El pasado 10 de agosto, un tribunal de San Francisco condenó a Monsanto, ahora propiedad de Bayer, a indemnizar con 289 millones de dólares al jardinero Dwayne Johnson, quien culpa de su cáncer terminal al glifosato que usaba para eliminar las malas hierbas del jardín del colegio donde trabajaba. El jurado consideró que la empresa era culpable por no haber incluido en el etiquetado del herbicida que podía causar tumores, no por ser directamente responsable del cáncer del jardinero.
La compañía se enfrenta a cerca de 5.000 demandas similares, provocadas por la polémica decisión de un organismo de la OMS de etiquetar el glifosato como "probable cancerígeno", pese a la opinión contraria de la inmensa mayoría las agencias sanitarias y medioambientales de los países desarrollados, incluyendo Estados Unidos y la Unión Europea. Monsanto ha reaccionado asegurando que recurrirán la decisión y recordando los más de 800 estudios y metaestudios "apoyan el hecho de que el glifosato no provoca cáncer y no causó el cáncer del señor Johnson".
El glifosato es considerado como un herbicida más económico y menos peligroso para la salud que otras alternativas. Monsanto fue la primera empresa en venderlo en 1974 bajo la marca Roundup, pero la patente expiró en el año 2000 y decenas de empresas lo comercializan hoy día. Funciona inhibiendo una enzima exclusiva de las plantas que está involucrada en la formación de ciertos aminoácidos imprescindibles. Por eso no es tóxico para animales, que carecemos de dicha enzima.
Su uso lleva siendo objeto de polémica desde los años 90 por el desarrollo por parte de Monsanto de diversas variedades de plantas transgénicas (soja, maíz, algodón, etc.) resistentes al glifosato, que permitían a los agricultores podían fumigar sus campos con el herbicida sin temer que afectara a la producción. Ninguna de estas semillas se comercializa en Europa debido a las dificultades regulatorias que imponen las autoridades, temerosos por la reacción de la opinión pública, convencida por años de campañas ecologistas contra los transgénicos carentes de cualquier respaldo científico.
El uso del glifosato recibió un duro golpe por la decisión contraria al consenso internacional por parte de la Organización Mundial de la Salud de calificarlo como posible carcinógeno en 2015. Dos años después, una investigación de la agencia Reuters concluyó que el científico que dirigía el comité que tomó la decisión, Aaron Blair, tenía acceso a datos que no mostraban ninguna relación entre glifosato y cáncer, pero prefirió no comunicarlos y la agencia no los tuvo en cuenta. Blair reconoció que de haberlos dado a conocer la decisión probablemente hubiera sido distinta, pese a lo cual la OMS se ha mantenido en sus trece. Reuters también tuvo acceso a un borrador del informe y observó que en el texto final se habían eliminado diez referencias a estudios contrarios a su consideración como carcinógeno.
Por su parte Christopher Portier, el científico que animó a la OMS a analizar el glifosato y fue asesor del comité, admitió durante otro juicio que fue contratado como experto por un bufete que representaba a supuestas víctimas del glifosato solo dos semanas después de que se publicara la decisión de calificarlo de carcinógeno. Desde entonces se ha embolsado cientos de miles de dólares por su trabajo como testigo experto y asesor en este tipo de casos. El tribunal le permitió declarar como testigo en este caso.
Sir Colin Berry, profesor de patología en la Queen Mary University de Londres, reaccionó a la publicación del informe protestando por el hecho de que los autores hubieran incluido en su evaluación el linfoma no Hodgkin, "un diagnóstico que no se usa ya en patología porque es demasiado impreciso. Incluso si se incluye solo hay 7 estudios al respecto, de los cuales solo uno es positivo y, en mi opinión, no es un buen estudio. El peso de la evidencia está contra la carcinogenicidad... Este informe parece ser bastante selectivo". El cáncer de Dwayne Johnson es un linfoma no Hodgkin.
En todo caso, incluso es clasificación como probable carcinógeno en el grupo 2A coloca al glifosato en la misma categoría que trabajar de peluquero, tener turno de noche o comer carne roja. Este tipo de demandas son la razón por la que en Estados Unidos la mayor parte de los productos tienen larguísimas y en ocasiones absurdas etiquetas advirtiendo de los peligros más tontos que uno pueda imaginar.