¡Vaya tela!
Todavía somos testigos de cómo los Juegos Olímpicos de Tokyo son carne de polémica.
Madrid está al desnudo estos días, algo que me recuerda al ruido silenciado que se va de vacaciones. Despedimos un julio que nuevamente resultó incierto: vimos caer a nuestra Selección en una absurda semifinal, yo sobreviví a la cepa Delta del Covid-19, y todavía somos testigos de cómo los Juegos Olímpicos de Tokyo son carne de polémica, y no a causa del deporte. Madrid despide hoy, por ejemplo, las ‘noches de películas’ del Gran Hotel Inglés que descubrí hace escasos días (un hotel que saltaba hace muchos años a la fama por ser la ‘casa de acogida’ de Zapatero cuando éste era diputado), en las que música y gastronomía hacen un perfecto tándem en un espacio decorado al más puro estilo rococó inspirado en el glamour británico (pero desde el Barrio de las Letras) y a escasos minutos del ya mítico Four Seasons (por cierto, ¿vieron el parking de Galerías Canalejas? Tiene más glamour que mi casa). Pero, que no cunda el pánico, estas noches etílicas y gastronómicas volverán al legendario hotel a partir del 16 de septiembre.
En estos días calurosos apetece ir ligero de ropa y sin maquillaje. Algo que seguro que comparten, con menos frivolidad y más sentido, algunas deportistas que sobreviven mediáticamente a base de saltar de polémica en polémica.
De las mentoras de ‘no juego con bragas al balonmano porque me siento incómoda’ (equipo noruego femenino de balonmano), y de la creadora de ‘me seguiré poniendo este minishorts de Adidas aunque moleste’ (Olivia Bren, atleta paralímpica inglesa amonestada por los jueces del comité británico por llevar una vestimenta ‘demasiado reveladora’), llega ‘no me maquillo porque se me corre el rimmel con el agua’.
Las deportistas de natación sincronizada y gimnasia artística deben ir maquilladas y ya cansa también este asunto para algunas de ellas. Cuando están practicando deporte, el maquillaje sólo se convierte en una molestia. También la ropa (escasa) que llevan. Fue, de hecho, en mayo de este año cuando tres atletas alemanas de gimnasia artística en el campeonato europeo de Basilea decidieron enterrar el clásico vestido-bañador de competición por unas especie de maillots que tapaban íntegramente las piernas. Cual protesta silenciosa, su lucha era contra la hipersexualización de la mujer en este deporte. Hombres tapados y sin maquillaje; mujeres, "destapadas" y maquilladas como puertas. Comodidad y libertad, versus incomodidad e imposición. Todo ello no causó demasiado revuelo en tanto en cuanto se permite competir con ‘maillots’ a mujeres por cuestiones de índole religioso, por ejemplo, por lo que nunca fueron amonestadas. Mientras para algunas deportistas como la jugadora de fútbol Ali Krieger estadounidense ir maquillada la hace "más guerrera", para otros es una imposición machista. ¡Arriba la pestaña! y ¡Forza al morro rojo! A mí maquillarme me empodera, pero aquí, para gustos, sombras de ojos.
En Madrid si te mean, debes decir que es lluvia. No dirán lo mismo en Tokyo. No. Las tradiciones se institucionalizan convirtiéndose en normas que pueden ser modernizadas o actualizadas, pero todo ello lleva su trámite y su tiempo (su triste burocracia). No podemos pretender imponer nuestras normas de la noche a la mañana aún con el sentido común de nuestra parte. Quien no quiera lentejuelas para la gimnasia rítmica, que salga en bañador sostenible y ecológico, firmado por Greta Thumberg, y que les tape desde el cuello hasta los tobillos. Pero dejemos ya de buscar polémicas absurdas. ¿Que las noruegas quieren más tela? Que vistan como quieran, pero que justifiquen todo este revuelo ganando y haciendo algo útil por su país, y no sólo para generar titulares, que es lo que me genera una pena enorme. ¡Y estoy con ellas, que conste, me parece abusivo que no puedan jugar con la ropa que proponen! Pero lo que cansa soberanamente es que se desvirtúe la esencia del deporte, y la politización entre hasta en los vestuarios.
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