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Recordando los guateques de los 60

En los 60 no había discotecas, pero estaban los guateques. Sólo hacía falta un Pick Up y un poco de espacio.

Un guateque de los 60 | Corbis

Aseguran los muy acreditados comentaristas musicales José Ramón Pardo y José María Íñigo que 2015 será el año del resurgimiento de los guateques. Empeñados en rescatar en sus aventuras discográficas las canciones de los tan traídos y llevados años 60, no seré yo quien les contradiga, aunque sostenga razonables dudas. Mantienen –y ellos sabrán por qué, con sus fuentes acreditadas- que varias editoriales van a publicar obras referentes a ese fenómeno, que otras reeditarán viejas grabaciones de hace más de medio siglo, que orquestas y organizadores de festivales dedicarán atención a los guateques en los próximos diez meses. Si así fuera, al menos nos servirá de distracción ante el panorama político que nos aguarda, con un sinfín de mítines previos a la avalancha de elecciones anunciadas. Como aperitivo, la mencionada pareja de expertos han editado un triple CD en el sello Rama Lama, con una rigurosa selección de títulos englobados en esta leyenda: "El primer guateque".

El primer guateque

Para aviso de navegantes: quienes hayan rebasado los cincuenta "tacos" de almanaque no tendrán que ser ilustrados al respecto, pero sí los de generaciones anteriores que se hayan tomado la curiosidad de leernos. A quienes hemos de contarles que un guateque era una simple reunión de jóvenes de ambos sexos en la casa de uno de ellos, a eso de la media tarde de un sábado o domingo, en aquellos mentados primeros años 60. Época en la que no existían discotecas (hacia mitad de esa década surgieron las primeras salas de juventud) ni lugares donde chicos y chicas entre los quince y veinte años pudieran solazarse un poco bailando al ritmo de las canciones en boga. ¿Quién invitaba? A discreción, claro. Aquel que disponía de una salita capaz de albergar a cuatro o cinco parejas, por término medio. Anfitrión que poseyera además un tocadiscos, que al principio se llamaba "pick-up". O en su defecto, quien fuera el afortunado en tenerlo. Hacia 1965, costaba como mínimo de dos mil a tres mil pesetas. El sueldo medio mensual de un oficinista. Y, claro: se necesitaban discos, aquellos vinilos de cuatro canciones, los denominados Eps. o algunos de larga duración, al principio de ocho temas, luego de doce, los revolucionarios Lps. ("long-playings"). A España llegaron tarde. Los primeros vinilos surgieron aquí hacia 1953. Tener una gramola, término con el que se conocía el aparato reproductor de aquellos discos al principio, reminiscencia de los abuelos, era todo un lujo. Y sólo a mitad de los 60 fue poco a poco popularizándose.

Los guateques comenzaban, ya decíamos, entre las seis y la siete de la tarde de un fin de semana. En torno a una merienda. Los padres de aquel joven que invitaba a sus amigos a la fiesta, antes de salir de casa, ensayaban sus admoniciones: "¡Cuidado con lo que hacéis! ¡Nada de indecencias! ¡Y no os paséis con la bebida….!" Las libaciones consistían en una especie de sangría conocida con el nombre de "cup". Se pronunciaba "cap", claro, sobreentendiendo su origen supuestamente británico. En tierras manchegas, por ejemplo, tenía un nombre más cercano: zurra. Como era bebida dulzona, a las chicas "les entraba bien en el cuerpo". Y ellos, llegados el momento, podían "aprovecharse un poco". Eso sucedía en las postrimerías del guateque, hacia las nueve o nueve y media del festejo, ya con las luces del salón medio apagadas, sonando música lenta. La del "agarrao". Porque al principio el encargado del tocadiscos ponía rock and rolls. Solía ser el más feo (o fea) del grupo. Aquel que menos bailaba. Antes de las diez regresaban los papás. Y el guateque tocaba a su fin. Hubo casos en los que habían dejado a una "carabina": la tía solterona que confeccionaba calceta, jerseys con agujas, elegida como vigilante de la moral para que aquellas parejas no se extralimitaran en toqueteos impuros. Pensar más allá de unos besos, abrazos o roces, era algo que no solía suceder.

Hasta aquí la evocación costumbrista de lo que eran los guateques, cuya caducidad llegó ya al comienzo de los setenta, cuando ya había salas de juventud, prólogo de las discotecas que llegaron poco más tarde. La música que Íñigo y Pardo han seleccionado en su triple disco contiene números legendarios. Vayamos con los más movidos. Entre los que citaremos: "América", de Trini López, un chicano que dio la vuelta al mundo con tal tema; "Quince años tiene mi amor", toda una declaración de principios románticos del Dúo Dinámico, para adolescentes, del que también resaltamos su archiconocido "Quisiera ser"; y "La Yenka", un ritmo con el que dieron en la diana los holandeses Johnny and Charley; el repetitivo "Pepito" pachanguero de Los Machucambos. O "Dame felicidad", del primer rockero hispano, de México, Enrique Guzmán, el mismo del sensacional "Adiós, mundo cruel". Y Los Mustang, otros versioneros de oro, con "Quinientas millas". Hay en estos tres discos que nos ocupan más joyas melódicas, aquellas piezas lentas que nos permitían entrelazarnos chicos y chicas: el “Ma vie” de Alain Barriére; o “Las palmeras” del argentino Alberto Cortez, especie de moderno bolero; la universal “Ramona”, de los Blue Diamonds, creadores también de “Que te deje de querer”; “Natalíe”, de Gilbert Bécaud; “Fanny”, de Leo Dan; “Rogar”, la estupenda versión que en español hicieron Los 5 Latinos, de Los Platters originales; “Il mondo”, de Jimmy Fontana, que nos permitía acercar nuestras mejillas al amor de turno; o “La noche”, del belga Salvatore Adamo, tan versionado por Raphael, de quien era asimismo “Cae la nieve” ; “Ho capito che ti amo”, de un italiano que se pegó un tiro en el Festival de San Remo, Luigi Tenco; y para no hacer interminable la lista, otros éxitos de Mina, Peppino di Capri, Cliff Richard, Sylvie Vartan, Bobby Darin, Paul Anka, Richard Anthony, Bobby Solo, Nico Fidenco…

Abundan los baladistas italianos, que estaban en auge aquella inolvidable década. Impagable selección la de aquellos guateques, que hoy empañarán de nostalgia, de emoción y placer a quienes los recuerden, y a los hijos y nietos que quieran ahora saber cómo se divertían sus padres y abuelos en sus tiempos juveniles. Un ejercicio de añoranzas, pero con la certeza de que, aquella música…. ¡era maravillosa!

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