Cuando internet estaba en manos del Gobierno, una de sus principales normas era que no debía usarse con ánimo de lucro. El comercio electrónico no es que estuviera en pañales: es que estaba prohibido. Para cuando finalmente se decidió privatizar internet, uno de los primeros que decidió que ahí podía haber pasta fue un tal Jeff Bezos, que trabajaba de analista financiero en D. E. Shaw, una empresa de Wall Street conocida por su capacidad para aplicar la tecnología a las finanzas.
Jeffrey Preston Jorgensen nació en 1964 en Albuquerque, sí, la ciudad de Walter White y Breaking Bad. Se cambió el apellido por el de su padrastro, Miguel Bezos, un emigrante cubano, cuando éste lo adoptó legalmente. Tras graduarse en Princeton como ingeniero, pasó por diversos empleos en Wall Street. Mientras trabajaba en su despacho consultó un sitio web que aseguraba que internet estaba creciendo un 2.300% anual.
Aquello le cambió la vida. Desde ese mismo instante se dedicó a investigar las empresas de venta por catálogo, intentando averiguar cuál de ellas podría mejorar lo suficiente al pasarse a internet como para cambiar las rutinas de los consumidores, que somos animales de costumbres. Fue así como llegó a los libros: la variedad en la oferta y en los gustos e intereses de los lectores provocaba que un catálogo mínimamente bueno debiera tener millones de libros. Era por tanto perfecto para internet y sus búsquedas informatizadas.
Las casualidades de la vida hicieron que la convención anual de los libreros tuviera lugar en Los Ángeles al día siguiente, así que voló hasta allí e intentó aprender cómo funcionaba el negocio en un solo fin de semana. Salió convencido de que su idea podía materializarse, y dos días después se puso a llamar a familiares y amigos, tanto para comunicarles su decisión de dejar un empleo bien pagado y estimulante a cambio de un futuro incierto como para ofrecerles invertir en la idea. Su padre, el cubano, le contestó que qué era eso de internet. Pero aún así él y su mujer le dieron 300.000 dólares que guardaban para la jubilación; no porque entendieran su idea, sino porque creían en Jeff más que el propio Jeff.
El puente del 4 de julio de 1994 viajó a Seattle, donde montó la empresa al estilo tradicional, o sea, en un garaje. Durante al viaje llamó a un abogado para que le preparara los papeles y bautizó a la criatura con el nombre de Cadabra, que gracias a Dios cambiaría más adelante porque se parecía demasiado a "cadáver". Escogió el nuevo nombre con un diccionario en la mano: empezaba por la letra "a", lo que le colocaría entre las primeras posiciones de los listados alfabéticos, y el Amazonas era el río más grande del mundo, al igual que Amazon.com, que debía ser la tienda de libros más grande del mundo.
Bezos se tiró trabajando durante un año junto a sus primeros empleados en poner en marcha la web, que abriría sus puertas el 16 de julio de 1995. En su primer mes en funcionamiento, y para sorpresa del propio Bezos, había vendido libros por todos los rincones de Estados Unidos... y en otros 45 países. Tras llegar el primero, su premisa a partir de ahí fue no dejar que nadie se le adelantara, creciendo rápido aunque eso se comiera los beneficios. Algo de éxito ha tenido. Hoy día es el decimoquinto hombre más rico del mundo, con una fortuna estimada en 34.500 millones de dólares. Así pudo comprarse el Washington Post con un poco de dinero suelto, el tío...