La camiseta baja, la falda se sube. ¿Qué se ve? Casi todo. ¿Qué le pasa a esta juventud que con la primavera todas quieren parecer poligoneras? ¿Dónde queda el reservarse lo justo para la intimidad con el fin de dejar alguna sorpresa? ¿Qué ha sido de la decencia y qué hacen los padres por ella?
Me contaba el pasado jueves un taxista en un paso de cebra en pleno Paseo de la Castellana, al cruzar muchachas vestidas muy ligeritas de ropa, que con el buen tiempo todo se acorta y que a él se le iban los ojos, muy a pesar de que sean menores de edad, y que su hija de 16 años también se haya sumado a esta "moda" de enseñarlo todo y no guardarse nada.
Yo también viví la moda de las minifaldas y de las famosas ‘toreritas’, que eran chaquetas normales y corrientes con el ‘extra’ –o el ‘menos’- de que acababan muy poco por debajo del pecho. Recuerdo que mi padre me decía "¿qué pasa, que no quedaba suficiente tela para estas faldas?’. Eran faldas loliteras, de volantes. No es que pretendiera ser ni mucho menos una lolita, pero sí ir ‘mona’ y a la moda. Rozábamos el límite. Lo de ahora es propasarse con creces.
Sin embargo, detrás de una moda siempre hay una intención inconsciente e involuntaria, cuyo origen puede variar. Desde la líder-guarrilla de la ‘pandi’, que es la que marca tendencia, pasando por los líderes de la pequeña pantalla, que corrompen a las juventudes más volátiles e inseguras imponiendo un estilo. En mis tiempos me tocó la pésima y lamentable serie Física o Química. Un producto audiovisual gratuito que difundía abiertamente, y con toda normalidad, orgías, abortos, violaciones y prácticas sadomasoquistas. Aun me sigo preguntando cuántas víctimas, consecuencia de dicho fenómeno de la televisión, tienen la mente dirigida hacia un camino equívoco.
¿Qué mensaje, qué objetivo, qué fin se persigue? Provocar, provocar y provocar. Pero de lo que no se dan cuenta es que el efecto conseguido es, con frecuencia, el contrario. Amén de que la provocación les augura éxito seguro, llevando a la joven a prácticas poco sanas y decentes. Enseñar carnes por la calle no es precisamente lo que más inspira a los hombres –al menos a los exquisitos-, si es que pretendemos superar el nivel de los piropos del obrero de turno que en su ADN, y sin maldad alguna, lleva arraigado el instinto de incomodar e importunar a las mujeres objeto de piropo. No es malo, tampoco bueno. Quizá a más de una le levanta la moral, mientras a ellos se les levanta otra cosa… La cuestión no va en contra del hombre, que se entusiasma al ver los jamones y las pechugas al desnudo, sino que va dirigida a aquella que no es consciente de lo que está haciendo con su cuerpo y, en suma, con su vida.
El erotismo está en el misterio. En la incertidumbre. En la sofisticación. Si bien es armonioso un toque de sensualidad llevando un pantalón ajustado que marca las caderas y el trasero, un escote sutil, un palabra de honor que muestre los hombros o una falda ni muy corta ni muy larga que enseña las piernas, el problema radica en la medida y la ocasión. La medida, que es el no irnos a los extremos, como es de imaginar. Y la ocasión es saber para qué, para quién, adónde y cuándo poner qué y cómo.
Lo que no puede ser es que jóvenes acudan a un examen de su facultad en shorts que más que pantalones cortos parecen bragas. Tampoco puede ser que se enseñe el ombligo un domingo de misa ni la clásica escena en la que a una mujer, estando sentada, se le baje el pantalón hasta dejar que se asome la famosa "hucha".
No se trata de verdades únicas e inamovibles, sino, más bien, de una opinión basada en la armonía y en cierto decoro, tan útiles para las mujeres como poco apetecibles para ciertos hombres. Que lo haga una mujer hecha y derecha, bien, es su elección. Lo preocupante es que sean las adolescentes, alienadas y atontadas por las feromonas masculinas, las que manifiestan la ausencia del pudor y el mal gusto, dado que carecen de suficiente conciencia para entender lo que están haciendo. Para eso están los padres y tutores: deben explicar. Mientras tanto, siempre nos quedará el estribillo de Rosario Flores que puede representar, aunque la canción vaya por otro lado que nada tiene que ver con esto, la falta de decoro en esta sociedad entre ciertos estratos. Por eso, pim pam fuera, que se te sale la camisa fuera.