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Katy Mikhailova

Hijos de la vergüenza

La Isla de las Tentaciones podría ser una de  las mayores representaciones del declive de ética y estética de las juventudes españolas.

Fani en La isla de las tentaciones | Mediaset

Hace un tiempo Mario Conde planteaba en su Instagram la diferencia entre la infidelidad y la deslealtad. Después de un gran revuelo de opiniones y casi sin ningún acuerdo, aun con ciertas dudas semánticas, la infidelidad podría tener una connotación más física y la deslealtad más moral. O podría no tenerla, y en realidad estamos perdiendo nuestro tiempo. Amén de que la lealtad/deslealtad pueda ser hacia un amigo, un familiar, un trabajo, un valor o una nación, deslealtad podría ser, por ejemplo, hacer-un-Rosalía, cuando se recoge un Grammy, y agradece uno en catalán.

Lo que está claro es que sea como fuere, lo que estamos viviendo de La Isla de las Tentaciones podría ser una de las mayores representaciones del declive de ética y estética de las juventudes españolas (o, afortunadamente, de una parte). Más que "Isla", el producto televisivo debería llevar por nombre algo así como "generación de la vergüenza, de la inmoralidad y de la deslealtad". "Hijos del todo vale" y de los "valores de quita y pon" como sus uñas y extensiones. Cada vez me doy más cuenta de que la largura de las extensiones del pelo es proporcional a la anchura de la desfachatez y la sinvergonzonería, y de eso saben muy bien estos "jóvenes" televisivos que están propiciando el espectáculo más bochornos de la última década.

Verán: hay una tal Fani cuya relación sentimental, de siete años, ella es la "celosa" y la "desconfiada". Se jacta de haber buscado en el móvil de su novio algún indicio de infidelidad, y lo más que pudo encontrar fue un mensaje de una compañera de trabajo. Esta señora en cuestión (que de señora tiene poco), tan vulgar de estética como de morales como se puede ver, se ha dedicado a poner en práctica la infidelidad y la deslealtad televisada con el primer pretendiente que se le ha cruzado, dejando vídeos para la posteridad de toda clase imágenes en la piscina y en la cama, y sin importarle un ápice el hecho de que su novia veas tal humillación.

No voy a juzgar jamás a nadie porque haya sido infiel a su pareja. Lo que no consigo entender es que dicha infidelidad se fragüe con cámaras grabándole a uno las 24 horas del día, y a sabiendas de que estos podrían ser los "cuernos" más mediáticos del año.

Lo que también es una vergüenza es que ‘La Rosalía’ pase de feminista absoluta a "tirarle billetes de 100" (como dice la canción de su ex, C Tangana), a strippers en una discoteca en Los Ángeles. Ella, tan defensora de los derechos de la mujer, participa de ese acto tan humillante como desagradable junto a otras cantantes como Dua Lipa. Y ya todo vale. Todo le vale: ya puede insultar a los españoles que votaron a Vox, que aparecer con 4 ostentosos abrigos de zorro en plena ola de calor, que hablar en catalán en unos premios internacionales, que afirmar que hace flamenco cuando lo que esta señora ejecuta (además de nuestros oídos) es rumba folclórica al ritmo de reggaeton con letras feministas; y aquí van a ser aplausos.

Una vez más compruebo que por alguna extraña razón el mal gusto estético tiene algo que ver con el mal gusto moral. Aprecio que la vulgaridad en la vestimenta, coincidiendo con la largura de las uñas-vampiro, tiene algo en común con la vulgaridad emocional, y que el ancho de la silicona de las prótesis para "embellecer" las carencias internas tiene mucho que ver con "ancha es Castilla" y anchos son los tacones de la falta de respeto hacia lo que podrían ser los valores del compromiso, el respeto y la coherencia. Porque el Feminismo de esencia no se gesta en una letra de alguna canción pasajera. No, señora. Ya dijo Woody Allen que, cuando las personas dejaron de creer en Dios, han empezado a creer en cualquier cosa.

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