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Cavendish, el científico misógino

Autor de importantísimos descubrimientos, el científico era un excéntrico con aversión a las mujeres.

Este uno de los poquísimos retratos que existen del científico Henry Cavendish (1731- 1810), uno de los más prolíficos y discretos de la historia de la ciencia. Le incomodaban tanto las relaciones sociales y en especial con las mujeres que se aisló hasta perder el norte en cuanto a vestimenta y usaba ropa que llevaba medio siglo pasada de moda: casaca de terciopelo, calzas, sombrero de tres picos y camisa de cuello alto con puños de volantes.

Era rico, por eso vivía despreocupado de la realidad del día a día con su padre en una mansión en pleno Soho londinense, muy de moda entre los aristócratas de la época. A pesar de ello, no se relacionaba con casi nadie y hablaba lo estrictamente necesario. Tan poco dado era a las relaciones sociales que en la residencia Clapham Common, a la que se mudó tras la muerte de su padre, abrió una puerta lateral para su uso exclusivo. Así no tenía que cruzarse con nadie al acceder a su hogar. Solo era fiel a una cita social semanal, las cenas de la Royal Society, en las que pocos querían sentarse a su lado, puesto que la conversación era casi inexistente.

Un punto especialmente inquietante sobre la personalidad de este genio de la ciencia era su aversión a las mujeres. Era un misógino cobarde. Empezó sintiendo incomprensión por las féminas que derivó en repugnancia. Ordenó a las sirvientas retirar todos los retratos femeninos, que no le dirigieran la palabra ni se dejaran ver. Si se cruzaban con él serían despedidas.

Cavendish no tuvo relación con mujeres durante su crecimiento. Su madre murió en el parto de su hermano cuando era tan solo un niño. Las tradiciones en Inglaterra en la época que le tocó vivir no ayudaron. Las escuelas a las que acudió no eran mixtas y a los varones se les advertía que debían actuar con extremada precaución en presencia de mujeres. Así, este científico no sabía cómo comportarse con ellas. Excepto con una, la duquesa de Devonshire, conocida como la reina de la moda londinense. Con ella mantenía elocuentes conversaciones sobre mineralogía y química.

A Cavendish le parecía una pérdida de tiempo documentar sus hallazgos en revistas científicas. Por eso, los historiadores y la comunidad científica tardaron un tiempo considerable en averiguar, revisando sus apuntes, que muchos de los hallazgos de científicos reconocidos como Joseph Priestley, Georg Simon Ohm, Charles-Augustin de Coulomb o Michael Faraday ya los había descubierto antes Cavendish. Fue otro científico, James Clerk Maxwell, quien más de un siglo después de su muerte investigó la producción científica de Cavendish y publicó sus hallazgos en un libro. Podéis consultarlo aquí.

El extravagante Cavendish descubrió que el agua no era un elemento como sostenían los griegos, sino que estaba compuesto por hidrógeno y oxígeno; calculó la densidad de la Tierra; averiguó que el aire estaba compuesto por oxígeno, nitrógeno y otros gases. Cumplidos los setenta años llevó a cabo su experimento más célebre: midió con fabulosa precisión para aquella época la constante de la gravitación universal con un aparato diseñado por él, la balanza de torsión. Es uno de los experimentos que más paciencia y delicadeza han requerido de la historia de la ciencia. Hoy en día repetirlo en las mismas condiciones y con el material que utilizó este hombre solitario es misión imposible.

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