O levantas el pie del acelerador o por el contrario, coges aire, cierras los ojos y te zambulles en azul profundo e infinito.
Puede que ahí abajo encuentre cosas que no me gusten. Rocas con forma de arista, peces que llevan días sin pegar bocado, pero no me importa, esto es lo que he escogido y no me arrepiento de ello. Hoy estoy en edad de sentir, de vivir los recuerdos con libertinaje y anarquía, de ser como me da la gana, que ya pagué las consecuencias.
Después de varias semanas fuera, viviendo como un turista, a mesa puesta y cama recién hecha, hoy vuelvo a mi hogar, perdón, quería decir a mi casa. O quizá a mi... no lo tengo claro.
Me sobrecoge ver la cocina así de limpia, tan recogida, todo en su sitio y ordenado, recuerda a esas que salen en las revistas en las que no te atreverías ni a pelar una mandarina de lo limpias q están.
Echo una mirada rápida al resto de las habitaciones. Hay marcos sin fotos, estanterías vacías y pedacitos de algunos recuerdos por el suelo.
Los peluches sin billete de ida, se ponen de acuerdo como un batallón legionario para que esto recupere una pizca de calor, y es que la vida se construye de ausencias emocionales que la mente y la resistencia al olvido transforman en presencias, en eternidades.
Llego al baño y lo primero que me llama la atención, es encontrar al cepillo de dientes solito en su cubilete. Anda triste, cabizbajo, pues se ha quedado sin pareja de baile. Eran idénticos, igualitos, tan sólo se diferenciaban en el color. Le queda próximo un bote de colonia, pero dice que no es lo mismo... que tienen muy pocas cosas en común y lo entiendo.
Estamos de vacaciones, y aunque este año he suspendido algunas asignaturas, me he librado de los cuadernillos de verano. Me quedaron dos asignaturas, dicen que son las más importantes del curso. Una se llama RESPETO y la otra SINCERIDAD. Y es que mentir con descaro no debería de salir gratis.
Sin embargo, me doy cuenta, que no me arrepiento de nada o casi nada, creo que soy de esos alumnos complicados, siempre hay un par de ellos en todas las clases que no acaban de pasar por el aro por muy mal que hayan hecho las cosas (por muy mal que crean los demás que las has hecho). Me siento feliz y libre de poder escoger mi propio camino, de no ser prisionero de costumbres, tradiciones milenarias impuestas a golpe de martillo, o documentos oficiales que me obliguen a decirme que es lo que debo de hacer, que es lo que debo sentir.
A pesar de todo lo sucedido, de recuerdos que me invaden y arañan en la memoria, sigo pensando que estar aquí es maravilloso y doy gracias todos los días por este regalo que es la vida.
Carlos Vicente