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Katy Mikhailova

El precio de la dignidad

Qué precio tiene la vanidad es la gran incógnita de nuestros tiempos, pregunta que surgen a raíz de la presunta estafa de los premios Dedales de Oro.

Pemios Dedales de Oro | Cordon Press

Cuánto estamos dispuestos a pagar por recoger un premio y qué precio tiene la vanidad es la gran incógnita de nuestros tiempos. Todos estos pensamientos me afloran en un momento en el que finalmente, y como era de esperar, estalla la presunta estafa de los Dedales de Oro. Unos "premios" que se conceden a diferentes personas relacionadas con el mundo de la moda a cambio de que tal mención sea abonada, y bien abonada.

Es decir, un día cualquiera recibe uno un mensaje en el que se le comunica alegremente que se le ha concedido un premio, y además, se añade que tal premio ha sido valorado por un jurado prestigioso, y se nombra a 6 ó 7 personajes potentes -nombres como Purificación García o Agatha Ruiz de la Prada-. A continuación, otros 15 nombres potentes de la industria figuran en la carta -a menudo esta información llega por un mensaje privado por Facebook- que ya han sido premiados en anteriores ediciones -ríanse, porque hay una media de 4 ediciones al año-.

El paso siguiente, después de que el supuesto premiado se lleve una sorpresa, es que le digan que para recoger el premio debe abonar una cantidad que ronda los 180-190 euros que va destinada a cubrir la cena. Eso sí, en el Hotel Palace.

Así, hasta llegar a unas 100 víctimas que terminan cayendo, pagando y acudiendo, y demostrando que la vanidad tiene un precio. Conozco todo esto de primera mano, pues hace un año exactamente unos muy buenos amigos míos recogieron un premio llamado Foro Europa 2000 y que, casualmente, se celebraba el mismo día y en el mismo hotel, Westin Palace, que los Dedales de Oro.

Como quería apoyar a mis amigos, como acompañante, y por verles y pesar un rato agradable, pues no sabía bien de qué iba aquello, no me importó pagar 180 euros; dado que además no tenía yo mucha idea de lo que era aquello.

Aquel ambiente que se respiraba me pareció triste y patético. Ver cómo cada premiado recogía una especie de medalla en color oro -estándar, en la que no figuraba ni nombre ni fecha ni nada-, y cómo, por prisas y exceso de "premiados", ni podían tan siquiera tener ese "minuto de gloria" y conceder un microdiscurso, me provocaba mucha lástima.

Vi, observé y sentí la desesperación de la vanidad ansiosa por salir del anonimato hambriento de cada supuesto premiado. Y aprecié cómo varias personas se aprovechan de esta necesidad de superación y le ponen precio a su dignidad.

La cena era lamentable. Recuerdo que había un primero, una sopa de tomate con queso, un segundo que no llegué a comer, y un postre. Nunca imaginé que por 180 euros la cena iba a ser así de austera. Con 180 euros me podría pegar un buen homenaje en cualquier tasca madrileña, e invitar a mis amigos y a cuatro más.

Y, por si fuera poco, en el "evento" había un fotógrafo oficial que hacía fotos a los premiados. Pues bien. Si uno quería disponer de la foto digital, debía abonar 20 euros, y si la quería impresa había que pagar 10 euros.

Aquella noche comprendí que todo eso de los premios era un negocio puro y duro. Lo mismo estaba sucediendo en la sala de al lado, en los Dedales de Oro solo que con un poco más de glamour -ya que a los "dedales" había que "ir de etiqueta"-.

Desde aquí animo a todas esas personas que reciban un correo electrónico o mensaje en donde se le premia, que reflexionen sobre el precio que tiene su vanidad, y si, acaso, también su dignidad, porque, queridos amigos, los reconocimientos no se venden ni se compran.

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