Ana Obregón reaparece esta semana protagonizando una de las portadas más esperadas, enfundada en un sencillo, elegante y otoñal abrigo en color negro nos regala una de sus entrevistas más difíciles.
La de Ana es una belleza que va más allá de lo estético. Siempre me ha parecido una mujer tremendamente pasional y enérgica. Que el gran Gianni Versace pusiera el ojo en Ana Obregón significa que la bióloga tiene“ese-no-sé-qué” que le hace única e inimitable. Porque guapas y con cuerpazos las había a montones. Pero la belleza de Ana iba un paso más allá. Aunque la mayoría asocien más la actriz al clásico posado veraniego, a mí todavía me sigue maravillando ese Versace-little-dress (pequeño vestido) en morado eléctrico (cuando todavía, por aquel entonces, ninguna corriente ideológica se había apropiado del color), que lucía en un evento, aun con su color de pelo natural, acompañada Alessandro Lequio. De morena representaba esa belleza racial; colorida de rubio, se convirtió en más “moderna” y “trendy”.
De ese minúsculo vestido han pasado ya 30 años. Corría el año 1990. (Yo acababa de nacer- así que tiro de hemeroteca-). Sin embargo, mi primer contacto “en directo” con Ana fue a través de la pequeña pantalla con aquella serie con final polémico: Ana y los 7. Aunque aquel personaje que encarnaba me generaba cierto rechazo, siempre la encontraba tremendamente atractiva, a pesar de los desastrosos outfits que le ponían para desempeñar el rol de la niñera que de noche se transformaba en stripper. Demasiado ‘animal print’, un clásico de Ana, que a mí cada vez me gusta menos si no es en mi gato Mourinho. Mucha pluma, brilli-brilli y abrigos de piel, para luego (de día) convertir a una baby-sitter en una ejecutiva vestida con falda tubo, tacón de aguja y camisa y chaleco que se convierte en la ‘segunda madre’ de 7 niños en una mansión de La Moraleja. Hay conceptos estéticos que nunca entenderé. Pero Ana era demasiado Ana y su cuerpo también soportaba aquello. La que nace guapa, lleva la guapura de manera innata: y la vulgaridad material expuesta en una belleza intangible, es menor vulgaridad.
Tuvo su momento boho-chic, sus apariciones folclóricas, sus transparencias y sus muchos encajes, su estilo informal (¡nadie puede tener tanto glamour en chándal, como Ana y su mítico conjunto deportivo en color rosa pálido!), sus muchas apariciones cual actriz hollywoodiense reinterpretando a Marilyn Monroe... La vistieramos como la vistiéramos, Ana seguía (sigue) siendo mucha Ana. Está dando una lección de espiritualidad, señorío, valentía y fuerza a media España. Y este es el vestido más difícil de llevar, el de encontrar una razón cada mañana que te dé fuerzas para seguir navegando.