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Katy Mikhailova

Una eternidad con Pedro y Pablo

Yo soy de esas que guarda con cariño cada mascarilla, porque lleva un rastro de mi carmín y me recuerda que ayer volví a besar con la mirada.

Yo soy de esas que guarda con cariño cada mascarilla, porque lleva un rastro de mi carmín y me recuerda que ayer volví a besar con la mirada.
Las mascarillas de Ágatha | Lidl

Yo confieso que el martes acudí a una terraza al lado de la casa de mis padres, aquí, en la periferia, en Las Rozas de Madrid, relativamente cerca del casoplón de los Iglesias-Montero. ¡En bici seguro que llego! Con bandera rojigualda, por si las moscas y ‘moscos’.

En la terraza se respiraba un ambiente enrarecido. Y no por el virus, precisamente. Los camareros estaban tensos. La gente demasiado seria. Algo en mí me generaba cierta incomodidad, y es como si me sintiera "insolidaria". ¿Debo emborracharme sólo en casa? O ¿es mi deber social contribuir a que los bares no desaparezcan? No sé si a ustedes les ha podido pasar lo mismo. No sé si quizá la terraza de Ramsés (ahí, en mi adorada Puerta de Alcalá), al tener más glamour, pueda respirarse más contaminación pero también más energía.

Pero aquel día (este martes) no me sentía cómoda. No sabía si estar con la mascarilla y quitármela con cada sorbo que le daba a esa Estrella Galicia decorada con ‘Dalíes’ de La Casa de Papel, o si por contra directamente guardar la mascarilla en mi bolso. Por momentos pensé en que quizás todavía nadie ha inventado (y menos aun, patentado) una mascarilla con pajita incluida, y un pequeño orificio en tal complemento que conecte la pajita con la mascarilla, evitando así que el líquido salpique la tela. (Ojo a este párrafo: cualquier que lo lea descontextualizado, pensará otra cosa).

Después de formular en silencio semejante invento, me dije: ¡¿qué más da?! Si son de un solo uso las mascarillas (en teoría). Hubiera sido divertido haber improvisado un agujero yo misma, con tijeras o directamente una quemadura de cigarrillo, y haber incorporado la pajita yo misma, y así tenerlo todo: mascarilla, seguridad y cerveza en boca.

La verdad es que les diré a todos esos románticos-ecologistas-con-causa que decían "¡oh! Bendito confinamiento que ha reducido la contaminación. El Planeta nos manda el mensaje de que paremos un poco"... les diré, como decía, que ahí por donde voy a correr entre las 20 y 22 horas entre la Urbanización de Golf y Molino de la Hoz (seguimos en la bendita periferia, sí; y en los divinos horarios de Pedrito y el lobo) que me encuentro una mascarilla tirada en el suelo en plena naturaleza cada 5 minutos de trote.

Yo soy de esas que guarda con cariño cada mascarilla, porque lleva un rastro de mi carmín y me recuerda que ayer volví a besar con la mirada. Por eso, cada mascarilla la conservo como si fuera la última, mientras ahorro para tener una de Vuitton. (No sigan mi ejemplo).

Entremedias, Kim Kardashian no ha tardado en hacer de las suyas: ¡y sí! Ella también. Con polémica añadida: una mascarilla para cada color de piel. Si es negra, la mascarilla puede ser negra; si es blanca, pues blanca. Si se es blanca lechosa, hay una mascarilla para blancas lechosas. Si se es pelinegra-peligrosa (como dice la canción de reguetón) además de reina a diosa, existe una mascarilla para ocultar el bigote que ha decidido no depilar porque en los centros de belleza ‘las chinas’ no le hacen el bigote a una (no le quitan, en verdad): sólo pies y manos. Sólo pies y manos. Y pago en efectivo, oiga. A pesar de que recomienden los "Doctores Virus" pagar con tarjetas para evitar el contagio a través de las monedas. (Por cierto, esta noche soñé con Simon, ¡pesadilla total!). Pero es que la OMS y la Sanidad-podemosocialista no se ponen de acuerdo en si el Corona-beer sobrevive en objetos inanimados. Y, mientras tanto, las chinas prefieren no contabilizar ciertos ingresos. ¡Y aquí paz y después crisis! Crisis económica. Porque la moral, ya ha pasado, desde que la cerveza al aire libre ha recorrido nuestros cuerpos. Sólo nos falta el fútbol, para animarnos del todo. Yo, cada día que pasaba esta semana, recordaba el ‘aniversario’ de alguna Champions blanca. ¡Claro, teniendo en 13 es fácil! Y las de "color". El domingo fue el aniversario de la décima, el martes de la decimotercera, el jueves la decimoprimera… cada día me ponía una camiseta del Madrid distinta.

Agatha Ruiz de la Prada tambien tiene sus mascarillas, agathizadas, en Lidl, con donativo a Save The Children. ¡Deben de haber volado! Pero yo no puedo ir a Lidl por eso de que "no me pilla cerca", pero podría ir en bici en "des-hora" (a las 12, por ejemplo), y nadie me dirá nada. Porque la ironía de la estupidez es estar: no poder salir a correr para correr, pero sí salir a correr para ir a casa de un amigo en cualquier momento del día.

Y me pregunta además qué estoy haciendo con mi vida y qué mala suerte tengo de no haberme confinado en Francia para hacer la tremebunda cola para entrar en un Zara. ¡Sí! En un Zara. Porque la ropa, amigos, se acaba. Y con ella, nuestras vidas. Imagínense: ¡qué terror repetir el poncho playero de la temporada pasada! Porque lo de Internet… lo de comprar con la app de Zara… como que no. Mola más ir al probador, a ver si pillo el Corona. ¡Es como ir a pillar cacho al Kapi un viernes noche! ¡Que fluya la magia!

Con esto y con otras tontunas, me despido por hoy. Espero que el lector-traidor (el troll Prisoe, básicamente) sepa tomarse el artículo con un ápice de sentido de humor y otro ápice de coherencia; ya que no nos ponemos de acuerdo ni para aceptar que no podemos vivir eternamente en Estado de Alarma. Eternamente con Pedro. Eternamente con Pablo. Eternamente con alarma. La del móvil para amanecer, y la del reloj para salir a correr. ¿Se imaginan una eternidad así?

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