Conversaciones sobre el adiós de Givenchy
Hubert sabía captar la esencia de las mujeres, entender las tendencias sociales y crear su realidad en torno a estos dos puntos concretos.
Hablar de Hubert de Givenchy en un medio ajeno, mayoritariamente, a la moda es como en la redacción de una revista de moda debatir la prima de riesgo. Hay una barrera cultural, basada en el desinterés, que a menudo separa un mundo de otro. La pena es que un nombre de una persona empieza a ser sonado en todos los ámbitos cuando éste fallece. Y es que nos dejaba este lunes Hubert de Givenchy a los 91 años de edad. 91 años de gloria, de arte, y de fama en vida, que no es poco. A más de uno, hasta la semana pasada, Givenchy le debía de sonar a una marca de perfumes o cremas anti-edad. Pero hoy todos -la inmensa mayoría- ya saben que fue un grande de la alta costura y el prèt-â-porter- de la moda en general-; una industria, que si algo tiene de bonita es que se basa en la fantasía y la creación y la recreación de sueños que se plasman en materiales que visten a personas.
"Él adoraba a Balenciaga, cuando éste se retiró en un acto muy generoso le envió a todas sus clientas", me cuenta Carmen Lomana. "Era un hombre extraordinario, de esos que no volverán", añade.
Casi ninguno -seguramente- de los que me están leyendo cuenta con un Givenchy auténtico en su armario, pero seguro que aquellos que compran en Zara, Mango o H&M -aún sin saberlo- tienen prendas de vestir "inspiradas" en este creador francés. Marcaba tendencia. Y los demás le seguían.
"Hubert de Givenchy fue un gran diseñador francés. Tenía su casa de Costura enfrente de Balenciaga, al que siempre admiró como el gran genio de la moda que era", me cuenta mi querida amiga Covadonga O’ Shea, una de las fundadoras de la revista Telva y probablemente una de las mujeres que más saben de moda y de alta costura en España.
"Hubert y Cristóbal eran muy amigos", continúa Covadonga: "Cristóbal me contaba cómo muchas veces cruzaba la Avenida George V en París, y, al terminar su trabajo, se acercaba a su casa-taller. Pasaban muy buenos ratos juntos. Los dos personajes eran de carácter serio, dos hombres cultos que compartían sus ideas sobre la moda, para vestir a una mujer elegante, con mucha clase, y a la vez moderna para su época", señala la que es la única persona en este mundo que ha entrevistado a Amancio Ortega y que lo ha podido transcribir en un libro.
Hubert sabía captar la esencia de las mujeres, entender las tendencias sociales y crear su realidad en torno a estos dos puntos concretos. El modisto de auténticas celebridades como Audrey Hepburn -su mejor embajadora- y Jackie Kennedy, fue alumno de grandes como Elsa Schiaparelli y Robert Piguet. Y tal como cuenta O’ Shea y como sabe media industria, Balenciaga se convirtió en su mentor, influyendo enormemente su trabajo. De hecho, Hubert llegó a ser presidente de la Asociación Promotora de la Fundación Cristóbal Balenciaga y uno de los apoyos imprescindibles para la fundación del Museo Balenciaga en el año 2011.
Su historia es brillante. Fue en el año 52 cuando decidió abrir la Maison Givenchy, marca que en el 88 pasó a manos del grupo LVMH, integrándose en el conglomerado de lujo francés, encabezado por firmas como Louis Vuitton y propietario, hoy, de marcas como Loewe desde el 96.
Perder figuras así provoca mucha pena y tristeza. A veces cuando conviertes un apellido en una marca comercial parece que se vuelve inmortal, eterna y sin fecha de caducidad. Las personas mueren, las marcas continúan. Siempre nos quedará en el recuerdo la nobleza de su mirada, la elegancia en su costura y la belleza de su legado. Gracias, Hubert.
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