Y la visita de Artur Mas, él mismo urgentemente necesitado de un mediador con el sentido del ridículo, puede que no haya sido el mejor auxilio para sacar de su mundo de fantasía al Juan José que acaba de festejar como propio ese inmenso 16 por ciento de Carod Rovira. La razón es que, aun siendo altamente improbable que nadie piense en Sócrates al contemplar el semblante del lendakari, no hay que descartar que Mas haya aprovechado su sesión fotográfica en Vitoria para hablarle de Francesc Pujols, el filósofo ampurdanés que ahora parece inspirar todos los programas políticos en Cataluña. Pujols, un entrañable orate al que el gran Salvador Dalí siempre tuvo por maestro espiritual, anunció la llegada del luminoso día a partir del cual todo será gratis para los nacidos en el Principado: “Muchos catalanes se pondrán a llorar de alegría; se les deberán secar las lágrimas con un pañuelo. Porque, siendo catalanes, vayan donde vayan, todos sus gastos les serán pagados (…) Al fin y al cabo, y pensándolo bien, valdrá más la pena ser catalán que multimillonario”. Aunque, siendo realistas, es más plausible suponer que la inquietud intelectual de Ibarretxe debe estar volcada estos días, más que en Pujols, en el estudio de la obra de Josu Ternera o de ese otro intelectual que garabateó por primera vez el hacha y la serpiente de ETA, y que ya es materia de aprendizaje para los escolares vascos.
Sea como fuere, sí parece contrastado que la mollera del lendakari se resiste a admitir la evidencia de que en la economía no existe nada parecido a una cena gratis. Porque su plan para crear un Puerto Rico repleto de hachas, serpientes y boinas caladas hasta las cejas lo supone tan gratis total como la jauja de Pujols. Por ejemplo, parece que no se ha enterado de que conseguir salir de la Unión Europea, ni mucho menos, es tan difícil como lograr entrar. Y eso que la eurodiputada Rosa Díez, que tiene la cabeza —y otras vísceras— mejor colocada que el brazo ejecutor del acuerdo de Estella entre el PNV y ETA, ya ha preguntado a la Comisión Europea si el Plan Ibarretxe se ajusta a las instituciones europeas. “No”, ha sido la respuesta. El mismo “no” que escuchó Argelia cuando, en 1962, después de separarse de Francia pretendía que su territorio siguiera siendo, como hasta entonces, una parte más de la Comunidad Económica Europea. Quiere eso decir que no sólo Juan José habría de sustituir el Euro por el Arzallus de vellón o por el Sabino de bellota, sino que todas infraestructuras, y todas las lechugas, y todas las vacas, y también todas las serpientes del “bosque de euzkos” que ahora subvenciona Europa, las tendría que encomendar de inmediato a la intercesión de Francesc Pujols desde el otro mundo. Además, en éste vil y terrenal, Eusko Rico también dejaría automáticamente de pertenecer a la Organización Mundial del Comercio. Querría eso otro significar que, para alegría de Llamazares, Kim Jong Il y otra media docena de descerebrados anti-globalización, todos los productos que las empresas vascas quisieran comercializar a más de cincuenta kilómetros de distancia de la herriko taberna más próxima estarían sometidos a los aranceles que el Gobierno de España considerase adecuados, sin correr ningún riesgo de sufrir una sanción de ese organismo por poner trabas al libre comercio. Llegado ese momento, tal vez Juan José repararía en la anécdota estadística de que 55 céntimos de cada euro que entra en el País Vasco en concepto de ingreso por exportaciones, procede del resto de España.
Llegue el momento o no, es muy probable que repare, porque el PNV acaba de descubrir que existen la media, la mediana y la moda, y anda obsesionado con ese hallazgo. Tanto que ya han empezado a marcar con una diana lo que llaman “el frente estadístico”. Es una preocupación que se asemeja peligrosamente a aquella otra que tuvo Arzallus con “la Brunete mediática”, un poco antes de que asesinaran a López de Lacalle. Están nerviosos con los números porque, mientras ellos levantan monumentos al Sabino Arana que sólo sabía medir cráneos, un equipo de analistas de la Universidad Complutense de Madrid, dirigido por el profesor Mikel Buesa, se ha puesto a medir las repercusiones económicas del plan separatista de Ibarretxe. El estudio, realizado a partir de una muestra representativa de las medianas y grandes empresas que de momento tienen su sede en el País Vasco, ha servido para descubrir que una de cada cuatro de esas sociedades mercantiles se está planteando trasladar su sede a otro lugar de España si el plan de Juan José se lleva a la práctica. Y también ha sido útil para estimar que esa huída del paraíso de los cráneos correctos podría suponer una reducción del PIB vasco del orden del 20 por ciento. En ese Puerto Mísero, la tasa de paro se movería entre un mínimo del 19 por ciento y un máximo del 29 por ciento de la población activa. Asimismo, repara el informe en que Juanjo tendría que ingeniárselas para pagar la prestación a sus nuevos parados sin poder recurrir al 35 por ciento de los beneficios del BBVA (60 millones de euros en 2001) o de Iberdrola, que ahora cobran las diputaciones forales en concepto de Impuesto de Sociedades. Por su parte, los pensionistas y jubilados de la nonata Albania del Cantábrico no sólo se verían liberados del yugo imperialista español, sino que también serían exonerados del trámite de tener que cobrar su paga cada mes. Porque resulta que los 437.000 pensionistas de la comunidad autónoma ya absorberían hoy casi el 70 por ciento del Presupuesto del Gobierno vasco. Hoy, cuando esos pagos los asume la Seguridad Social, y cuando los ciudadanos del País Vasco siguen siendo los españoles que disponen de una mayor renta per cápita: 12.850 euros.
De todos modos, a sus hipotéticos súbditos les queda confiar en que igual que los comunistas jamás estuvieron en la Izquierda, sino en el Este, la república de las boinas y de las serpientes de Juanjo nunca se asentará en el Norte, sino en el Limbo. En el de los Necios, que también existe.