Antes yo me mofaba del típico pesado que gruñía en el gimnasio mientras levantaba pesos enormes. Es un exagerado, pensaba, solo quiere llamar la atención. Hasta que un día un entrenador me hizo levantar mi propio peso en el press de banca. Entonces me di cuenta de que ese día el pesado que gruñía era yo.
Si te parece que bramando como un toro levantas mejor el peso, o golpeas mejor la pelota de tenis, o bateas mejor jugando al béisbol, tienes razón. Solo tienes que ver una competición de lanzamiento de peso olímpico o de halterofilia, y escuchar con atención. Los profesionales gruñen y gritan como si no hubiera mañana.
Los efectos de los gruñidos han sido comprobados científicamente. En un reciente experimento de la universidad de Drexel se hizo que 30 voluntarios midieran su fuerza apretando con la mano un medidor hidráulico. Primero los voluntarios simplemente apretaban el medidor. Después apretaron exhalando al mismo tiempo. Por último apretaron produciendo algún sonido, es decir, gruñendo o gritando. Cuando los voluntarios gruñían, su fuerza aumentaba en un 10% de media.
No es el primer experimento. En este estudio con jugadores de tenis universitarios se pudo comprobar que los gruñidos aumenta la fuerza y velocidad del saque y el drive. En otro estudio, además, se vio que el incremento de fuerza al golpear gruñendo la pelota de tenis no aumentaba el consumo de oxígeno.
¿Por qué? La explicación más plausible es que los gruñidos aumentan la potencia de las señales eléctricas que nuestro cerebro envía a los músculos para que se contraigan. Más señales, mayor contracción, mayor fuerza.
Por si esto fuera poco, si lo que gritas son palabrotas, aumenta tu tolerancia al dolor. No es broma, es un estudio de la escuela de psicología de la universidad de Keele. Algo que todos intuíamos.
El próximo día en el gimnasio o en la pista, deja que te oigan.