Vamos de modernos pero nos escandalizamos a la primera de cambio cuando la Primera Dama Melania Trump reniega de llevar velo en Arabia Saudí y enseña algo más que las pantorrillas. Nos definimos liberales pero nos asusta el lujo y criticamos que una mujer que puede permitírselo lleve un abrigo valorado en 46.000 euros de Dolce&Gabbana. Y es que esta semana numerosos titulares hablaban del "polémico armario" de Melania Trump.
Cuando no son sus vestidos ajustados que ensalzan su envidiable figura, son los tacones tan altos que lleva, los colores llamativos de su atuendo o simplemente porque es guapa y rica.
En la política occidental sigue primando esa idea tan rara de que por dedicarte a esta profesión uno debe entregarse a la austeridad estética. Es como si reinara una especie de miedo al qué dirán y cómo criticarán al manifestar el poder adquisitivo de uno.
Ahora hay una especie de miedo generalizado a lucir abrigos de pieles, obligando a algunas a inventarse que son abrigos de pieles "ecológicas" -lo que viene a ser sintéticas de toda la vida pero, en teoría, "sin contaminar", como si las pieles del zorro australiano contaminaran-. Por cierto, desconozco si existe un zorro australiano; pero no dudo de la existencia del zorro y la zorra ibérica.
En el caso de Melania Trump puedo volver a recordar, para los que han perdido la memoria en un ataque de envidia, su nivel adquisitivo anterior -muy anterior- a que su marido llegara a ser presidente de los Estados Unidos. No entiendo la necesidad de que se tenga que disfrazar a estas alturas de su vida y fingir ser algo que nunca ha sido. Es guapa, rica y viste bien. Sólo le falta jugar al fútbol.
Vamos de ‘progres’ pero juzgamos a las mujeres por su físico. Sigo sin entender y sin compartir el fenómeno de atribuir una ética a la estética.