los autores de este estudio, Mark Connolly, sin la vacunación los gobiernos pierden los ingresos fiscales de una persona laboralmente activa en la sociedad. Además. existe un alto riesgo de desarrollar una discapacidad derivada de la enfermedad contraída que puede costar a los gobiernos 20.000 o 30.000 dólares al año. "Nuestros hallazgos deben alentar a los donantes y gobiernos a continuar sus inversiones financieras en programas de inmunización. Pero debemos tener en cuenta que estas son estimaciones que suponen que la cobertura de inmunización continúe expandiéndose y mejorando", sentencia el Dr. Ozawa del Departamento de Salud Internacional en el Bloomberg School.