Por las noches no pego ojo pensando en la extraña ausencia de un ministerio de Moda en el nuevo Gobierno. Entre otras muchas fantasías políticas, me pregunto por qué dicho órgano estatal no viene liderado por una miss. Por ejemplo, María Jesús Ruiz, ya que, además, la semana pasada ya estaba incorporada en Madrid tras su peculiar paso por la isla de Supervivientes. ¡Hasta le ha dado tiempo a ser portada de Lecturas! En bikini, sonriente, con unos pendientes en los que pone ‘Rich Bitch’ -no sé si sabe inglés la jienense-, y con un titular en el que afirma haber sufrido maltrato de género. Aplaudo su valentía de contarlo, pero me parece que esa estética con ese discurso resulta una ofensa para las víctimas de violencia de género.
Hablando de misses, quizá estamos ante el final de la era de los desfiles en bikini. Al menos en los Estados Unidos, salvo que Donald Trump intervenga en ello. De momento sólo se ha empezado por el ‘show’ de las adolescentes norteamericanas. Algo que me parece bien. Son adolescentes, menores de edad, y hay que proteger al máximo su imagen. Pero, al ritmo al que vamos, no me extrañaría nada que esta misma filosofía se aplicara al concurso de adultos, algo que me parecería un grave error.
Más allá de las tradiciones de este tipo de espectáculos, la cuestión radica en el hecho de participar en un concurso que aspira a elegir a la "mujer más bella" del año de una localización concreta -país, región, ciudad…-. Para ello, se tiene en cuenta, no sólo la apariencia física, sino también el estilo, la actitud y muy simbólicamente el nivel cultural. Eliminar un pase en donde el cuerpo se muestre en un traje de baño me parece ridículo, ya que en las playas se enseña tanto o más.
No me sorprende para nada que esto fuera a ocurrir, cuando la Fórmula 1 ha decidido prohibir la existencia del rol de las famosas azafatas. No estoy ni a favor ni en contra de que siga existiendo esta "profesión" esporádica que respeto como cualquier otra. Estoy a favor de que sean ellas mismas las que decidan si quieren o no formar partes de esta dinámica profesional, y estoy en contra de la locura que estamos viviendo en la que, si un hombre le abre la puerta a una mujer, ésta -en algunos casos concretos- se sienta ofendida.
Por cierto, yo también abro la puerta a una mujer y la dejo pasar primero cuando me apetece o la situación así lo pide. No es una cuestión de hombre contra mujeres, y viceversa. Si no nos unimos todos, nunca acabaremos con esta lacra social que en España en sólo 15 años ha acabado con más vidas de mujeres a manos de sus parejas que ETA en 40 años. Pero de ahí a obsesionarnos con cualquier símbolo que respire femineidad y la voluntad de ejercerla de una mujer me parece desproporcionado.