Dentro de una semana, si Dios lo permite, nuestro Gobierno y el Covid-19, estaré en una boda. No la mía, claro está. Se trata de una de esas bodas que han sido pospuestas por el Estado de Alarma. ¡Valientes ellos, por no aplazarla mucho más! Conozco decenas de casos de no-bodas que se celebrarán en un año, si es que el amor sobrevive a las pandemias y al tiempo. Aunque mucho me temo que más difícil lo segundo.
Pero espero que esta en concreto se celebre. Y es que la semana pasada me fui a escoger un vestido. Un vestido que ahora tendrá que ir con su mascarilla de complemento. Ahora, además de combinar bolso con zapatos, joyas, peineta y demás: también toca escoger una mascarilla. ¿O acaso pretenden ir a una boda con una mascarilla blanca adquirida en la farmacia? Hackett te diseña tu mascarilla a juego con el pañuelo o la corbata. No tengo claro qué exige el protocolo en cuanto a las mascarillas para una boda de noche, pero puede que Simón, cuando se estrene en una ceremonia así (y deje el surf de Portugal), sepa indicarnos. Mientras tanto, yo he fichado las de la marca Andrea's Closet Millinery. Más bien es un regalo de mi muy buena amiga Patricia Carbajosa, conocida por el japomediterráneo de moda de Madrid, KaButoKaji. De hecho, Patricia, o Patty para los amigos, la semana pasada le regaló una de la misma firma a la Doctora Carla Barber, que ella misma compartió en redes muy agradecida por el regalo.
Son mascarillas de fiesta y de noche. Elegante, trabajadas. Confección artesanal. Tejidos caprichosos, como yo los llamo en el buen sentido. La mía en cuestión, tiene unas perlas en un lateral, y un lazo negro para "amarrarla" detrás del pelo, y evitar el efecto orejas-de-soplillo. La mascarilla, además, irá a juego con un tocado con plumas. Lo del tocado, aun no lo tengo claro, pero no dudaré en hacerme fotos y compartirlas. Por no saltarme el protocolo, voy a sustituir la palabra ‘tocado’ por ‘adorno’ o ‘complemento’, y tan felices. Si es que hoy, mientras respetes lo de los colores, todo vale, si lo sabes llevar y defender.
Por fortuna, los novios no se han marcado un Pilar Rubio y no han vetado ni el rojo, ni el azul ni otros colores. Blanco y negro, no. De acuerdo. Así que me fui a Las Rozas Village (para ir a por "mis" marcas fetiche, pero con rebaja), y que fluya la magia. Es de esas ocasiones en las que, después de estar meses sin salir de casa y sin asistir a eventos y fiestas, ya si te arreglas, que sea por todo lo alto.
Recurrí a mis clásicos: Carolina Herrera, Purificación García, Roberto Verino y Roberto Cavalli. (Versace se me escapa del ‘presu’, la verdad). Entrando en todas estas tiendas, entendí dos cosas: la primera, que están medio vacías, lo que significa que, o la jet-set está descansando en Sotogrande, o es que ya no hay ‘jet’ y sólo es ‘set’ de ‘pe-set-eros’, pues esta crisis tan mal gestionada está arrasando con todo y con todos (pero hasta otoño no seremos conscientes de ello); y la segunda, que el verde-verde es (o debió de ser en un pasado no muy lejano) tendencia. Por verde-verde me refiero al verde puro, intenso, verde hierba. Ni caqui, ni pálido, tampoco desteñido (este verano se lleva como si lo hubieras lavado con lejía), ni turquesa ni ningún híbrido de hierba. No verde Vox. No verde ecologistas. Verde a secas, que no seco.
Me decidí por dos verde-verde de Purificación García: uno, más de gala, en un tejido que simula el chifón (pero más democrático), con cola, y compuesto de dos piezas (‘too much’ para una boda y más propio de una ‘alfombra roja’); otro, de encaje, más romántico, más fácil de llevar pero también más aburrido.
Después, di con uno rojo-pasión de Roberto Verino. Con mangas asimétricas, ajustado, de un tejido elástico y muy fácil de llevar, con este vestido tuve mi primer flechazo. (Por ello, me decidí por el, y porque un Verino nunca te falla). Pero creía necesitar la confirmación de mi entorno, así que mandé las tres opciones a unas 15 personas de mi whatsapp. La duda (mi duda) se convirtió en un caos de opiniones, que me invitaban a concluir que, si no hay consenso para la estética, no esperemos acuerdo en la ética y en lo moral; también concluí no volver a depositar mi devenir estético en la opinión social, porque es una pérdida de tiempo.
Resultaba curioso que un perfil de mujeres a las que invité a participar en mi elección renegaba del rojo puesto que lo encontraban "demasiado ceñido" a mi cuerpo (verán el sábado que viene, que habré cogido 2 kilos más, si sigo con estas comilonas).
La gente tiene opinión para todo y no hay consenso para nada. Es el encanto de la estética que no sigue nada establecido. A mí, ahora, me tocará lo más difícil: defender mi elección. Y meter tripa. Defender mi vestido. Y rezar para que no anulen la boda, que mi mascarilla no se pierda (como me ha pasado ya con una decena) y que mis juanetes no despierten.