Desde luego, me expresé mal, quería decir que no me parece bien juzgar a una persona por su físico. Yo no juzgo, ni condeno, explico porqué jamás vi actuar a ese monstruo, con perdón, y en cuanto a lo que pueda hacer como gobernador de California, como acaban de elegirle y aún no ejerce, veremos, y juzgaremos, más adelante. Lo que de todas formas yo quería subrayar es que California acaba de dar una lección de democracia al mundo. En efecto, porque en este caso fue una “consulta de iniciativa popular”, o como se llame eso en gringo la que puso en entredicho al antiguo Gobernador, Gray Davis, “demócrata”, y por lo tanto “bueno” para tantos y tantos que condujeron a nuevas elecciones en las que ha sido barrido y el actor republicano elegido triunfalmente.
Pues bien, me parece ejemplar cómo ha funcionado en este caso la democracia representativa en California. Cuando nuestros representantes nos defraudan, habría que poder poner en tela de juicio su mandato –incluso de diputado– antes de las fechas previstas para nuevas elecciones. California lo ha hecho. Lo que, en cambio, no entiendo del todo es cómo el bueno de Gray Davis, demócrata, ha podido arruinar hasta tales extremos al “estado más rico de los USA”, como se suele decir. Es cierto que allí los gobernadores tienen muchos poderes, pero también lo es que en California, como en el resto del país, las empresas son casi todas privadas y la economía, ya que de eso se trata, depende más de los empresarios y de los Consejos de administración, que del gobernador.
Pero de lo que quiero hablar ahora es de democracia y eso nunca sobra y nunca se insiste suficientemente. Por lo tanto, me interesa mucho más el ejemplo democrático californiano que la victoria de Schwarzenegger. Yo no soy “hincha” de ningún partido, ni de ningún jefe o líder. No tengo esa concepción “futbolística” de la política. No soy hincha de Bush, de Aznar, de Berlusconi, lo que se dice nada, ni siquiera de Ariel Sharon (aunque entienda perfectamente por qué en las dramáticas circunstancias de Israel se le ha elegido y dos veces seguidas). Tengo en cambio un profundo respeto por las elecciones y jamás afirmaré, como muchos, que una elección cuyos resultados se consideran “malos” demuestran la resurrección del fascismo. El fascismo lo hizo antes que ustedes, suprimiendo las elecciones. Pero como somos humanos y por lo tanto endebles y contradictorios, confieso tener más simpatía por Tony Blair, que por otros dirigentes que van, más o menos, por la misma onda, y hasta me inquieta verle tan demacrado, resultado probable de esa tremenda y justa batalla que acaba de librar, y que aún no ha acabado.
Y si he criticado y sigo criticando al presidente Chirac no es porque haya evitado a su país participar en una guerra (las guerras son tremendas, incluso cuando son necesarias), sino porque eso era mentira y lo que a fin de cuentas pretendía era defender la tiranía iraquí de Sadam, y los intereses petroleros –y otros– de Francia en Irak. Haciendo esto, Chirac, que respeta –y no puede hacer de otro modo– la democracia en su país, ha traicionado la indispensable solidaridad democrática internacional, intentando salvar tiranías. No se trata sólo de Irak porque la política francesa en África, y no se trata sólo de Chirac, es perfectamente criminal o si prefieren colonialista. Hace decenios que Francia subvenciona a dictadores en África, que participa en golpes de estado, directa o indirectamente, y su responsabilidad en la gigantesca matanza de tutsis en Ruanda, aunque evidente, nunca ha sido condenada, salvo en algún libro, o artículo. Hace decenios que Francia, y además ¡en nombre de la democracia!, hace lo que sea en África, hasta matar, pero sobre todo corromper, para proteger sus intereses, petróleo, materias primas, a veces con el tupido velo de la francofonía, que apenas oculta las tetas tristes de la corrupción y los crímenes de estado como el profundo desprecio por los africanos que todos los gobiernos franceses han demostrado: “A esos, con una buena mordida, les metemos en cintura”.
Acaban de asesinar en Costa de Marfil a una periodista francesa y eso provoca más escándalo que la muerte de mil campesinos, negros por añadidura, y de pronto los franceses parecen despertarse de quién sabe qué sueño colonial. Si un policía marfileño ha matado a un infeliz periodista de la radio RFI (la “voz de su amo” en África) esto ¿podría significar que hay africanos que no nos aman, nos respetan, y sobre todo no nos obedecen? se preguntan los franchutes. Pues sí, señores, y cada vez habrá más. Apenas vale la pena señalar que otros países también tienen una política internacional o nacional, discutible o condenable, pero lo que más me irrita con Francia es que todos esos trapicheos y cosas como peores las realizan en nombre de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, lo que más me irrita es la extraordinaria hipocresía de la política francesa. Otros países, sí, y empezando por el nuestro. ¿Qué tenía que hacer Aznar en Libia? ¿Por qué, después del catastrófico viaje a Cuba, van los Reyes a Siria y soportan (a menos que aplaudan secretamente) los discursos del dictador dinástico comparando Israel a la Alemania nazi? ¿En dónde nos situamos política e internacionalmente, en el campo de la democracia o en el de la tiranía?
Llegado a este punto debo reconocer que leyendo el domingo 19 de Octubre el artículo de Mario Vargas Llosa “El cristal con que se mira” se me cayó el alma a los pies. Mario fue buen amigo mío y admiro casi toda su obra y por lo tanto verle convertido en un Carlos Fuentes bis, en un Chomsky de suburbio, o en una Susan Sontag de pacotilla, o aún peor, en un correveidile de Cebrián, me duele, claro, más de lo que puedan bramar esos escritores. Comienza por indignarse contra la prensa yanqui que no esté de acuerdo con él sobre Israel y su Gobierno y que llegan incluso a defenderlos. Lo considera absolutamente reaccionario y pone como ejemplo contrapuesto la magnífica prensa europea, tan objetiva dice, mientras que yo considero que demasiadas veces su antisionismo se convierte en antisemitismo. Menos mal que el debate comienza a existir en Francia y en otros países europeos –en España, muchos menos–, que la voz oficial y los medios proárabes, propalestinos (que no sólo tiran a la basura como una colilla o un kleenex sin importancia los atentados terroristas, sino que exaltan como héroe y mártir a una de las últimas terroristas suicida y para más INRI ¡porque era abogada!) se enfrentan, desde luego, muy minoritariamente, con otras voces, otras opiniones, que yo con “el cristal con que miro” y que nunca podrá ser racista ya que se trata de democracia, considero más valiosas, y que jamás son el lenguaje del odio. Que es el lenguaje de Hamás, pongamos.
Pero, para mí, Mario se desprestigia para siempre jamás, como pensador liberal que fue cuando exalta la figura del tétrico Edward Said, confortablemente instalado en la Universidad yanqui y que se hizo acompañar por 124 fotógrafos para que se le viera tirar una piedra en los “territorios” y cuyo odio a Israel, a Estados Unidos, y a la democracia, no tiene parangón. Pero, como ha muerto, que en paz descanse. Mario se ha convertido en buen ejemplo de los que nada entienden a la democracia.
En otro artículo, en el mismo periódico (a fin de cuentas es el imperio Polanco quien le paga sus artículos y sus libros), declaró que Sharon y su Gobierno, son “los peores enemigos de Israel” pero que pese a esos “energúmenos” Israel es el único país democrático de la región. Bueno, pues yo pregunto, ¿qué es lo más importante? ¿Que Israel sea el único país democrático de la región, o que a ti, Mario, no te guste Sharon? Y quien eres tu, Mario, o yo o quien sea, para decidir, en lugar de los israelíes, quién debe ganar las elecciones en un país en guerra desde 1948. Pasando de la tragedia al vodevil, lo mismo puede decirse de las elecciones en California, la democracia parlamentaria tiene sus inconvenientes, ya lo dijo Churchill, pero todo lo demás es peor, y me veo casi obligado a preferir al monstruoso actor ese, en lugar de al guapo y talentoso Mario, porque uno ha sido elegido, y el otro, sin darse cuenta, condena a gobiernos que han sido elegidos.