1907. Hacía dos años que Einstein había publicado su relatividad especial. Según él mismo cuenta, "estaba sentado en una silla de la Oficina de Patentes de Berna. De repente me asaltó un pensamiento: si un hombre cayera libremente, no sentiría su peso". A simple vista no parece nada extraordinario, pero tampoco lo era la imagen de competir con un rayo de luz y ya vimos lo que dio de sí.
La idea le obsesionó. No podía dejar de imaginar todo tipo de objetos y personas cayendo. Por ejemplo: si alguien se encuentra encerrado en un ascensor con objetos en el suelo y la cabina se descuelga y empieza a caer sin freno, el desgraciado que está dentro dejará de sentir la gravedad y los objetos que están a su alrededor flotaran igual que si estuvieran en el espacio vacío.
Einstein imaginó otro supuesto. Si ese mismo ascensor lo dejamos flotar en el espacio, sin gravedad, y lo enganchamos a una nave espacial que lo remolque hacia arriba acelerando enormemente, el ocupante del ascensor sentirá una fuerza que le pega al suelo. Y lo que es más, si soltara objetos desde su mano, caerían al suelo del ascensor. Nuestro vapuleado experimentador no podría distinguir si está encerrado en una cabina posada sobre la superficie de la tierra, sin moverse, o si viaja arrastrado por una nave de viaje por galaxias infinitas, que es lo que está pasando realmente.
La luz tampoco distingue
El siguiente experimento mental que hizo fue casi definitivo. Tenemos al señor en el interior de la cabina siendo arrastrado hacia arriba por la nave. Su sensación es la misma que si estuviera atraído por la tierra. De hecho es imposible de distinguir. Entonces abre un diminuto agujero en una de las paredes y un rayo de luz penetra en la cabina. En el tiempo que el rayo tarda en llegar a la pared de enfrente, la cabina se mueve ligeramente hacia arriba, ya que está siendo acelerada con fuerza por la nave. Así, cuando finalmente la luz llega a la pared opuesta, lo hace en un punto ligeramente inferior al que habría impactado si la cabina estuviera quieta.
El pobre observador que está dentro, si pudiera analizar a cámara lenta la trayectoria del rayo, vería cómo la luz se curva cuando entra en la cabina hasta rebotar en la pared opuesta algo por debajo de donde debería haber impactado. ¡Pero es imposible! Habíamos quedado que el señor de dentro de la cabina no podía saber si está quietecito en la superficie de la tierra, o arrastrado por una nave a través del espacio. Según esto, este experimento de dejar pasar un rayo de luz sería un truco para distinguir si es atraído por la gravedad o si es arrastrado. A no ser... que aunque esté inmóvil en la superficie de la tierra, dentro de la cabina, también se curve la luz.
Efectivamente. Esa es la solución. Einstein imaginó que los efectos tenían que ser los mismos y por lo tanto la luz se curvaría también afectada por la gravedad de la tierra o de cualquier objeto enorme.
Y llegamos a la famosa fórmula E=mc2
Las implicaciones de este descubrimiento fueron grandiosas. La luz sería atraída por la gravedad de forma muy parecida (aunque con menos fuerza) que cualquier objeto que lancemos a lo lejos y termine cayendo a la tierra. Por otro lado la luz supuestamente no pesa porque no es materia sino sólo energía, pero sí parece verse afectada de la misma forma por las cosas con materia, por lo tanto parece haber una equivalencia entre la materia (masa) y la energía.
Vendría a decir que las cosas con masa, las que se cogen y pesan (como una canica) es equivalente a las cosas que no pesan pero que producen energía (como un rayo de luz del sol que calienta nuestra piel). ¿No nos suena esto de algo? E=mc2 (Energía=Masa multiplicada por un número enorme). Efectivamente. La energía y la masa tienen una equivalencia. Vamos, que vienen a ser lo mismo.
Ahora hay que demostrarlo
Einstein no sólo predijo estos fenómenos, sino que sugirió cómo demostrarlo: con un eclipse de sol. El experimento consistía en aprovechar el momento en el que el sol queda oculto para evitar que nos ciegue. En ese instante podremos apreciar el brillo de las estrellas cuya luz nos llega en línea recta rozando la superficie del sol. Sin embargo, según predijo Einstein, debido a la enorme masa del astro rey, esos rayos de luz emitidos por las estrellas serán desviados ligeramente de tal forma que los telescopios las fotografiarán en un lugar ligeramente diferente al que deberían de estar.
El 29 de mayo de 1919 Inglaterra mandó dos expediciones al mando del astrónomo real sir Arthur Eddington; una a Sobral (Brasil) y otra a la isla portuguesa de Príncipe en la costa atlántica africana. El eclipse se produjo y las expediciones recogieron los datos. El resultado fue tal y como predijo Einstein. Gran Bretaña había encumbrado para siempre al físico alemán acercando posturas entre los países poco después de la Gran Guerra.
Todo es relativo... a la velocidad de la luz
La Teoría de la Relatividad General se publicó definitivamente en 1915. Supuso un cambio radical en la concepción del universo que Newton nos había mostrado. A partir de la curvatura de la luz, Einstein dedujo una mágica multitud de principios que pusieron patas arriba la física clásica.
Varios años más tarde, en una visita a un costosísimo observatorio astronómico en Estados Unidos, su mujer Elsa comentó: "y tú sólo has necesitado un lápiz y un papel". El gran logro de Einstein había sido ese: demostrar cómo el ser humano, sin más recursos que su propia inteligencia, es capaz de descubrir los intrincados mecanismos de la naturaleza.
Sin embargo, y paradójicamente, ese ímpetu en la búsqueda de la verdad ha quedado distorsionado al antojo de una sentencia falaz utilizada sin fundamento para justificar el relativismo moral, tan de moda: "Todo es relativo". Una frase que pretende validarlo todo y que no es más que la antítesis del pensamiento de Einstein. Como él mismo indicó en 1931 al enterarse de que los nazis habían publicado un libro titulado 100 autores contra Einstein, respondió: "¿Por qué cien? Si yo estuviera equivocado, hubiera bastado con uno".