Exponerse a largo plazo a la contaminación del aire puede llegar a provocar cambios físicos en la estructura de nuestro cerebro y afectar a nuestras funciones cognitivas. Eso es lo que revela un nuevo estudio realizado en humanos realizado por científicos del Beth Israel Deaconess Medical Center (BIDMC) y de la Escuela de Medicina de la Universidad de Boston.
La muestra fue tomada con más de 900 participantes del Framingham Heart Study, una investigación de larga duración que analiza la salud cardiovascular de los ciudadanos de Framingham, Massachusetts. Todos ellos de mediana edad o en la etapa de senectud. Para la valoración, tuvieron en cuenta el lugar de residencia de los participantes así como imágenes tomadas por satélite, con el fin de poder evaluar su exposición a partículas finas presentes en el ambiente donde viven. Estas partículas finas y sustancias químicas se encuentran en nuestra atmósfera y alteran su composión. Son menores de 2,5 micras de diámetro (PM2.5) y proceden habitualmente de fábricas, plantas energéticas, industria y automóviles. Son especialmente dañinas para nuestra salud ya que penetran profundamente en nuestros pulmones y pueden llegar a ocasionar problemas cardiovasculares o accidentes cerebrovasculares según se ha demostrado en investigaciones anteriores.
Para evaluar los daños que estas pueden causar en nuestra más que apreciada cabeza, los investigadores incluyeron en el análisis el volumen total del cerebro y el del hipocampo, que muestran el grado de atrofia cerebral asociado a la edad y los cambios en el área del cerebro responsable de la memoria, respectivamente. También analizaron el volumen de la sustancia blanca, una parte del sistema nervioso central que indica el grado de patología y envejecimiento y los infartos cerebrales encubiertos que habían sufrido los participantes. Fue así como pudieron constatar que un aumento de tan sólo 2 microgramos por metro cúbico en las partículas finas presentes en nuestras ciudades, aumentaba el riesgo de padecer infartos cerebrales.
También se observó que aquellos que vivían en zonas más contaminadas poseían un volumen cerebral equivalente al de una persona un año mayor, en comparación a aquellos que vivían en áreas con menos polución. Su riesgo de padecer accidentes cerebrovasculares silentes era un 46% superior a los habitantes de entornos rurales.
Según explica Elissa Wilker en el comunicado emitido por el BIDCM, "este es uno de los primeros estudios sobre la relación entre la polución y la estructura del cerebro. Nuestros hallazgos sugieren que la contaminación del aire está asociada con efectos negativos sobre el envejecimiento cerebral estructural, incluso en individuos sin demencia ni apoplejía".
Según una investigación realizada en 2013 por el Instituto de Física de Londres, la polución provoca que cada año mueran más de dos millones de personas en todo el mundo a consecuencia del incremento de las partículas finas en nuestra atmósfera.
Que la contaminación afecta a nuestra salud no es algo nuevo. Ya en 2011 un estudio realizado con ratones dejó en evidencia que convivir con partículas contaminantes puede provocar no sólo cambios físicos en el cerebro, sino también depresión, problemas de memoria y de aprendizaje. Otra investigación presentada el pasado mes por el Hospital de Niños de los Ángeles revelaba que la contaminación del aire afecta al desarrollo del cerebro incluso antes de nacer provocando, además de esto, un menor peso en el recién nacido. Según declaró para Reuters el autor de dicho estudio, "la exposición a la contaminación del aire durante el embarazo o en la niñez temprana produce problemas en el proceso de desarrollo de los tejidos cerebrales, de modo que altos niveles de exposición causan anormalidades cerebrales aún más graves". En 2012, la Sociedad Gerontológica Americana presentó en San Diego los resultados de otro estudio en el que señalaban que la polución afecta también a la función cognitiva de personas mayores.