Los cuestionamientos humanos no tienen límite, y el conocimiento científico tampoco. Entre los miles de artículos científicos que se publican cada semana se esconden pequeños diamantes sin pulir, que hacen que la ciencia sea más divertida. Desde hace tres años, el periodista científico francés Pierre Barthélémy rescata cada semana en Le Monde algunos de estos trabajos que nos dan la risa, recogidos ahora en el recién publicado libro Crónicas de ciencia improbable.
Las hembras de mamíferos tienen el celo, momento álgido en el que avisan que pueden ser fecundadas o, al menos, es lo que se creía. En la actualidad, se considera que las mujeres han perdido ese punto de 'bestialidad' a lo largo de la evolución y que ya no muestran ese atractivo sexual para el apareamiento.
Para demostrarlo, investigadores de la Universidad de Nuevo México (EEUU) publicaron en 2007 en la revista Evolution and Human Behavior un estudio realizado con 18 bailarinas de lap dance en un club de striptease. Los resultados fueron sorprendentes: sugerían que las mujeres siguen teniendo el celo.
Pero no fueron análisis biológicos que lo confirmaron, sino las ganancias generadas de las propinas de los más de 5.300 bailes de contacto que estas voluntarias realizaron a lo largo de dos ciclos menstruales. Como las mujeres ganaron más dólares durante los días precedentes a la ovulación, los autores de la investigación concluyeron que las Homo Sapiens siguen mostrando más sex-appeal en el momento de reproducirse.
Empezando por esta primera crónica, el periodista científico Pierre Barthélémy recopila 51 ejemplos de ciencia improbable, estudios científicos "aparentemente grotescos que nunca debieron realizarse o publicarse", explica a Sinc en una conversación telefónica desde Cognac (Francia), donde reside. Con el libro Crónicas de ciencia improbable, publicado este otoño por Blackie Books, Barthélémy retrata "la ciencia que primero hace reír y luego pensar".
A preguntas "un poco grilladas y descabelladas" como "¿Qué es más caliente: el paraíso o el infierno?", "¿A qué velocidad va la muerte?", "¿La otra fila va realmente más rápido?", "¿Leer en el baño es bueno para la salud?", "¿Las mujeres hacen que los hombres se vuelvan más estúpidos?", "Amante de los animales: cuidado con tu pene", entre otros, el francés responde con rigor científico y una nota de humor.
En muchas de sus crónicas, Barthélémy hace referencia a los artículos científicos que desde el año 1991 son reconocidos cada año en los Premios IgNobel en la Universidad de Harvard (EEUU). "El interés de la ciencia es responder a todas las preguntas, incluso a las que parecen estúpidas", dice el periodista, quien añade que la ciencia tiene las herramientas para responder a todo tipo de cuestiones.
Para el autor, el objetivo del libro no es hablar de estudios divertidos y sorprendentes, sino también mostrar que la ciencia es para todo el mundo. "Aprendemos mejor cuando nos divertimos", manifiesta. Juega con los aspectos divertidos de la investigación sin perder de vista la referencia científica de cada tema.
Científicos locos… y divertidos
El libro recoge estos trabajos con un tono ligero y cierto sarcasmo. No obstante, el toque chistoso del autor no es siempre necesario. "Hay historias que son divertidas por sí solas, los científicos tienen sentido del humor y eso no hay que olvidarlo", recuerda el periodista, que señala que los investigadores no siempre responden a la imagen de seriedad y rigurosidad en un laboratorio con una bata blanca. "También hay científicos que se divierten".
Y esta es una excelente manera de abordar la ciencia. A Barthélémy le apasionan los investigadores que experimentan sobre sí mismos. El autor destaca algunos ejemplos, como el del científico que probó a colgarse por la ciencia o el que aplastó sus testículos para entender el porqué del dolor. "Una cosa de locos", dice riendo el periodista. Pero recuerda que experimentar sobre uno mismo era una práctica relativamente común hace unas décadas.
Y esta es una excelente manera de abordar la ciencia. A Barthélémy le apasionan los investigadores que experimentan sobre sí mismos. El autor destaca algunos ejemplos, como el del científico que probó a colgarse por la ciencia o el que aplastó sus testículos para entender el porqué del dolor. "Una cosa de locos", dice riendo el periodista. Pero recuerda que experimentar sobre uno mismo era una práctica relativamente común hace unas décadas.
En una de sus crónicas, "Los crujidos de los dedos estudiados durante 50 años", un alergólogo californiano nacido en los años 20 y harto de que su madre le dijera que hacer crujir los dedos le provocaría de mayor artrosis en las manos, decidió probarlo sobre sí mismo. Hizo chascar los dedos de su mano izquierda al menos dos veces al día durante 50 años. En total, las articulaciones crujieron 36.500 veces en esa mano mientras que las de la mano derecha no se movieron.
Los resultados, publicados en una correspondencia en la revista Arthritis and Rheumatism en 1998, demostraron que su madre mentía. Las manos no mostraron diferencias ni signos de artrosis. Gracias a su estudio, en 2009 le galardonaron con el premio IgNobel y fue el primer paso para que otro equipo de investigación llevara a cabo un estudio publicado en 2011 que incluyó una muestra de 200 ancianos. Las conclusiones fueron las mismas.
Pero, ante tantos estudios chistosos, ¿pierden los científicos credibilidad? El francés opina que no. Prueba de ello es que los propios Premios IgNobel se han convertido en un clásico "ligero y divertido". "Es verdad que al principio a los científicos no les gustaba ser premiados, pero en la actualidad les divierte y están mucho mejor aceptados", declara. "En el fondo, todos contienen una verdadera cuestión que hay que resolver; no se gasta el dinero con estudios estúpidos".
La ciencia como cultura
Con el libro, Barthélémy pretende que la ciencia sea accesible a todos. El periodista considera que la cultura científica debería formar parte de la cultura a secas. "En Francia, como seguramente en otros países europeos hay una falta de cultura científica bastante impresionante", asegura.
Según el autor, el sistema escolar francés utiliza las ciencias no para convertirlas en una herramienta de descubrimiento, sino de selección de las élites, de los alumnos más aventajados: "Las grandes escuelas de ingenieros dominan el sistema y todo está construido en torno a un objetivo: ser admitido en uno de estos exclusivos centros universitarios".
En general, los alumnos no estudian ciencias por el mero gusto de saber, y eso "es dramático", dice el francés. "No se llega a explicar que la ciencia es una herramienta de lectura y desciframiento del mundo", destaca el periodista, que recuerda que cuando él cursó un bachillerato científico, en ningún momento se le habló de astronomía, "la madre de las ciencias", la define.
Con sus crónicas, el periodista pretende mostrar que cualquiera puede entender la ciencia: "Todos tenemos en nuestro interior una curiosidad por el universo, por la biología y por la psicología humana. La ciencia no ha de asustar".
Barthélémy señala su smartphone: "Hay más ciencia fundamental en el interior de este artilugio que en ningún otro objeto cotidiano que el humano haya creado jamás". Solo hay que preguntarse: ¿cómo funciona?