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Imagínense que les regalo mi vida

Señores,

Imagínense que, de forma completamente voluntaria, cedemos abiertamente a un tercero nuestros documentos, nuestros recuerdos, nuestras contraseñas, nuestros anhelos y temores, nuestras filias y fobias, el número de nuestras cuentas corrientes, el contenido de nuestros discos duros, nuestras tarjetas VISA y Mastercard, que regalamos a otro a quien ni siquiera conocemos el contenido de nuestras fantasías sexuales, de nuestras inquietudes sociales, humanas, animales, políticas. Que regalamos a alguien a quien nunca hemos visto nuestra mismidad, todos nuestros correos electrónicos, nuestras fotos más íntimas, nuestra agenda de teléfonos, nuestra lista de la compra, los vídeos del nacimiento de nuestro hijo, que abiertamente le contamos todos nuestros proyectos, que le desvelamos qué sentimos realmente por nuestra pareja, dónde vamos a invertir lo que hemos ganado en la lotería, que lo invitamos a que se siente a nuestro lado para que vea qué buscamos en internet, que le permitimos que sea nuestro mediador al comprar cosas, que le regalamos las carpetas con nuestro diario íntimo, que dejamos que fisgue en nuestra basura y, en un alarde de naïveté, le presentamos a toda nuestra familia, nuestros amigos, nuestra pareja, nuestras amantes francesas y al tendero de la esquina, y le revelamos sin pudor todo el entramado de relaciones de amor, lujuria, dinero, indiferencia, amistad y odio que fluyen entre todos nosotros.

¿No se sentiría un poco desnudo ante esta situación?

Poco a poco, Google se ha ido convirtiendo en nuestro confidente y nuestro amigo. En el repositorio aparentemente anónimo en el que volcamos nuestra vida. Google te permite alojar fotos, vídeos, obtener feeds RSS personalizados, almacenar documentos, convertirlos, recibir y enviar correos, sumar, restar, multiplicar y dividir, encontrar ficheros en tu disco duro, direcciones y teléfonos, chatear con personas, o recibir alertas de noticias. Y aparentemente, no hay nada de malo en ello. El problema que yo veo, es que ahora mismo Google sabe que yo soy la persona que está suscrito al feed de RSS de ese blog de lagartos y tiene tal número de cuenta corriente y ha buscado tal depravación en internet y ha escrito un correo electrónico a tal persona que ha buscado drogas baratas madrid el mes pasado y que tengo una página web de maquetas y que en mi email recibo desde hace dos años regularmente correos encendidos de una voluptuosa mujer que no es mi mujer y que tiene debilidad por las joyas caras como se puede ver en su historial de búsquedas. El cruce de datos es el que hace temible a Google. Porque es imposible escapar de él. Google está en todas las puñeteras páginas de internet. Incluso en esta, está contádola con Analytics, sabe quién eres, sabe que has leído este blog, y cuando te vayas a otro lado, estará ahí esperándote con anuncios de Adsense, banners de Doubleclick, o un player embebido de Youtube, y cruzará ese historial de navegación con lo que busques dentro de dos semanas. Y seguirá haciéndolo, imparable, aunque no te de la gana.

Hasta hoy no me había angustiado. Me daba un poco igual que Google supiera que un tal blablabla@gmail.com busca razas de perros en la web, porque no podía llegar hasta mi, no podía llamar a la puerta de mi casa para agarrarme de la solapa. Pero hoy, por fin, sí, cuando he descubierto Google Latitude. Latitude fusiona Google Maps con tu cuenta de Gmail y tu número de teléfono. Te dice dónde estás. Y dónde están tus amigos. En cualquier momento. Así que yo he dejado de ser ciudadanoanonimo@gmail.com para tener un número de teléfono y una casa y un trabajo... y buscar tal cosa, y tener tal blog y tal lista de amigos... Cuando instalas el software, que se queda residente en tu teléfono móvil de un modo harto discreto y friendly, te pide inmediatamente tu cuenta y password de Google. Ya está. El fin de la cadena para Dominar El Mundo ha concluido. Ya tienes cara, cuerpo, ya eres un ente físico en un lugar preciso de este triste universo.

Es algo terrible, espantoso. Ya me lo estoy bajando, y les contaré qué tal cuando termine de instalarlo.

Temerosamente,

Fabián, su Chico Yahoo.
Fabián es terrateniente accidental

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