Cada once años, los polos magnéticos del Sol se invierten. Es algo que también sucede en la Tierra, pero en nuestro caso tarda varios cientos de miles de años. Esos ciclos solares afectan al clima, la capa de ozono y hasta las emisiones de radiofrecuencia. Durante el periodo en que se invierte la polaridad, conocido como máximo solar, aumenta la emisión de radiación, las manchas solares y, sobre todo, las erupciones solares, que son lo que nos preocupa.
Las erupciones son violentas explosiones en la superficie visible del Sol, de una energía equivalente a decenas de millones de bombas de hidrógeno. Como estamos suficientemente lejos de nuestras estrella, no nos fríen por mucho que se produzcan en nuestra dirección. Pero sí pueden producir eyecciones de masa coronal (CME, por sus siglas en inglés), unas ráfagas de plasma y radiación electromagnética capaces de llegar a nuestro planeta.
¿Y qué sucede si esa eyección llega hasta la Tierra? Entonces se produce el fenómeno que conocemos como tormenta solar o geomagnética. Nuestro planeta está protegido por su propio campo magnético, que desvía la mayor parte de las partículas cargadas de la eyección. No obstante, algunas de ellas colisionan con la atmósfera, produciendo como resultado las auroras boreales.
Casi siempre, ese es todo el efecto que producen. El problema estaría en si la tormenta es especialmente fuerte. Como contaban en Ocean's Eleven, no provocaría un Hiroshima, pero sí que nos acercaría a la Edad Media. Afectaría a todos los aparatos electrónicos, aunque lo más probable es que los pequeños dispositivos individuales no sufrieran demasiado, necesitando como mucho un reinicio para volver en sí. El problema se centraría sobre todo en los satélites, que están mucho más desprotegidos, y en los grandes transformadores de alta tensión, que podrían quedar inutilizados provocando grandes apagones por todo el mundo.
Un precedente: el evento Carrington de 1859
En septiembre de 1859, una tormenta solar fue tan fuerte que llegaron a verse auroras boreales hasta en las Islas Baleares o América Central. Como entonces no teníamos ni satélites ni redes eléctricas, la tormenta no produjo los graves daños a los que nos podríamos enfrentar hoy de repetirse el fenómeno. Sin embargo, ya existían redes de telégrafo, y éstas si se vieron gravemente afectadas. Además de interrumpirse las comunicaciones, algunas oficinas se incendiaron debido a las chispas que emitieron los telégrafos. Otros en cambio pudieron seguir funcionando sin problemas... sin necesidad de estar conectados a ninguna fuente de energía eléctrica.
Aquella tormenta solar se llama evento Carrington en honor al astrónomo que la observó. Richard Carrington se convirtió así no sólo en el primero en contemplar por primera vez una erupción solar, sino que fue capaz de relacionarla con sus efectos en la Tierra.
El 23 de julio de 2012, la NASA detectó una explosión solar que estimaron cuando menos comparable a la de 1859. Afortunadamente, no apuntaba a la Tierra, pero lo habría hecho si se hubiera producido una semana después en la misma área del Sol. Entre uno y otro se han producido algunas tormentas solares que han tenido efectos locales en zonas cercanas al polo norte, como el apagón que dejó Quebec a oscuras durante nueve horas en 1989, o los que en 2003 afectaron a varias ciudades suecas.
El problema es que los transformadores de alta tensión, que son los equipos que se verían más afectados por una tormenta solar, son difíciles de reemplazar. La operación puede llevar dos meses, suponiendo que exista uno ya disponible. Si hay que encargarlo al fabricante, puede tardar de seis meses a dos años. Y eso sería en un momento cualquiera. Si fallaran muchos en todo el mundo, los plazos se alargarían.
Una de las formas de enfrentarse a este posible apocalipsis electrónico es mejorando la vigilancia de estos eventos solares, de modo que las compañías eléctricas sepan con suficiente antelación lo que se les viene encima. De este modo, si la tormenta es grave pero no catastrófica, podrían preparar la red para que pueda soportar la caída de parte de la misma. En el caso de que fuera un nuevo evento Carrington, el último recurso sería desconectar la red hasta que suceda y optar por un apagón temporal antes que afrontar consecuencias más graves. En cualquier caso, los más afectados serían los países más cercanos a los polos.
¿Es muy probable que suceda? Según un estudio publicado en febrero por el físico Pete Riley, existe un 12% de posibilidades de que tengamos una tormenta solar como la de Carrington durante la próxima década.