Un viernes muy rojo
No puede haber mayor ordinariez que comprar en Black Friday: todos en masas, lo mismo y compartiendo tiempos y descuentos.
Ayer acababa el "Blas Fraile" o "Black Friday", frusbies, fritos o rubíes, o como quieran pronunciarlo. A Dios doy gracias porque usar Instagram en los últimos 10 días había llegado a ser una auténtica tortura: una teletienda cutre impulsada por los influencers de turno, con códigos de promoción y cientos de mensajes dignos de reportar a la bandeja de spam. Pero con la desgracia de que en Instagram eso no existe. Se traga uno al vendehumos de turno; o, en su defecto (o virtud) le silencian, le dejan de seguir o se cierran la red unos días. Da igual si son cremas, bragas, consoladores, pintalabios, pintamonas, soplagaitas o bolsos aspiracionales. La clave es vender. Vender mucho y no importa si bien. Y, aunque yo sea partidaria de no dejar de consumir, hay que reconocer que lo de la venta excesiva con el "viernes negro" ya provoca náuseas de tanto escucharlo. Piensen que tras "black friday", llega la teletienda para los amigos invisibles (que no son más que eso: amigos a los que no ven pero les regalan objetos impersonales), los Papa Noel, los Reyes y luego las rebajas. Y en enero remataremos la faena con "Blue Monday", el lunes más triste del año. Y así fusionamos esto con San Valentin (San Solterín para los solteros), luego la Semana Santa que cada vez es menos Santa y más semana… y así hasta "empacharnos" y reventar del todo con la locura del consumo inconsciente e impulsivo.
No es este un discurso progresista y rancio para incentivar que nos quedemos en casa ahorrando, tampoco es un manifiesto por la sostenibilidad: es sólo una declaración del marketing tan cansino al que estamos confinados, sea en redes, en la televisión, la radio, la prensa y en todas las tiendas. Me resulta tan agresivo que se nos imponga cuándo comprar, que con rebeldía sin causa he decidido no comprar jamás para "Black Friday". No puede haber mayor ordinariez que comprar todos en masas, lo mismo y compartiendo tiempos y descuentos.
Con ellos, nos damos cuenta del agotamiento creativo que padecemos en Occidente. Concluyo que se va noviembre, y con ello el tiempo. El tiempo sin tiempo. Porque ahora lo único que queda es sol con frío. Frío con nieve. Frío con lluvia. Frío con viento. Frío con Pedro Sánchez. Frío con la estupidez humana. No se me ocurre qué otro desastre natural nos visitará para quedarse.
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