Nefertiti también usaba mascarilla
La actriz y escritora Ángela Bravo ha publicado un ameno libro sobre los secretos de belleza de distintas épocas.
El inevitable paso del tiempo nos lleva, entre otras cosas, tanto a hombres como mujeres de épocas y culturas distintas a detener cuanto podemos el deterioro físico del que nadie se escapa. La actriz y escritora Ángela Bravo acaba de publicar un amenísimo, interesante libro, que aborda esa cuestión. Es un ensayo sobre la historia y secretos de la belleza, sobre todo femenina. En cinco capítulos nos revela, amén de curiosas anécdotas sobre célebres personajes, todo aquello que cualquier mujer interesada en la materia ha de saber sobre el cutis, el cuello, los ojos, el cabello, las manos, refiriéndonos asimismo aspectos relacionados con el baño, los perfumes y la moda en general. En vísperas de estas fiestas de Navidad y Fin de Año la lectura de este volumen de doscientas sesenta y seis páginas les resultará muy a propósito.
"El afán de permanecer joven es innato en el ser humano", reflexiona la autora. En busca del "elixir de la eterna juventud" ya un médico famoso del siglo XVI, Paracelso, descubrió ciertas pócimas para retrasar el envejecimiento. Uno de esos potentes elixires es… la col. Sus ventajas son grandes y debiéramos recurrir a ella en razón de proteger la salud y mantener la estética. La lista de alimentos también válidos en la cosmética va desde la leche, la miel, las patatas, puerros, apio, canela hasta la jalea real y el ginseng, este último reconstituyente con poder antioxidante y rejuvenecedor de las células.
Nefertiti, reina de Egipto entre los años 1875 y 1858 a.C. fue la primera mujer que sin tener sangre azul alcanzó el rango de casarse con un faraón, Amenofis IV, también conocido como Akhenatón. De gran belleza ha pasado a la historia por el perfecto perfil de su hermoso rostro. Usaba ungüentos y aceites ideados por ella misma, pintándose las uñas con henna y los párpados con un preparado de antimonio (khol) Tenía, según la describe Ángela Bravo, "cuello de cisne, una nariz de rara armonía y unos labios carnosos perfectamente dibujados". Para conservar bien la piel lo mejor es seguir una receta oriental: nutrirla con masajes ascendentes aplicando un combinado de miel y aceite de romero, glicerina, aceite de oliva y harina de arroz. Otra de las mujeres legendarias, que estuvo también sentada en el trono egipcio, fue Cleopatra. En sus recetas de belleza recurría a las rosas de Alejandría. Nació en el año 69 a.C. Intrigante y seductora, después de sumergirse en un baño de leche de burra y almendras amargas utilizaba una loción a base de pétalos de las rosas citadas, esencia de clavo, canela, vainilla y extracto de sándalo. Los hombres caían rendidos a sus pies, entre ellos, como se recordarán, Julio César y Marco Antonio. Para hidratar y limpiar la piel lavaba su espléndido cuerpo con jugos de flores y plantas.
Otra reina, fenicia de nacimiento, Jezabel, pasaría a la historia tanto por su malicia como por su seductora belleza. Rociaba todos los pliegues de su anatomía, emanando muy olorosos perfumes. Contaban que bebía un jarabe compuesto a base de almendras, jengibre, brezo,
Hoy en día es harto sabido que los masajes no sólo se aplican por cuestiones estéticas sino por necesidades de la salud en dolores musculares, o problemas de circulación sanguínea. Cuenta la leyenda que, Popea, esposa de Nerón, usaba diariamente unos ungüentos con mezcla de arcilla del mar Muerto, y aceites de romero y laurel, que le iban muy bien para conservar la piel de las manos. Y, dando un salto en el tiempo, de la Antigüedad pasamos al siglo XV para recordar a la princesa italiana Lucrecia Borgia, de controvertida existencia, hija del valenciano cardenal de ese histórico y denostado apellido. Dícese de ella que se quitaba de en medio a políticos y amantes con sofisticados venenos, que ella misma se proporcionaba al igual que ungüentos varios para acentuar su belleza, utilizando en vasijas con medio litro de agua tanto amapolas como flores de azahar, verbena, lúpulo y pasiflora, que precisaban de una ligera cocción. Murió joven, a los cuarenta años. Algún historiador ha reivindicado recientemente su figura, no creyéndola tan malvada.
Contemporánea de ella fue nuestra Isabel la Católica, de la que se han dicho algunas mentiras. Una de ellas presentándola como morena y de ojos oscuros, cuando en realidad tenía los cabellos rubios y claros los ojos, y otra la leyenda de que no se lavaba, cuando mantenía una rigurosa higiene cambiándose de ropa interior varias veces al día en sufrida lucha para contrarrestar el exceso de sudor que padecía. Falso es que dijera aquello de que no se cambiaría de camisa hasta que se completara la unidad de España con la marcha del último rey moro de Granada, Boabdil el Chico. Se da la circunstancia que, precisamente en la capital de la Alhambra eran famosos los baños, construidos por el paso de distintas civilizaciones, entre ellas la árabe y la judía. Personaje que también desfila por el libro que nos ocupa es madame Pompadour, amante de Luis XV de Francia. Los perfumes eran para ella fundamentales, conseguidos a base de extractos de vainilla y canela. También impuso una determinada moda en el vestir.
Concluyamos diciendo que la lectura de "Nefertiti también usaba mascarilla", publicada por Ediciones Nowtilus-Tombooktu, nos ha resultado muy placentera, en una conseguida simbiosis entre la erudición y el entretenimiento.
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