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¿Es realmente malo saltarse el desayuno?

Es un tópico decir que ésta es la comida más importante del día. Pero, ¿es cierto?

No están tan claras las virtudes del desayuno como podría pensarse. | Flickr/CC/Maarten Danial

Hagamos una encuesta con la pregunta del título. ¿Qué resultado saldría? Cualquiera podría apostar sin riesgo que una abrumadora mayoría del sí. Y es que nos han dicho por activa y por pasiva –los medios de comunicación, los supuestos expertos, las agencias sanitarias y gubernamentales, etc.– que prácticamente bajo ningún concepto debemos saltarnos el desayuno e incluso que es la comida más importante del día. La idea de no saltarse el desayuno ha pasado de ser un concepto científico a convertirse casi en un dogma de fe.

Nadie a estas alturas se extraña pues de que, por ejemplo, los Dietary Guidelines de EEUU recojan expresamente que "saltarse el desayuno ha sido asociado con aumento de peso". De este modo, las autoridades públicas parecen advertir que más de 30 millones de estadounidenses se saltan el desayuno, como llamando la atención sobre una conducta negativa. Sin embargo, esto está basado más en la especulación que la evidencia.

En 2014, investigadores de la Universidad de Columbia analizaron en 36 personas con sobrepeso los efectos de un desayuno alto en fibra, de uno bajo en fibra y de no desayunar. El resultado fue que el único cambio de peso apreciable fue el del grupo que no desayunó, el cual redujo peso.

Por el contrario, si nos ponemos a buscar las pruebas por las que se sienten respaldados gobiernos como el de EEUU a la hora de recomendar no saltarse el desayuno, resulta que son más débiles de lo que cabría esperar. Uno de los principales estudios citados al efecto es uno de 2007 aparecido en la revista Obesity, pero se trata de un estudio observacional (no aleatorizado y controlado), un tipo de estudio que no es fácil de replicar. Puede resultar sorprendente que el propio comité de los Dietary Guidelines norteamericanos admita que la evidencia en contra de saltarse el desayuno sólo resulta razonablemente consistente en adolescentes, pero es modesta en niños e inconsistente en adultos. Entonces, ¿por qué tanta certeza en la recomendación del desayuno?

David Allison, de la Universidad de Alabama-Birmingham, encontró cinco estudios aleatorizados que analizaron la relación entre desayuno y obesidad y ninguno de ellos ofrecía una evidencia clara de que saltarse el desayuno conduzca a un aumento de peso. Por ejemplo, en uno de esos estudios controlados con 300 voluntarios durante 4 meses no se halló diferencia alguna de peso entre saltarse o no el desayuno. Otro estudio aleatorizado, éste británico, también de 2014 llegó a las mismas conclusiones: no había diferencias en peso, azúcar en sangre o colesterol entre quienes tomaban el desayuno y quienes no lo hacían.

Muchos detractores de la idea del incuestionable desayuno simplemente lo hacen como expresión de su filosofía dietética basada en los beneficios del ayuno intermitente. Mientras se dilucida esta cuestión, otros muchos expertos pretenden apelar al sentido común: coma cuando tenga hambre.

Aparte de todo esto, una cosa debería resultar evidente: más allá de defender o cuestionar el desayuno, está claro que no todos los desayunos son iguales.

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