Las centrales térmicas solares han sido tradicionalmente la fuente de energía más cara del mercado en la actualidad, aunque al no existir demasiadas instalaciones, los cálculos sobre la mejora de la eficiencia no están muy claro. La principal innovación que ha recibido esta tecnología recientemente han sido las megacentrales construidas en pleno desierto, como es el caso de la planta Ivanpah, situada en el desierto del Mojave en California, no muy lejos de Las Vegas.
Estas centrales funcionan con miles de espejos que se orientan de modo que reflejen la luz a un punto en concreto de una torre donde calientan agua de modo que, como sucede ya en casi todos los sistemas de generación eléctrica, gire una turbina y ésta genere la electricidad. La de Ivanpah tiene, en concreto, tres torres y 300.000 espejos en total. Es propiedad de Google y NRG Energy y fue abierta el 13 de febrero de 2014 tras recibir un crédito del Gobierno de 1.600 millones de dólares para su construcción. En noviembre pidió una subvención de 539 millones para poder pagar el crédito y hasta la fecha ha generado alrededor de un cuarto de la energía prevista debido al mal tiempo.
Un mes después de su puesta en marcha, una directiva del aeropuerto de Las Vegas envió una carta a los responsables de la planta con testimonios de pilotos quejándose sobre los intensos reflejos de la luz. Uno de los pilotos describe que volar cerca de la instalación es algo parecido a "mirar al Sol":
El rumbo de vuelo de nuestro avión pasaba por encima de la instalación. En el momento de mayor brillo ni el piloto ni el copiloto podían mirar en dirección a la central debido al intenso brillo. Desde el asiento de piloto del avión, la intensidad del brillo era como mirar al Sol, y la luz llenaba alrededor de un tercio de la ventana frontal del copiloto.
Pero no se acaban ahí los problemas. En otra planta aún no inaugurada en Nevada, Crescent Dunes, una prueba de funcionamiento se saldó con la muerte de 130 pájaros. La planta, más pequeña, orientó una tercera parte de sus 17.500 espejos a 365 metros sobre el suelo, una altura que es aproximadamente el doble que la de su torre central, para así poder calibrar su funcionamiento. Entonces los operarios empezaron a notar estelas de humo y vapor de agua. Eran pájaros, que quedaron calcinados al pasar por la zona donde más luz se estaba concentrando. Durante las cuatro horas de duración del test, contaron 130 de esas estelas.