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Katy Mikhailova

Pecho que mano no cubre....

Que cada uno haga lo que quiera con su cuerpo. Desde los aterradores pechos de Pamela Anderson, a los pequeños de Keira Knightley.

Ornella Muti en Flash Gordon | Archivo

Querido Mario Vaquerizo:

El pasado fin de semana llegó a mi Android tu artículo No al planismo . Lo estuve leyendo detenidamente y me quedé con las ganas de ofrecer otro punto de vista.

Mis seguidores y lectores saben que mi predilección son los pechos naturales y que no intentan restarle personalidad a la mujer. Ya lo expuse en Cirucomplejines y en Escote de huesos. Tú, querido y admirado Mario, de pequeño enloquecías con Muti en esa película que mencionas, yo enloquecía con el cuerpo de Keira, con unos 12 años, cuando ésta protagonizaba Quiero ser como Beckham -sí; lo sé; tenía 12 años, ¿vale?-. Y algo parecido me pasó con Natalie Portman, años después, en Cisne Negro -aunque en estos momentos me decanté más por analizar la teoría de los fenómenos inesperados, aplicables a la empresa y a la bolsa, que por la película-.

En mi infancia me aterraban las prótesis de silicona de la hipersexual Pamela Anderson y, aun entendiendo que era enormemente atractiva, me pregunta qué se le pasaba por la cabeza para llevar algo tan delicado y fino a semejantes dimensiones; algo parecido me ocurría con las prótesis de Yola Berrocal y las de su compañera rubia, cuyo nombre ahora no recuerdo.

Estoy contigo en que estás casado con una mujer-cañón que, como cuentas, a pesar de haber estado bien dotada, con 25 primaveras -a unos meses yo de cumplir la misma edad- optó por ampliar sus mamas, añadiendo 400 gramos en cada una. Y con un par –de tacones o de tetas–. Si eso era lo que quería, lo aplaudo y lo apoyo, aunque déjame que te diga, y creo que estarás conmigo, en que no son sus bellos y voluptuosos pechos los que la convierten en una mujer-cañón, sino su fuerte, brillante y original personalidad que la hacen también ser única.

Cuentan las leyendas urbanas basadas en tópicos absurdos que "marido casado con pechos grandes, busca amante con pechos pequeños; y marido casado con pecho lolitero, busca querida con enormes melones"; dice el refrán que teta que mano no cubre, no es teta, es ubre. En el titular usé <pecho>: suena más formal. También la parte cuantitativa de la sociología occidental apunta a que es cada vez más el número de intervenciones quirúrgicas a las que se someten las mujeres para reducir el tamaño de las mamas.

¡Qué gustazo ir a jugar al pádel con una camiseta de lycra ajustada y no llevar nada más! O prescindir de sujetador en ciertas ocasiones; huir de esas copas-relleno para algunos "sujeta-pechos" y limitar la caída de las mamas con el paso del tiempo.

No hago apología de la 85 porque yo use precisamente esta talla y porque proporcionalmente Dios me hizo desproporcionada entre cadera y pechos, hablando en plata. De tener algún descontento emocional con mi físico a los 17 años, tras haber aprobado la selectividad con un 7,4 de nota media, podría haberle pedido a mis padres una mamoplastia, pero opté por un curso superior de marketing de moda y lujo en una revista de moda conocida mundialmente.

Pero, por encima de todo esto, lo que me gusta de verdad es lo natural, eso que refleja el origen y la naturaleza de una. No vengo a decir con mi artículo, ni muchísimo menos, que las planas son más sexys que las pechugonas o que no me caen bien las que se operan. Aquí reivindico que la estética y la elección de ésta es un grito de libertad y que, por ende, cada uno haga lo que quiera con su cuerpo. Me encantan los pechos de mi querida -y también tu querida- amiga Carmen Lomana, ni demasiado grandes ni demasiados pequeños. La naturaleza es sabia y no suele equivocarse. Pero gracias a Dios podemos elegir qué ser y a qué parecer.

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