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Nokia no se rinde (aún)

Hace muchos años, muchos, muchísimos, tantos como que Zapatero era todavía un anónimo diputado por León, decir Nokia era decir teléfono móvil. Las principales marcas de la época, que aún eran las europeas Ericsson y Siemens, vivían acogotadas por las siempre brillantes ocurrencias tecnológicas del gigante finlandés. Poco después, cuando empezó eso de las pantallitas de color y de poner cutri-cámaras a los móviles, Nokia volvió a tomar la delantera. Recuerdo cuando lanzaron el 7650, aquel entrañable ladrillo con su cámara (¡ohh!), su teclado deslizable (¡ooh!), su gran pantalla a todo color (¡ooh!) y su flamante Symbian 6.1 que dejaba al resto de móviles del mercado en la estacada.

Eran otros tiempos. Todo el mundo –a excepción de un servidor– quería tener uno en el bolsillo. Nokia los hacía para todos los gustos, de todos los tamaños y al alcance de todos los bolsillos. En el año 2006, que, en mi opinión, fue el año cumbre de la nokiamania, no ser poseedor de, como mínimo, un 5300 (en rojo o azul, a gusto del consumidor) era no estar en la pomada tecnomóvil. Por entonces yo tenía un Treo y echaba pestes de todos los Nokia exactamente por la misma razón por la que soy del Atleti y no del Madrid. Pero al personal eso le daba igual y, como todo el mundo tenía un Nokia, pues se compraba uno y lo dejaba bien visible en la barra del bar para que todo el mundo viese que pertenecía al rebaño.

Al año siguiente sucedió algo que nadie tenía previsto. Apple anunció el lanzamiento de su iPhone, que dejaba, literalmente en bragas, a los más sofisticados terminales de la finlandesa. Luego vinieron los asiáticos, el sistema Android, el renacimiento de Motorola y el apogeo de las Blackberry materializado en la primera Curve y la feúcha pero solvente Pearl. Nokia, todavía y por mucho tiempo líder indiscutible del mercado, contraatacó, pero su momento había pasado. Sus diseños eran más de lo mismo, sus precios tan caros como de costumbre y su sistema operativo una patata desfasada incapaz de medirse con la versión más sencilla del espartano Blackberry OS.

Casi cuatro años después del terremoto iphónida el panorama ha dado un vuelco inimaginable hace una década. Hoy, seamos francos, tiene un Nokia quien no aspira a tener otra cosa mejor. Su serie N se ha vendido más o menos bien, pero más por la insistencia de las operadoras en ofrecer los terminales dentro de los catálogos de puntos que por sus virtudes. Los intentos de acercarse al iPhone OS se han dado una y otra vez contra un impenetrable muro. Apple a diferencia de Nokia sólo ofrece un terminal, nada más uno, con un único diseño y a un precio, digamos, no muy popular, pero es la niña de los ojos de 9 de cada 10 compradores potenciales de un móvil de los buenos. Quien se echa para atrás es porque no quiere contratar la tarifa de datos que lleva aparejada o porque, como yo, se niega a tener el teléfono que tiene todo el mundo.

En la barra del bar, el que puede pone su iPhone bien a la vista, los más modernillos se descargan aplicaciones para estar en contacto y chatear, la gente hace fotos que cuelga en Facebook dos segundos y medio después de hacerlas, muchos juegan con videojuegos en 3D que previamente han comprado en la App Store, algunos hasta se han comprado un helicóptero en miniatura que puede guiarse desde el teléfono y todos hablan paseándose con el móvil en la mano. Ni Nokia en sus mejores tiempos soñó con crear un ecosistema semejante.

Los finlandeses, que tuvieron, todavía retienen, y se resisten a morir. La gama baja del mercado, el llamado low end, sigue siendo de su propiedad, pero ahí hay poco dinero y menos prestigio. En lo que perseveran es en reconquistar la fortaleza de gama alta que en mala hora Apple les arrebató. De la última hornada de terminales ha salido el C6, el C7 y el E7. El primero y el segundo son por fuera émulos perfectos del iPhone. El tercero, el E7, incorpora un teclado y un diseño muy atractivo en la línea de los Motorola más recientes. El problema no está tanto fuera como dentro, en las tripas lógicas del terminal, que siguen corriendo una versión del mismo Symbian que nos maravilló hace 8 años. Es posible que se vendan bien, que las operadoras nos los sigan colocando con los puntos, pero lo que no es posible es que, con tan floja artillería, desbanquen al manzanero rey de la telefonía.

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