El discurso anti-instagram y en contra de las redes sociales de la joven Selena Gómez invita nuevamente a la reflexión sobre el asunto. Y sin ganas de ponerme preventiva, paternal y obsesionarme con que Facebook posee los derechos de nuestras fotos o que te pueden investigar y descubrir información de ti –¡lógico!–; me preocupa más el aspecto emocional de todo este fenómeno, nada nuevo, que lleva acompañándonos casi una década.
La parte de la vanidad que llega a machacar mentalmente a muchas personas -hombres y mujeres, y de todas las edades- merece su apartado a la hora de educar a los jóvenes, y no tan jóvenes, desde un aspecto psicoemocional. Y es que observar que cientos de ‘influencers’ alcanzan miles y millones de seguidores, lo que les permite gozar y presumir de una vida de lujo, puede llegar a acomplejar a más de uno cuando se da cuenta de que su vida carece de este estilo de vida -¡valga la redundancia!-.
Pensar que si uno cuenta con múltiples followers puede ser rico, famoso y encima trabajar viajando o posando para firmas de moda, belleza, coches o marcas de alimentación -y cualquier servicio que se les ocurra- arruina la autoestima de los más débiles.
Analicemos, por ejemplo, los viajes pagados de la blogger Lovely Pepa. Cientos de marcas apuestan por ella, pagándole e invitándole, además, a super-viajes en hoteles de cinco estrellas en el Caribe, en los Emiratos Árabes, en Estados Unidos o en América Latina. Como ella, otros tantos líderes de opinión a los que las marcas les contratan sólo por acudir a un evento o sacar sus productos en su canal de Youtube o en el perfil de Instagram.
Imagínense ganar dinero sólo por viajar. Es muy apetecible, ¿verdad? Además, por si fuera poco, son guapos, empiezan a ser ricos, famosos y la vida que llevan es muy agradable.
Yo lo admiro. Para qué engañarles. Mi discurso de esta columna no va en la línea de que sean "vagos" o "aprovechados", como se les acusa a menudo; hacen un trabajo, y, como tal, ello requiere de esfuerzo, paciencia, dedicación, cierta disciplina y son razonables sus altos honorarios y los reconocimientos que obtienen.
El problema reside en el ‘quiero y no puedo’ de los que les siguen. La impotencia y la obsesión de aquellos que aspiran a tener una vida parecida con un trabajo similar, hace que éstos se frustren al no conseguirlo. Casi a diario me llegan casos de gente que deja su trabajo porque deciden dedicarse a ser "bloggers" de moda.
Y es que levantas una piedra y salen cientos de coaches en potencia y youtubers que están convencidos de que, por tratar en 3 meses lo que otros hacen durante años, obtendrán el mismo éxito.
Para ser influencers, amigos, hace falta tener talento, constancia y un equipo detrás. Volviendo al caso de la blogger mencionada, detrás de los miles de euros que factura cada més y las cientos de fotos que cuelga en las redes, hay un comercial-representante, un experto en posicionamiento en Internet, un fotógrafo profesional y una persona que le lleva los temas de administración.
Ante la altísima oferta que hay en este mercado, ya no vale con salir al jardín con tu novio de fotógrafo, colgar las fotos en un blog y pensar que las marcas te van a llamar.
Me cansa y me aburre encontrarme con gente que quiere dedicarse a ello, sin tener idea alguna y sin contar con un experto que les asesore. Me entristece, por otro lado, encontrarme con gente frustrada y agotada.
Esto último pasa factura a nivel emocional, y me provocan mucha lástima todas esas jovencitas que hacen 50 selfies diarios, los cuelgan a las redes sociales, y esperan crecer en seguidores pero no en valores.
El problema de base es la crisis de valores de la que llevo años hablando. No hay nada malo en dedicarse a la moda, en la vanidad-controlada -algún explicaré este término-, en hacerse fotos y presumir de la felicidad y de lo que uno tiene. Lo preocupante es creer que más allá de lo material y de ser popular no hay vida.
Si cada uno se parara un momento para ser, existir e indagar en el fondo de su alma, el mundo y las redes sociales irían mejor. Quizá sea utopía romántica mi planteamiento. Pero es muy importante dedicarle tiempo a mimarse a uno, pero no a nivel de compras en Primark como si no hubiera mañana o haciendo colas interminables para comprar la última colección de cápsula de Kenzo en H&M; mimarse en un ámbito intangible, inmaterial, metafísico y espiritual. Búsquenlo, allá donde crean que pudiera estar. Porque el verdadero lujo no es el que se pueda comprar, sino el que se construye con el paso del tiempo, la madurez y la bondad. Ese quizá sea el mejor regalo de Navidad que puedan darse.