Desafío total: por el centro, a la derecha
No es ningún secreto que la victoria de Arnold Schwarzenegger (Arnie, a partir de ahora) en California ha sentado muy mal en la izquierda. Todos los gurús, editorialistas y demás intelectuales del progresismo bienpensante se han sentido decepcionados y ofendidos por el comportamiento del electorado californiano.
La elección de Arnie ha hecho trizas esta visión. Para mitigar el chasco se han escrito multitud de artículos. Uno de los mejores lo publicó Gerard Baker en The Financial Times (“Pequeño terremoto en California”, 09.10.03). Baker reconocía el cambio, pero sintetizaba su reticencia, que es la de la izquierda, en cuatro puntos.
Primero, que Arnie tiene que gobernar en la realidad, no en la ficción de una película. Segundo, que Arnie y los republicanos han ganado sobre todo a causa de la impopularidad de Davis, el ex gobernador demócrata. Tercero, que el éxito de Arnie se debe en primer lugar a su estatus de megaestrella cinematográfica. Y cuarto (y este es el punto más revelador), que por mucho que Arnie se empeñe en conjugar republicanismo (es decir, menos gobierno y menos impuestos) con progresismo (control de armas, proabortismo, derechos civiles para los homosexuales), la combinación no parece haber cuajado en el conjunto del republicanismo norteamericano.
En otras palabras, Arnie es un espejismo y cuando se despeje el mal humor generado por una gestión poco brillante, como la de Davis, las aguas volverán a su cauce. El republicanismo retornará a su derechismo tradicional y los californianos a fumar marihuana y a solidarizarse con los pobres de la tierra (léase el Sadam Husein de turno).
La respuesta a este artículo vino unos días después en The Wall Street Journal , de la mano del columnista Daniel Henninger (“Para encontrar el centro, vuelva a la derecha, 13.10.03). Henninger parte de la hipótesis de que el “pequeño terremoto” de Baker es un auténtico seísmo. Datos no le faltan. El 57% de las votantes (mujeres) optaron por los republicanos (Arnie y el otro candidato republicano, un reaganita clásico). También lo hicieron el 41 % de los hispanos y el 23% de los latinos. El corrimiento del voto es tan amplio y tan profundo que no puede deberse sólo al efecto de una mala gestión: es un desmentido en toda regla a una manera de hacer las cosas, un NO gigantesco y popular al progresismo, disfrazado de budismo zen o de izquierdismo de toda la vida.
Por otra parte, Henninger constata que el voto republicano conservador, con fuertes entronques morales, no ha abandonado a Arnie. En contra de lo que muchos habían previsto, los conservadores han respaldado el programa del nuevo gobernador. No parece que este haya sido un puro movimiento táctico para echar a los demócratas. Arnie no es un republicano moderado tal como tradicionalmente se entiende el moderantismo. Arnie no se avergüenza de sus ideas antiintervencionistas. Tampoco parece estar dispuesto a hacer suyas las actitudes progresistas.
Si la gente ha votado por Arnie es porque Arnie es lo contrario de ese republicanismo acomplejado. Es un republicano auténtico, auténticamente desconfiado del Estado, que ha incorporado a su programa elementos de modernización.
Efectivamente, Arnie no se parece –en nada– a lo que suele tener en mente cuando se piensa en un centrista. Más bien recuerda a Giuliani cuando fue elegido alcalde de Nueva York en 1993. Entonces los intelectuales progresistas de la Costa Este llamaban a Giuliani el Mussolini americano.
En el fondo, la discusión terminológica sobre el centrismo es bastante indiferente. Lo interesante es que hay mucha gente que se siente bien representada por el republicanismo de Arnold Schwarzenegger. Y que ha dejado atrás las ilusiones de la izquierda, convertidas una vez más en pesadillas. En estos momentos, en California, el giro al centro es un giro a la derecha.
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