Hipocresía y cosas de la edad
Estamos ante una sociedad que consume belleza por un tubo, pero sentencia a una mujer por operarse.
Las mujeres inseguras ya no saben si “ponerse tetas” o dejarse los pelos en las axilas a lo Amaia de OT. De cuando en cuando las marcas te “cuelan” a alguien “normal”, pero siguen nutriéndose y nutriéndonos a base de plasmar la deseada perfección estética, generando una absoluta pérdida de identidad entre el sector de la población menos estable emocionalmente. Y empieza el conflicto interno. El Hamlet del s.XXI sería influencer y escribiría en su Instagram “ser guapo y de plástico, o ser natural y feo. Esta es la cuestión”.
Reflejo de ello está la idolatría a las protagonistas de Hollywood: todos aman, siguen y admiran a Demi Moore, pero a la primera de cambio, si la vida les da esa oportunidad, se la sentencia por apreciar un cambio en su imagen (¡y qué más da, si son cosas de la edad!).
Estamos ante una sociedad que consume belleza por un tubo, pero sentencia a una mujer por operarse. Y es que, aunque haya pasado ya más de una semana del “desastre Demi Moore” como dicen, y aun yo mencionándolo por encima la semana pasada, el debate sigue latente.
A mi madre no le gusta que me ponga bótox en la frente para evitar el envejecimiento prematuro (mi “entrecejo” goza de dos arrugas importantes a causa de fruncir el ceño), pero sin embargo no deja de recordarme lo delgada que estaba hace 10 años. (Sí, mamá, si me leyeras por un casual, no te lo tomes de manera personal). Y es que, en efecto, padecemos el ‘naturismo-ficticio’ de querer ser guapos pero que esa “guapura” nos venga de serie. ¡Cuántas veces hemos oído lo de “esa es guapa porque pasa por el quirófano cada año” o “¡habría que verla sin maquillaje!”. Si no se nace guapo, no se puede aspirar a ello. O eso parece.
Entonces: nos encontramos anclados otra vez en el “acéptate y quiérete como eres” y “la arruga es bella” mientras Instagram se va llenando de vídeos de los ‘antes y después’ de maquillaje, dietas o casos brillantes de cirugía estética.
En la <moral sociestética> nadie se escandaliza si seguimos una dieta para adelgazar (no por prescripción médica sino por placer visual), pero sí si pasamos por el quirófano para someternos a una reducción de mamas (como hizo Anita Matamoros, por ejemplo). Si nos gastamos 5.000 euros en un viaje, es “enriquecimiento emocional” (aunque sea para estar en una hamaca en las Maldivas bebiendo agua de coco en un vaso de coco natural con sabor a coco); mientras que si invertimos 5.000 euros en una rinoplastia (que es algo que nos acompañará el resto de nuestras vidas), es vanidad. Piénsenlo bien: si alguien se opera a los 30 años la nariz, por ejemplo, por 6.000 euros, y vive hasta los 80 años, la nariz le estaría saliendo a 150 euros el año (algo que deberían estudiar aquellas personas que optan por la rinomodelación con ácido hialurónico a 600 euros por año). Analicemos más casos. 500 euros para el vestido de invitada a una boda, bien; para corregir las arrugas, vanidad. Sumemos y sigamos. Las lecciones estéticomorales son de las más peligrosas. Nacen en el complejo, se reproducen con la mofa virtual y anónima, y mueren cuando la envidia silencia el ego.
Resulta que hay un término acuñado también para estas burlas a causa de la medicina/cirugía estética, que se llama ‘surgery shame’, que representa los muchos memes y burlas a las que someter a un personaje público que decide cambiar su imagen (y dicho cambio no es aceptado socialmente).
En 10 años escribiendo en este espacio (de los 20 a los 30) he pasado de tener una visión peyorativa de la medicina estética a pensar que cada uno haga con su imagen lo que dé la real gana. No sé si lo he escrito ya en alguna otra ocasión, pero como dice mi muy buen amigo Manuel Quintanar “a partir de cierta edad todos somos responsables de nuestras caras”.
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