Quiero hacerlo para escribirte como si fuera un recién nacido apenas balbuciente, para encontrar palabras nuevas y amables que aún no me haya dado tiempo a conocer.
Para rodear tu silencio con sigilo y zalamería, para sentarme tranquilamente a contemplar cómo madura tu cuerpo mientras la vida es esa cosa que transcurre a tu alrededor, para justificar cada uno de mis pasos en el mundo porque todos buscan la cercanía de tus manos, para observar tus gestos como si tuviera la intención de dibujar cada uno de tus movimientos, para guardar en los huecos puros de mi memoria tu olor de mujer sabia, para indagar en la profundidad de tu mirada hechicera y egipcia, y tener la sensación, infantil e inocente, de que no te quedan secretos que me pudieras desvelar.
Cierro los diccionarios para imaginar que tú sales a la calle y yo a mi ventana, a verte pasar. Para convencerte de que la renuncia y el paso inmaculado, servil o bondadoso del tiempo son aliados fieles.
Para evitar hablarte con palabras que habitan en las zonas muertas del idioma, para pensar en el poder de tu cuerpo desnudo y blanco iluminando la oscuridad de mi habitación, para abrir mi colección de besos pequeños, noches en vela y utopías inverosímiles y decirte quién soy, cómo soy, por qué cierro los diccionarios cuando entras en mi casa, las razones que tengo para no ser perezoso cuando suena el despertador, para contarte los sueños que hacen de mí un héroe empeñado en tu rescate y buscar tu risa, ahogarnos en el fondo abisal de un cuenco de vino y proclamar en mitad de la calle, sin el arrullo de una metáfora, como en un susurro sin domeñar, que ni siquiera la muerte tendrá la fuerza suficiente para podernos separar.
Cierro los diccionarios tras dejar fuera los infinitivos que necesito para escribir. Concluyo entonces con el del verbo amar y conjugo sus tres tiempos: te he amado, te amo, te amaré siempre.
Juan Manuel