De minifaldas y feministas
La minifalda funciona por temporadas. Cuando a ELLE y a VOGUE les de por proponerlas.
La semana pasada me escribía un conocido mío, empresario, de esos que levantan el país aún estando en el extranjero. "Llevo ya un rato mirando. Miro y miro. Y no se ve ni una falda. Se nota que hemos vuelto a Hispanistán", me escribía literalmente a través de Whatsapp. Eso de Hispanistán mucha gracia no me hizo, pero seguí leyéndole con curiosidad. Había pasado dos semanas en Japón, y con indignación recurría a mí para manifestar, con la esperanza de que abriéramos un debate, su descontento con un asunto de lo más frívolo e irrelevante; que, sin embargo, no deja de ser un fiel reflejo de la sociedad.
"Tanto en Japón como en Singapur el 90%, o más, de las mujeres llevan falda. Siempre que vuelvo del extranjero a España me impacta ver que, en realidad, a pesar de tener un clima fantástico, no usan esta prenda salvo esporádicamente", me seguía contando por escrito. Resulta que, aun inventándose por completo una estadística que podría ser parcialmente coherente con la realidad, podría estar en lo cierto. Y lo "cierto" es que la falda, o la minifalda –seamos más precisos, pues creo que este señor no estaría hablando de las clásicas faldas que usaban nuestras abuelas–, no es ahora mismo la prenda fetiche de la mujer española.
Estamos en un momento en el que el tacón le ha robado el liderazgo al bolso, según Bain&Co. La minifalda funciona por temporadas. Cuando a ELLE y a VOGUE les de por proponerlas, con la consecuencia de que a su vez las propongan firmas low cost, así como firmas de lujo, las minifaldas se volverán a poner de moda. Si no, quizás sigan pasando desapercibidas.
Y es que, detrás del poco éxito en la minifalda, hay una razón psicosociológica y también política: el falso feminismo y la escasa femineidad.
Si bien en los años 60 las hippies llevaban a cabo su particular quema de sujetadores –no olviden que también los tacones, pues creían que era un objeto de sufrimiento de la mujer que sólo valía para atraer al hombre–, en la actualidad la minifalda no deja de ser una pieza que inconscientemente se asocia a algo que sólo la fémina puede llevar y que además incita a la libido del hombre. Ellas van con pantalones, camisetas de Jack 'El leñador' y melenas cortas. Ellas, algunas de las integrantes -algunas, por favor, lean bien- de ese subgrupo social llamado Femen. Pero la incongruencia llama dos veces. No quieren ser objeto sexual, pero no se cortan ni un pelo a la hora de enseñar los pechos en el Congreso, incitando y pidiendo a gritos esas tres H: hombre con hambre de hembra.
Y con algo de agudeza, el empresario que me escribía pasaba a plantearme las siguientes dudas: "¿Tendrá la española una crisis de femineidad? ¿Significa la femineidad algo diferente en España que en el resto del mundo?
A la primera pregunta, querido amigo, matizaré diciendo que no es "la española" en general, sino la española de un estrato determinado. Partiendo de que es solo un porcentaje concreto de ‘esa española’, le contesto que sí padece una crisis de femineidad por las razones anteriormente expuestas y que completo a continuación. Nuestra sociedad está alienada debido a la difusión de cierta ideología de los mass media, en España gobernados por la izquierda la gran mayoría, del falso feminismo "igualitario" según el cual la mujer tiene que ser como el hombre, y, por ende, hacer todo lo que hace éste, hasta el punto de exigir aún mayores privilegios que este último.
Sobre su segunda cuestión, le daré un rotundo sí. La femineidad es algo diferente en España en comparación con otros países y culturas. Esto es muy normal y propio de la sociología y el imaginario social colectivo que varía según la época y la cultura imperante. Si, a pesar de cierto libertinaje que vemos en televisión con programas como Hadam y Eba –como escribía Pablo Molina en su Facebook–, la izquierda intenta oprimir lo más bello y preciado que tiene la mujer, la consecuencia es la que ve usted, consecuencia que no sólo se resume en la frivolidad de la ausencia de la minifalda. Más preocupante es que la mujer renuncie a la obligación de dar vida y a ser madre porque "nosotras parimos, nosotras decidimos". Este, el don de dar a luz vidas, quizá sea el valor más importante y más universal de la femineidad auténtica, natural, verdadera, inalienable, indivisible e incompartible.
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