Sensaciones. Sensaciones explosivas.
Vivencias. Vivencias no repetidas.
Tarde anodina, gris monótona. Trabajo rutinario.
La puerta se abre y alguien entra en el local. Levanto los ojos y este gesto sencillo y automático, ante su presencia, desencadena un maratón de reacciones simultáneas que aún hoy no comprendo.
Mi masa corporal se vuelve blanda, no la controlo.
El corazón bombea a una velocidad rayando en lo imposible, tanto que duele, es como si de repente mi sangre se hubiese vuelto espesa, y no pudiera pasar por sus conductos habituales. Al bombeo algo o alguien le han colocado altavoces y se escucha por todo el edificio TOC TOC TOC.
Intento dialogar en silencio conmigo, "¡tranquilízate Laura, por Dios, tranquilízate! ". Además de no conseguirlo otra catástrofe viene a sumarse a las que se están manifestando en mi persona .Calor, mucho calor y toda esa sangre espesa, sin saber cómo ha subido de repente a mi cara.
El fenómeno siguiente es que mis manos se han vuelto de gelatina y no sujetan nada. Lo que en ese momento esté manejando, ya sea máquina de escribir, papeles o simplemente el teléfono, inevitablemente terminarán en el suelo ante mi rabia e impotencia, y la sonrisita irónica del resto de mis compañeros.
Es entonces cuando al mirarlo quedo enganchada a sus ojos. Lo llamo "mirada anzuelo" porque es como uno de esos artilugios. Se engancha y por mucha voluntad que pongas, por mucho que te retuerzas, no consigues soltarte, no puedes.
Comienzo a balbucear con voz ininteligible, algo que no viene al caso y cuando al fin logro hilvanar algo parecido a una conversación, él saluda, sonríe y se va.
Fin de la historia.
La tarde vuelve a ser oscura, anodina y monótona.
Reanudo mi trabajo y todo se apaga. En la oficina todo vuelve a ser aburrido.
¿Qué ha pasado?
Nada. Todo.
Ha entrado ÉL.
Laura