
Leo en un titular "El restaurante nudista de París echa el cierre por falta de clientela", y lo primero que pienso es que debe de tratarse de uno de esos artículos del Mundo Today y similar. Pero no. No es una broma. La realidad supera la estupidez. Y el decoro es un concepto que brilla por su ausencia, abrazando la "sinvergoncería" (me lo acabo de invetar, para los puristas) y el mal gusto.
Lo de comer desnudo viendo a otras personas desnudas, imaginándome que en la cocina los cocineros van desnudos y los camareros se pasean desnudos, me quita el apetito. No sé a ustedes. Lo siento por los nudistas que me lean. Una cosa es ir a la playa y bañarse en el mar, para sentir cierta sensación de libertad y desinhibición (eso dicen los nudistas expertos); y, otra muy distinta es sentarse en un entorno civilizado, para compartir una mesa y una experiencia gastronómica en compañía de amigos, observando a desconocidos, con sus respectivos cuerpos, sin ningún tipo de vergüenza y, por supuesto, de atuendo. De lo primero a lo segundo hay un gran salto y un enorme retraso. Y el fracaso de la taberna francesa demuestra que todavía a los humanoides de Occidente les queda cierta esperanza en materia de dignidad y sentido de la estética.La noticia de que O'Naturel echara el cierre podría ser un indicio de estar en un punto de inflexión vital en el que el nudismo ya no vende; no en la urbe, por lo menos.
Cuesta mucho creer que el ser humano, después de todo lo que ha avanzado (siendo la ropa una de nuestras grandes evoluciones: vestíamos por pudor, higiene y manifestación del estatus social), esté dispuesto a acudir a un restaurante en plena ciudad para comer desnudo. Y pagar de media, por cabeza (o cuerpo), 80 euros.
Pero, pobre de mí, que no puedo marcharme de este mundo sin vivir la experiencia en mi propia piel… aun tengo algo de margen para comprar un billete a París. Ir y volver en el mismo día (y sin necesidad de maleta). Quizá hasta pueda que Ryanair lance una oferta específica para esta acción culto-gastronómica, con el fin de ahorrar el mayor peso posible, para que viajemos sin bultos y sin ropa (y que el único bulto por el que no haya que pagar sean nuestros michelines, herencia del Roscón de Reyes y otros excesos, y lo que cada quien lleve en la entrepierna y en su moral).